“Nada enriquece tanto los sentidos, la sensibilidad, los deseos humanos, como la lectura. Una persona que lee, y que lee bien, disfruta muchísimo mejor de la vida, aunque también es una persona que tiene más problemas frente al mundo”, escribió Vargas Llosa. Lo leí en uno de los obituarios del escritor la semana pasada y lo he recordado esta mañana recorriendo fascinado las calles de Barcelona en su día más bello, repleta de libros, rosas y sonrisas por Sant Jordi. Da igual los años que uno haya vivido esta fiesta, siempre te pilla por sorpresa, cada vez es como la primera. Sant Jordi despierta un asombro infantil, puro, incontrolable. Y de eso, básicamente, va la vida, de abrazar aquello que te haga sonreír y te ponga nervioso de alegría como cuando eras niño.
Vargas Llosa vivió en Barcelona unos años decisivos en su carrera literaria. Él dijo que esta ciudad le hizo escritor. Este Sant Jordi, el autor de Conversación en la catedral ha estado muy presente en las charlas entre libreros, escritores y lectores, personas que, en efecto, como él dijo, disfrutan mucho mejor de la vida todo los días del año, no digamos ya cada 23 de abril, la fiesta del libro y la rosa, de la literatura y el amor, pero que también acuden a los libros, y quizá ahora más que nunca, no sólo para evadirse, sino para intentar entender este mundo loco en el que vivimos. Es ese doble papel de la literatura como oasis y como espejo a la vez. Construcción de otros mundos y retrato de éste. Posibilidad de vivir otras vidas y lugar en el que reflexionar sobre la que tenemos. Eso que llamamos ficción y eso que llamamos realidad, con fronteras tan porosas. Oasis y espejo.
Pienso, mientras escribo estas líneas en el tren de vuelta a Madrid y rememoro un día espléndido en mi querida Barcelona, que esta ciudad que tanto amó Vargas Llosa, en la que estalló el boom latinoamericano, la ciudad de Carlos Barral y Carmen Barcells, la ciudad de los prodigios, ha vuelto a deslumbrar hoy de un modo especial, como sólo ella sabe. Nunca como en Sant Jordi la bellísima Barcelona luce tan resplandeciente e ilusionante, aún más que de costumbre. Ningún otro lugar del mundo celebra el Día del Libro como lo hace esta ciudad literaria por excelencia.
Un año más, Sant Jordi ha vuelto a ser oasis, sí, porque al menos un día al año hemos podido recorrer una ciudad entera volcada en una fiesta en torno al libro, y ha sido también espejo, porque los libros más demandados explican mucho de nuestra sociedad y porque, como siempre, muchos hemos vuelto a descubrir autores que no conocemos con colas interminables de lectores esperando sus firmas. También hemos visto a escritores consagrados al lado de influencers o famosos de toda índole que dicen hacer escrito un libro que, al parecer, muchísima gente quiere tener firmado, no sabemos ya si leerlo también, pero ésa es otra historia.
Esta mañana, viendo cómo se iban llenando las paradas de libros y rosas, me veía rodeado de ese oasis libresco de los poemas y de la prosa más imaginativa, que nos lleva a otros mundos, que nos permite escapar de esta realidad gris, pero también del espejo que nos invita a reflexionar sobre esa misma gris realidad. Y no faltan temas para pensar, sobre los que intentar informarse y saber más leyendo, que copan las novedades de ensayos. La acelerada y muy peligrosa deriva autoritaria de Estados Unidos, los inquietantes ataques al feminismo y a todo lo que a la gente retrógrada le suena a woke, las guerras de Israel en Palestina y de Rusia en Ucrania, el auge de la Inteligencia Artificial, la posibilidad de que la filosofía nos dé armas para resistir en este mundo acelerado y con las prioridades confundidas.
