Conocí por primera vez a Marina Garcés en un programa de radio en la calle en Sant Jordi en Barcelona en 2018. En uno de esos instantes mágicos de la fiesta del libro y la rosa, la filósofa mantuvo una deliciosa charla con el poeta Joan Margarit sobre el papel de la filosofía y de la poesía en este mundo acelerado de hoy en día, que pareciera cerrarle las puertas a ambas disciplinas, y que sin embargo las vuelva más necesarias. Desde entonces, he seguido otras entrevistas e intervenciones públicas de Garcés, de la que admiro su lucidez, su vocación didáctica, su conexión en el tiempo en el que vive y su encendida defensa de la filosofía del mejor modo posible, es decir, ejerciéndola, pensando y planteando reflexiones sobre lo que nos hace humanos. Así que cuando este año, también por Sant Jordi y también en Barcelona, encontré en la maravillosa librería Finestres el último libro de Garcés, no pude ni quise resistirme a comprarlo, aunque iba ya excesivamente cargado.
En La pasión de los extraños. Una filosofía de la amistad, editado por Galaxia Gutenberg, la autora reflexiona sobre este vínculo tan valioso y tan único. Ya dijo Aristóteles que nadie querría vivir sin amigos. “La amistad es a la vez tan cotidiana y tan rara que no hemos construido instituciones para ella. Para ser amigos no nos casamos ni necesitamos firmar documentos o inscribirnos en un registro, elaborar unos estatutos o aprobar un proyecto”, leemos casi al comienzo del ensayo, que nos ofrece grandes reflexiones sobre la visión de la amistad hoy en día. La autora huye tanto de la mirada clásica a la amistad como algo virtuoso (y masculino) como de la actual idealización algo interesada de este vínculo, dado que a menudo se presenta la amistad como una especie de bálsamo ante la dureza del mundo. Ella opta por levantar su propia filosofía de la amistad basada en esa pasión de los extraños.
Es especialmente lúcido el modo en el que la autora reflexiona sobre la amistad en nuestros días, con referencias al tiempo presente. Así, por ejemplo, habla sobre cómo las redes sociales, tan llenas de impostura, impactan en nuestras vidas, cuando afirma que “este núcleo de verdad que hay en la amistad parece ser una de las últimas certezas que quedan en pie, hoy, en una esfera pública de existencias fake. Entre todos alimentamos el simulacro de felicidad que devora nuestro tiempo y nuestro deseo en las redes. (…) Nadie necesita creerse en simulacro, porque lo que importa son solamente sus efectos calmantes”.
También habla de cómo afecta la hiperconexión a la amistad. “El no news, good news deja de ser cierto, porque quien interrumpe su estado de conexión permanente o bien nos preocupa o bien nos ofende”. La intimidad pasa a ser un asunto público. Así que vivimos en un tiempo de proximidad simulada en el que la intimidad pierde todo su valor, cuando la amistad se asienta, precisamente, en la distancia y en compartir espacios de intimidad. Ahora vivimos tiempos de inmediatez en los que “las amistades conectadas apenas componen una historia de historias. Son una sucesión de experiencias debidamente documentadas y comunicadas”.
La autora, como decía, pone bajo sospecha el ideal clásico de la amistad, que parte de la idea de Aristóteles de que existen tres tipos de amistad, por interés, por placer y la amistad perfecta o verdadera. Le chirría tanto consenso sobre esa amistad perfecta y cuestiona ese ideal, que considera androcéntrico y jerárquico. Según la filosofía de la amistad de Garcés, la amistad no sería el amor mutuo de los hombres virtuosos sino la necesidad de aproximarnos infinitamente a lo extraño de los demás y de nosotros mismos. La proximidad de la amistad no anula la extrañeza, sino que la convierte en compañía, explica.
Para apoyar su teoría, la autora repasa algunas reflexiones sobre la amistad de grandes pensados. De Epicuro, por ejemplo, recuerda sus planteamientos sobre la utilidad de los amigos. Reúne las críticas de Nietzsche y Kierkegaard al concepto del amor al prójimo defendido por el cristianismo, porque parte de la sospecha de la amistad como muestra de egoísmo y como una virtud pagana desde la perspectiva cristiana. Cita a Gilles Deleuze para sostener que la amistad es la percepción del encanto (charme) de otro. Garcés defiende que “la amistad es la única forma de amor que ama la distancia del otro” y también sostiene que la democracia, y la amistad, como la capacidad de acercarse a los extraños. Y afirma que “la tendencia más general es a construir refugios de amigos y amigas que lo que buscan es parecerse mucho -en edad, gustos, identidades y necesidades- para sentirse a salvo de lo incomprensible del estado actual del mundo”.
Entre los filósofos en los que se apoya Garcés también está Foucault, quien casi al final de su vida presentó la amistad como una forma de vida, en la que no se trata de identificar quién es uno, sino qué relaciones es uno capaz de entablar; no qué deseos nos definen, sino de qué podemos llegar a desear hacer o vivir con otros. Es decir, esa pasión por lo extraño que defiende la autora. “La amistad no es revolucionaria porque sea éticamente buena ni porque contenga un modelo de sociedad perfecta. Si lo es, es porque solo la posibilidad de la amistad hace soportable la sociedad”, concluye.
El libro también dedica un apartado a las amistades revolucionarias y vistas como sospechosas porque ponen en cuestión las estructuras y jerarquías sociales. Recuerda que en la Revolución Francesa, Saint-Just planeó otorgar condición legal a las relaciones de amistad. En el diario jacobino, la unidad política era impensable sin la amistad como garantía de la igualdad más perfecta. Esto le da pie a hacker de la camaradería, la fraternidad y la sororidad com figuras de la igualdad política. También reflexiona sobre el concepto de familia escogida, especialmente empleado en la comunidad LGTBI. Recuerda que el acompañamiento en la enfermedad y la muerte durante los primeros años del sida no lo hizo la familia biológica, que abandonaba a sus hijos y ni siquiera iban a sus entierros, sino los amigos, la familia elegida. La autora celebra el papel de los amigos como tales y, por eso mismo, porque la amistad tiene valor por sí mismo, se pregunta por qué desear más familia si podemos tener amigos.
Concluye la autora con un precioso epílogo que parte de los amigos imaginarios que tienen muchos niños para afirmar que “somos seres imaginarios. No sólo inventamos nuestras compañías, nuestros amigos o las formas de amar que nos vinculan. Somos seres de la imaginación de otros, efectos especiales de su capacidad de creer”. Nuestras amistades, nuestros recuerdos compartidos y hasta nuestros códigos y lenguajes propios dependen en realidad de los otros, porque no existe la memoria ni ninguna vida plena posible siendo uno solo. La amistad abraza la soledad, la distancia y la extrañeza de otros, la respeta y le da sentido a la existencia. Es un vínculo único que merecía un tratado tan lúcido e inspirador como el último libro de Marina Garcés, que sin duda invita al lector a celebrar sus amistades.
Garcés cita un estudio en 24 países que demuestra que la risa entre amigos suena de otro modo. “Reír entre amigos es una de las imágenes más universales de la felicidad y de la vida plena”, escribe Garcés. Leer un libro tan hermoso sobre la amistad también entraría en ese catálogo de imágenes universales de la felicidad y la vida plena.
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