Ni la playa, ni la piscina, ni los helados, ni siquiera las vacaciones. Lo mejor del verano es la irrupción de una multitud de planes culturales al aire libre. Desde los pueblos más pequeños a las grandes ciudades, florecen por todas partes cines de verano, festivales, conciertos y toda clase de actividades bajo las estrellas. La cultura sale a la calle en verano, se calza las sandalias, viste manga corta. Los teatros, las salas de concierto y los museos están ahí todo el año, por supuesto, benditos oasis, pero en verano siempre hay más planes especiales entre los que elegir y, vayas donde vayas, la oferta cultural se vuelve más cercana, más a mano, más callejera y tentadora.
Anoche, por ejemplo, descubrí casi de casualidad, que es como se descubren las cosas que más valen la pena en la vida, el Jardín de los Sentidos, un maravilloso ciclo de conciertos que se celebra en el jardín del Palacio Quintanar en Segovia. Es un espacio maravilloso en el que de noche, a partir de las nueve y media, cuando empieza a anochecer, hay conciertos gratuitos de muy diversos estilos. La programación es muy diversa y heterogénea ya por lo visto y escuchado anoche, parece que hay un público fiel que acude a cada cita, por distintas que sean entre sí, dispuesto a pasar del flamenco a la canción de autor, de los ritmos brasileños a otros más clásicos, siempre dispuestos a dejarse sorprender.
Anoche fue el turno de Ove, el cantautor madrileño Alejandro Ovejero, que acaba de publicar un disco junto a Rebeca Gismero, que lo acompaña con su voz y con su saxo. Ambos presentaron las canciones de Daruma, el disco que debe su título a un amuleto de la suerte japonés, un muñeco que simboliza los deseos, y que los hace presentes y te los recuerda.
Pensaba anoche, mientras escuchaba las cuidadas letras de las canciones y disfrutaba del fabuloso entorno, que hacía mucho tiempo que no acudía a un concierto de un artista del que no había oído hablar. Y pensaba que tengo que volver a hacerlo más. Porque, por supuesto, es bonito acudir a conciertos de artistas que uno conoce y en los que espera esta o aquella canción, este o aquel verso concreto, pero es una experiencia maravillosa dejarse sorprender, acudir a un recital sin saber bien lo que uno va a encontrar, detenerse a escuchar los ritmos y la letra, con atención, con respeto a la música, con curiosidad. Es enriquecedor y sorprender. Es muy gratificante.
Contó Alejandro Ovejero que lo bello de las canciones, de todas, es que cada cual puede darle la interpretación que desee y que eso es lo que busca con sus temas. También dijo que muchas de las canciones de su disco pueden parecer en un primer momento historias de amor, pero que él las percibe más como una especie de monólogo interior. Son letras preciosas y, efectivamente, lo suficientemente ambiguas y metafóricas como para que cada cual pueda entenderlas a su manera, para que pueda llevarlas a su propia experiencia, para darle otros sentidos.
El disco, que puede escucharse en las principales plataformas de música, vale mucho la pena y es un todo un descubrimiento. La guitarra y el saxo casan a la perfección, igual que lo hacen las voces de ambos. Fue, en fin, una noche estupenda en el segoviano Jardín de los Sentidos, otra preciosa noche de verano en la que la cultura al aire libre embellece la vida.
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