Por si había pocos debates hoy, naturalmente, también se ha hablado de la polémica por el libro El odio, cuyo autor, Luisgé Martín, concedió ayer al canal 24 Horas su primera entrevista tras lo ocurrido, en la que pidió que el libro se publique, después de que Anagrama extinguiera el contrato con él. Es un tema delicado que ha trascendido más allá de lo literario, en el que demasiada gente ha defendido alegremente que se censure la publicación de una obra que no ha leído, lo cual resulta inquietante.
Este año, Sant Jordi ha contado en Barcelona con 452 paradas de libros y rosas, el doble que antes de la pandemia. Cada vez es más grande, tiene más espacio y hay más gente. No para de crecer esta fiesta popular y masiva, a ratos incluso algo agobiante, pero siempre mágica y única. Lo que más me gusta de Sant Jordi es, cada vez más, su víspera, ver cómo la ciudad se va preparando para transformarse en una isla literaria, en una ciudad de fantasía, mitad verdadera, mitad de ensueño, durante 24 horas. Como un hechizo. Como un cuento, pero muy real, con libros y rosas por todas partes.
La víspera de Sant Jordi es la promesa de una fiesta que siempre sorprende, por más que uno crea saber lo que le espera. En la víspera de este año, por ejemplo, he disfrutado mucho del encuentro de editoriales independientes como las afueras, Pepitas de calabaza o Altamarea, que se celebró el domingo en la Plaza de las Navas. Ayer por la tarde visité mis librerías preferidas de la ciudad, como Finestres o La Central. Esta vez, la de la calle Mallorca, con muchas ganas ya de descubrir la nueva que abrirán en Consell de Cent en verano. Allí cogí su ya clásico especial de Sant Jordi, repleto de recomendaciones. Había mucha actividad en las librerías, preludio de un gran Sant Jordi. Y en la víspera de la gran fiesta, claro, me encantó también ver los monumentos y lugares emblemáticos de la ciudad engalanarse como merece el mejor día del año, pero también cada tienda, cada balcón. El pulso de la ciudad empieza a acelerarse poco a poco, hasta el estallido de alegría y devoción por la literatura y el amor de cada 23 de abril.
En esas calles repletas de lectores, cuelgan los carteles oficiales de la Diada. Este año ha provocado cierta polémica (qué sería de Sant Jordi sin sus pequeñas polémicas de cada año, que no hacen más que reafirmar su importancia) el eslogan oficial elegido por la Generalitat para celebrar la fiesta: Sant Jordi és de tothom (Sant Jordi es de todos). Ha sentado mal a algunas personas que recuerdan que siempre lo ha sido y creen ver en ese mensaje del actual govern socialista una crítica velada a los anteriores gobiernos independentistas, y que también ven con malos ojos que se parezca al eslogan de acción del propio gobierno catalán, que dice querer ser un gobierno para todos. Hasta hay quien le echa en cara que quiere descatalanizar Sant Jordi. Muchas de esas críticas, la verdad, parecen esconder una mal disimulada concepción patrimonialista del poder, pero no ensuciaré esta crónica con más politiqueo. Lo cierto es que Sant Jordi ha sido, es y será de todos, es verdad, de todos y de cada uno, porque cada persona vive su propio Sant Jordi. Y está bien que así sea. Una fiesta más popular que oficial, más alegre que solemne, más callejera que institucional.
Nunca sobran los actos institucionales y oficiales, pero Sant Jordi, lo sabe bien todo el mundo, es otra cosa, está siempre muy por encima de todo ello. Como seguimos en luto oficial por la muerte del papa Francisco, la Generalitat ha suspendido algunos de los actos previstos, los que considera estrictamente festivos, como la chocolatada. Uno de los escritores con más lectores aguardando su firma hoy ha sido precisamente Javier Cercas, cuyo último libro, El loco de Dios en el fin del mundo, habla precisamente del papa, a quien el escritor acompañó en su viaje a Mongolia, un país con apenas 2.000 católicos. Una vez más, la literatura como espejo de la realidad.
