Lo raro es vivir

 Tomaba notas de lo que le había dicho y era el único rato del día en que la realidad despedía otro aroma, se retorcía agitada por un viento salino y le salían pájaros volando”, leemos en un bello pasaje de Lo raro es vivir, de Carmen Martín Gaite. Eso de que la realidad despida otra aroma y le salgan pájaros volando refleja con exquisito lirismo lo que la narradora de la novela siente al escribir y ordenar sus ideas, que es también lo que debía de sentir la propia Carmen Martín Gaite, desde luego, y lo que sentimos quienes leemos sus libros y quedamos prendados ante su singular prosa. 

Entre los pocos libros de Martín Gaite que me quedaban por leer estaba esta novela de 1996, la antepenúltima que publicó la escritora salmantina, en la que encontramos su prosa hipnótica, sus diálogos llenos de viveza y oralidad, como si se fueran escribiendo a medida que pasamos las páginas, como si de verdad ocurrieran a medida que leemos. También aparecen aquí varios de los temas clásicos en sus obras, como el poder de la conversación, la memoria, la fantasía, la muerte, el paso del tiempo, la importancia de la literatura y de las historias que contamos y nos contamos, o las relaciones materno filiales. 

La protagonista de la novela es una treinteañera cuya madre acaba de morir. No tenían una relación especialmente estrecha, nada sencilla. El recuerdo de su madre, el duelo por su muerte, es el hilo conductor de un libro con una trama mínima en la que, como es costumbre en las obras de Martín Gaite, se entremezclan recuerdos, ensoñaciones, encuentros fortuitos y divagaciones de todo tipo. Porque la protagonista, que también es narradora de la novela, habla de su trabajo, de la historia con la que ahora está obsesionada, de sus amores pasados y presentes, de su etapa como autora y cantante de rock, de todos los caminos que su vida pudo tomar y no sufrió. 

El libro comienza con la visita de la protagonista a una residencia en la que vive su abuelo, que no sabe de la muerte de su hija, la madre de la narradora. Aquella visita desencadena toda la obra. “Los días que siguieron están enhebrados en mi recuerdo por la perentoria necesidad de continuar aquella historia, aunque presumía que la aguja para coserla no iba a manejarla yo”, leemos, con ese estilo tan singular y cautivador de la autora salmantina. 

La narradora es un poco caótica, indecisa, está dolida por la muerte de sus madre, no sabe bien lo que quiere hacer con su vida, le atrae todo lo enigmático y sorprendente, le atrae el arte y también la filosofía, tiene conversaciones profundas al lado de otras aparentemente banales… Es un personaje muy bien construido y muy complejo, muy rico, lleno de matices. En algún momento de la novela hagas con su gato, que se llama Gerundio, y también con su madre muerta. Entrelaza recuerdos, sueños y vivencias, sin que experimente estas últimas como más reales que aquellos

Entre la divagación existencialista, la reflexión sobre el amor, sobre lo que le da sentido a la vida, sobre la vocación, sobre los caminos que, voluntariamente o no, vamos tomando, siempre está llevándonos de la mano el estilo fascinante de Martín Gaite, que tan magistralmente hacia parecer fácil lo difícil. Y, entre medias, píldoras de sabiduría, como ese “lo raro es vivir” que da título al libro, la idea de que “el secreto de la felicidad está en no insistir” o está otra frase, tan propia de la autora salmantina, tan maravillosa: las vidas van siempre en borrador, tal que así las padecemos, nunca da tiempo a pasarlas en limpio”. Y así, como en borrador, como sucediendo a medida que leemos, llenos de vida y de autenticidad encontramos siempre los libros de Carmen Martín Gaite, cuyo centenario este año haremos bien en celebrar del mejor modo posible, leyéndola, dejándonos deslumbrar por sus obras. 


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