Afirma Arturo González-Campos en el prólogo de Cine con cosas, editado en la colección Somos B, de Penguin Random House, que “este no es un buen libro, no nos flipemos, y desde luego, yo no soy un buen escritor”. Poco después cuenta que alguien le dijo una vez “si no escribes bien, todo mejorará si, al menos, escribes sobre aquello que amas”. A diferencia de lo que el autor dice de sí mismo, no creo que no escriba bien, pero desde luego lo que está claro es que ama el cine.
El libro, muy entretenido y libérrimo, está escrito para compartir esa pasión por el cine, y también está escrito contra los algoritmos. Y ya solo con esa declaración de intenciones me gana. Cuenta que incluye en la obra películas reveladoras y especiales para él, aunque no sean las más valoradas, vistas o premiadas, porque nada importante en la vida es susceptible de ser reducido a un algoritmo, porque hay películas que dejan indiferente a muchos pero remueven a otros, porque, como dijo José Luis Cuerda y recoge el autor en la obra, “no hay fórmula matemática que exprese un deseo”.
En el canon del autor hay películas que no suelen aparecer en ningún otro ranking, lo que lo hace más interesante. Entre las películas que menciona y no he visto, apunto ¡Three amigos!, de John Landis; La edad de la inocencia, de Martin Scorsese; El camino, de Ana Mariscal; El candidato, de Michael Ritchie; Don Camilo, de Julien Duvivier; Hero, de Zhang Yimou, y Monsters University, de Dan Scanlon.
También incluye toda clase de listas, algo que agradecemos los lectores que adoramos las listas. Hay para todos los gustos. Listas de películas de cine dentro del cine, de actores que “si salen, la veo”, de mejores comienzos de películas, de libros que aún no han sido adaptados al cine y deberían serlo, de musicasis (películas que son casi musicales, sin serlo), de películas sobre política, de bandas sonoras, de objetos que se convirtieron en un protagonista más de la trama, de besos de cine o incluso de las películas que tendrían que haber entrado en este libro pero no cupieron al final…
El autor entremezcla comentarios sobre las películas elegidas con anécdotas personales, desde la puntualidad a la hora de hacer sus necesidades de su vecina hasta un viaje transformador a China. Es muy interesante la vivencia que cuenta sobre La gata sobre el tejado de zinc, que fue a ver a un cine de verano con su madre, y de la que ambos sacaron dos lecturas muy diferentes. “En realidad ambos teníamos razón y la película era ambas cosas, una para cada uno, siendo capaz, sin embargo, de emocionarnos a los dos por razones diferentes por completo, mientras la obra seguía siendo exactamente la misma”.
El libro incluye además buenas reflexiones y hallazgos sobre el cine. Por ejemplo, habla de los conceptos de películas corcho, a las que has tratado de hundir, y aun así flotan, y películas azucarillo, las que parecen rotundas cuando se estrenen y desaparecen de tu cabeza inmediatamente. También es muy interesante lo que escribe sobre el injusto olvido y abandono a los que solemos someter a las películas antiguas. “Con el cine pasa lo contrario que con la pintura. Mientras que ahí el arte mide el está continuamente puesto en entredicho y hay un consenso en aplaudir las obras de los clásicos, mientras nadie discute a Goya o a Velázquez (menos mal), todos arremeten contra la última exposición de ARCO o se pasean por el MOMA con sonrisa ladeada y un sentimiento de que eso no es arte. Al cine ahora mismo le ocurre lo contrario. Cualquier obra que venga de más allá de los ochenta es considerada caduca y difícilmente digerible y, por tanto, olvidable”, escribe.
Cine con cosas, en fin, es un libro libérrimo y muy divertido en el que un loco del cine comparte sus pasiones y sus películas preferidas (al menos, las que entraron en la extensión acordada con su editorial para este libro), mientras defiende una vida muy necesaria en estos días, que cada uno de nosotros somos nuestro propio algoritmo. Y que así sea por muchos años.
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