La noticia de la muerte del papa se coló también, lógicamente, en el diálogo entre Salvador Illa y Javier Cercas el día previo a Sant Jordi, que se pudo seguir por YouTube. Estos diálogos de Sant Jordi son una de las más interesantes novedades de la Generalitat este año. En esa charla, Cercas contó que el milagro anual de Sant Jordi en Cataluña es algo único en el mundo, que no hay fiesta ni remotamente parecida a ésta, y que el papel de las instituciones debe ser acompañarla, sin más, con lo que el president estuvo de acuerdo. Cercas también recordó que en sus primeras firmas por Sant Jordi sólo firmó libros a su madre y algunas amigas que le enviaba ella, pero que eso es lo de menos, porque lo mágico es la fiesta popular que invade la ciudad.
También fue muy interesante el pregón de Sant Jordi, que tuvo forma de charla entre la escritora mexicana Cristina Rivera Garza y Anna Guitart, con un guiño al papel de Barcelona como invitada a la Feria del Libro de Guadalajara. Como bien dijo, leer es respirar al unísono, porque el que lee dialoga, debate, duda y también descubre que el mundo puede ser algo más, que hay mucho mundo más allá de nuestra vida. Vale la pena recuperar su pregón, en el que dijo que “no imaginamos en abstracto, en una torre de márfil alejados de los otros”. De nuevo, el oasis y el espejo, la ficción y lo vivido, la fantasía y la cruda realidad.
Pero, lo dicho, Sant Jordi es, por encima de todo, una fiesta callejera, popular, incontrolable, una bendita locura. Una vez más, la fiesta del libro y la rosa ha regalado estampas preciosas desde primera hora de la mañana, que escribo ahora en el móvil desde este tren para dejar recuerdo, mitad oasis, mitad espejo, de lo vivido horas antes. El día empieza con la gente que me quiere deseándome un feliz Sant Jordi, conscientes de lo importante que es para mí. Me contengo para no salir a la calle de madrugada, como un niño en la mañana de Reyes deseoso de abrir los regalos. Leo los temas de la prensa catalana sobre Sant Jordi, con la clásica foto y fiesta de escritores de La Vanguardia, la previa de El Periódico y distintos artículos de opinión en otros medios.
Salgo finalmente a la calle cuando las paradas aún no están en marcha, pero ya hay personas haciendo colas para las firmas, que no empezarán hasta las once en la mayoría de los casos. Encuentro puestos de rosas en cada rincón, quizá más que otros años. TV3 emite ya desde primera hora toda su programación desde la plaza de Cataluña, donde unos operarios termina de montar una caseta que, horas después, descubriré que es del Centro de Excursionistas de Cataluña. Una pareja joven se entrega su rosa de Sant Jordi y los más madrugadores compran las suyas para la gente amada, las primeras rosas de las más de siete millones que se regalarán este día en toda Cataluña. Un niño va al cole con un casco, un escudo y una espada de cartón, todo feliz como un pequeñín Sant Jordi. Los libreros terminan de colocar los ejemplares, abriendo cajas y más cajas de cartón, y hay repartidores con rosas por todos lados. La Cadena SER ya ha instalado su escenario de todos los años. Una joven riega con un humidificador las rosas de su puesto, para que luzcan frescas. Poco a poco empieza la actividad y no faltan quienes compran los libros antes de ir a trabajar, mientras los libreros se siguen afanando en terminar de colocar todos los ejemplares y los carteles que anuncian las firmas.
A eso de las nueve y cuarto, empiezan a aparecer los primeros grupos de colegiales a los que sus profes sacan a la calle, como debe ser, el día de Sant Jordi. Las colas de lectores y lectoras esperando su firma no paran de crecer. Me encanta descubrir las paradas de nuevas editoriales y librerías. Tal vez por la competencia de puestos no oficiales, las floristerías innovan cada vez más. Por supuesto, siguen vendiendo la rosa tradicional, pero hay peluches del dragón y de Sant Jordi, y cada vez más arreglos florales diferentes, además de tosss preservadas, que en teoría, duran para siempre, como la magia de Sant Jordi, que se concentra en un día, pero que se recuerda todo el año. Me maravilla, como siempre, la diversidad de editoriales y librerías, algunas muy, muy especializadas. Y la convivencia de unas al lado de otras. Un reflejo de cómo debería ser la vida en sociedad. Hay puestos también de partidos políticos, a los que hago el mismo caso que siempre, ninguno. Todo lo contrario que a las paradas de libros de segunda mano, donde siempre se encuentran joyas sorprendentes y es un lujo echar el rato rebuscando.
