Muere Kim Jong-Il

Hace unos días, reflexionando sobre la primavera árabe, escribía que el 2011 será un año histórico porque, entre otras cosas, lo terminaremos con menos dictadores que con los que lo comenzamos. Me refería a Mubarak, Ali, Gadafi y compañía. La muerte del dictador de Corea del Norte con la que nos hemos despertado hoy no significará, tristemente, la desaparición de un régimen despótico y que viola permanentemente los Derechos Humanos. Como a los dictadores les gusta, Kim Jong Il lo ha dejado todo atado y bien atado, o eso parece. Su tercer hijo, Kim Jong un será su sucesor en el cargo. Los países de la zona están en alerta por este fallecimiento a la espera de lo que pueda pasar y de cómo se reaccione a la noticia. Según fuentes oficiales, el dictador murió por fatiga física durante un viaje en tren. Su corazón falló y a los 69 años muere un tirano que ha mantenido a su pueblo reprimido y falto de libertad durante muchos años.

La televisión oficial que ha dado la noticia ha pedido a toda la población que estén del lado de su hijo, quien le sucederá en el poder. También esta cadena está emitiendo imágenes de ciudadanos norcoreanos llorando sin consuelo por la muerte de su líder. El tremendo ocultismo bajo el que se envuelve todo lo relativo a Corea del Norte no puede esconder nada bueno. Lo poco que se sabe es que se trata de un régimen dictatorial con un poderoso ejército y un programa de armamento nuclear. Hablar de Corea del Norte con propiedad es complicado, pues los dirigentes de aquel país se proponen, y ciertamente lo consiguen en gran medida, aislar a su país del resto del mundo. Han hecho que Corea del Norte sea como un gran misterio, una especie de agujero negro. La entrada de periodistas internacionales al país está prohibida, por supuesto, y las pocas imágenes que podremos ver de ese país vendrán de la televisión oficial. Internet, por lo que respecta a los norcoreanos, no existe o, al menos, no tiene el mismo significado que el del resto del mundo.

Hace unos años vi un reportaje sobre este país. Es muy extraño todo lo que rodea a Corea del Norte. Tan extraño como peligroso. Sin conocer mucho sobre el día a día de ese país, presenta muchos elementos que nos llevan a definirlo sin temor a equivarnos como una dictadura cerrada y peligrosa de manual. Peligrosa para los países vecinos y también para los propios habitantes de Corea del Norte. El secretismo es total en ese país. Ya se sabe que quien oculta algo es porque tiene algo que esconder. La democracia, por ejemplo, es sinónimo (debería serlo en un estado ideal) de transparencia. Es una de las muchas cosas que la diferencia de la dictadura. Para un dictador el mejor medio de comunicación es el que no existe y el mejor pueblo es el que está muy poco informado. Aislar al país es la opción elegida por los dirigentes de Corea del Norte hasta el punto que llegan a ver como una amenaza el encendido de las luces de un árbol de Navidad en la frontera con Corea del Sur por ser "propaganda occidental".

Esta última cuestión del árbol de Navidad es una anécdota, pero es algo más que eso. Demuestra el grado de paranoia en el que entran los dictadores. Ellos no ven más que amenazas a su poder absoluto por todas partes. Su principio estrella es el de defender la pureza de su país y criticar los riesgos que vienen de fuera. Baste recordar a los dictadores de los países árabes que defendían que las revueltas venían provocadas desde el extranjero, o las conspiraciones exteriores que todo dictador que se precie tiene siempre en la boca. Por ello hasta unas luces de colores en un árbol de Navidad es una terrible amenaza. Naturalmente, este gesto también sirve para constatar que el nivel intelectual y mental de los dirigentes de Corea del Norte es francamente mejorable. En un mundo globalizado ellos quieren estar aislados al máximo. Los líderes de Corea del Norte llevan décadas condenando a su pueblo a vivir en la Edad Media en pleno siglo XXI.

La muerte del dictador abre paso a la llegada al poder de uno de sus hijos. Siempre que muere un tirano, aunque lo haya dejado todo escrito para perpetuar su régimen, se viven momentos de duda. Es una incógnita, por ejemplo, saber si en Corea del Norte hay una disidencia con cierta fuerza que pueda aprovechar este periodo de dudas para asomar la cabeza sin temor a que se la corten. Tambien es clásico cuando muere un dictador que la represión del régimen sea mayor, porque están como locos por demostrar que nada ha cambiado y que ellos siguen siendo los que mandan. En este sentido, se entiende la alerta del ejército de Corea del Sur. Temen quizás que el nuevo dictador quiera hacer algún tipo de demostración de fuerza.

Corea del Norte es un país, como digo, muy extraño. Completamente aislado del resto del mundo, pero permanente motivo de preocupación, sobre todo para sus vecinos del sur. Es, como recuerdan hoy todas las crónicas, el último Estado estalinista que queda en el mundo. El funeral por el dictador será el 28 de diciembre y sí, a algunos les parecerá una macábra inocentada que el país tenga que seguir padeciendo esta férrea y asfixiante dictadura, ahora en manos de su hijo. Kim Jong-Il murió de fatiga. Un término similar podría usarse para expresar cómo deben de estar muchos ciudadanos norcoreanos: absolutamente fatigados, cansados, hartos de vivir de este modo. Su muerte abre un periodo de dudas e incertidumbres, pero a diferencia de las dudas e incertidumbres en algunos países árabes estos últimos meses, las posibilidades de que esta fase desemboque en una apertura del país o en un avance democrático son nulas.

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