Este año la superisla literaria es más grande que nunca. Va adueñándose cada vez de más espacio de la ciudad. Terreno ganado por los libros y las rosas a los coches y el ruido. Aunque sólo sea un día al año, es paradisíaco. Hablo con amigos que celebrarán este Día del Libro con distintos planes. Me gusta. Hay gente contraria a los “días de”, pero yo creo que es bonito que haya planes en torno a la literatura.
Me paro en el estudio en la calle de la SER y escucho una interesante tertulia con Mara Torres y José Luis Sastre, entre otros periodistas de la radio, que hablan de sus libros y de su relación con el día de Sant Jordi. A la radio, igual que a las librerías a las floristerías, le sienta genial salir a la calle. Es siempre otro de los alicientes de Sant Jordi. Mientras ocurre la tertulia en la SER, Javier Cercas pasa andando por la calle, supongo que camino de su primera firma. Paso rápidamente por el hotel para guardar los libros en los ya pocos huecos que quedan en la maleta. Me pongo de fondo TV3 y veo una entrevista con Javier Cercas, así que no se dirigía a su primera firma, sino a esta entrevista, cuando lo vi caminar poco antes. También hablan de sus últimos libros Albert Sánchez Piñol y Dolores Redondo. Me encanta el saludo de uno de los reporteros de la tele pública catalana: bon millor dia de l’any (buen mejor día del año). Tal cual.
Bajo a Las Ramblas, que no pueden faltar en Sant Jordi, a pesar de las obras en uno de sus tramos. Por todos lados hay turistas boquiabiertos con lo que ven. Algunos se habrán encontrado de imprevisto con esta invasión de rosas y libros en las calles. Bendito descubrimiento. También hay escritores debutantes. Según leo en los medios, el francés Pierre Lemaitre ha dicho esta mañana en el encuentro de cada año en el Palacio de la Virreina que era increíble que el libro sea el centro del mundo. Al menos por un día, al menos en Barcelona, es exactamente así. Sigo con mi recorrido. Un bebé lleva un peluche en el carrito. Haciendo afición desde bien pequeños. El diario Ara regala unos globos azules que veré durante todo el día por las calles.
Hoy abren sus puertas muchos edificios de la ciudad. Visito el Ateneu. No había estado nunca, en Barcelona siempre quedan sitios por conocer. Me encanta. Se pueden visitar algunas salas de la segunda planta como la sala Pompeu Fabra (quien fue presidente del Ateneu entre 1924 y 1926), el jardín y la biblioteca, que es impresionante. Los libros antiguos de sus estantes nos recuerdan que hoy celebramos una pasión, la de la lectura, de la que somos herederos, muchos siglos después. Es bonito todo en este edificio, hasta el ascensor, de otra época.
A mediodía, en su jardín romántico, hay lecturas de poemas de amor y de desamor en catalán. Disfruto mucho la experiencia. Uno de esos momentos bellísimos que nos regala Sant Jordi, con calma, además, a una hora a la que las paradas de las calles empiezan a estar ya abarrotadas. La primera lectora fue la consejera de Cultura de la Generalitat y se sucedieron otras autoridades. Uno de los poemas se titula A Coruña, otra de mis ciudades preferidas, de la que llegué este año para Sant Jordi. Poesía. Entre los lectores de los poemas, alumnos y alumnas del curso de catalán del Ateneu.
Camino del restaurante donde comeré un menú de Sant Jordi, las radios y las teles siguen animando el día en las calles, tomadas ya definitivamente por los lectores. En el escenario de Ràdio 4, una actuación en directo de Sabor de Gracia, grupo de rumba catalana premiado con la Cruz de Sant Jordi este año. Es raro encontrarse con alguien sin rosas ni libros por la calle. Quien no los ha regalado o recibido ya, va en su busca. Dos chavales buscan en Google Maps la ubicación de la firma de su autora preferida. Están cerca. El día es cada vez más soleado y esplendoroso. Los últimos años hemos mirado al cielo esperando ahuyentar la lluvia y hoy casi agradeceríamos que se nublara un ratito, porque casi hace calor.
Paro para comer y descansar, un muy rico menú de Sant Jordi, con una rosa dulce como postre, no podía ser otro en un día como hoy. Leo algunas noticias en medios digitales. Me encanta esto que dice en La Vanguardia sobre Sant Jordi Daniel Fernández, director general de Edhasa y Castalia: “es un día en el que somos como nos gustaría ser en realidad. Reina el civismo y todo el mundo sonríe. Por unas horas, todos mandamos a tomar viento al dragón de la realidad”. Maravilloso. Posiblemente, la mejor definición de Sant Jordi que he leído nunca. También leo, mientras espero al postre, las noticias sobre la entrega del Cervantes a Álvaro Pombo, que al final sí acudió a recogerlo pese a su frágil estado de salud, aunque no leyó él el discurso, sino Mario Crespo.
Doy una última vuelta. Se nota que la gente que trabaja aprovecha la hora de la comida para acercarse a las paradas de libros y rosas. El ambiente es fabuloso. Ya de vuelta, más música y radio en directo. En la SER, para entonces ya al final de su informativo de las 14 horas, Javier Casal entrevista a David Uclés, autor de La península de las casas vacías, uno de los libros más comprados hoy, que trata sobre la Guerra Civil.
Vuelvo a la plaza Catalunya y descubro que uno de sus semáforos ha cambiado el señor verde por una figura de Mortadelo. Quizá ya estaba así antes, pero yo no me había percatado, y me parece un guiño precioso a este día. También me encanta comprobar que el ayuntamiento ha instalado una pizarra para que la gente escriba sus historias de Sant Jordi. Me entretengo un buen rato con los mensajes en muchos idiomas, dibujos, historias y frases que la gente comparte. Historias de amor, de amistad, de duelo por esa rosa que por primera vez no se recibirá este año, de deseos de que la Diada de este año sea la primera vez de muchas para quienes tienen la suerte de descubrir esta fiesta. Una mujer de Marsella escribe que está tan enamorada de Barcelona que una amiga suya le dice siempre que ha debido de vivir cosas maravillosas en esta ciudad en otra vida.
Un chico toca La Bohème al piano, con una rosa roja encima. Ahora sí, no hay mejor broche, un final perfecto para un día insuperable.
Termino de escribir estas líneas ya con el tren acercándome a Madrid, y con ella, a la rutina, pero con una enorme resaca emocional que me acompañará mucho tiempo. Vuelvo a pensar sobre ese rol de la literatura de oasis y espejo a la vez con el que empezaba esta crónica. Pensándolo mejor, tal vez esa doble función no sea tal, porque aquello con lo que soñamos o fabulamos, lo que inventamos para evadirnos, dice en realidad mucho de nuestra vida y de nuestros temores. Soñamos con lo que no tenemos y deseamos o tememos, queremos vivir otras vidas en las páginas de un libro, lo que conecta inevitablemente con nuestro propio mundo, ése que intentamos entender en los ensayos o en las novelas sin ficción (y hasta en las novelas puras y duras, esas mentiras que dicen la verdad). Así que esa imagen de la literatura como oasis y como espejo, que de un modo tan bello y apabullante ilumina Barcelona cada 23 de abril, es en realidad una moneda con dos caras inseparables. Como lo son también cada Sant Jordi el amor y la literatura, la rosa y el libro. Ya queda menos para el 23 de abril del próximo año.
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