La necesidad de defender la democracia ante los riesgos de la autocracia, el fanatismo y la radical polarización es uno de los grandes retos de nuestros días. No es extraño que muchos expertos lleven años dedicándose a estudiar sobre este fenómeno. Entre ellos, los profesores de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, que son los autores del muy influyente Cómo mueren las democracias, donde resaltaban la tolerancia mutua entre opciones políticas distintas y la contención institucional como claves para preservar el sistema democrático. En 2023 publicaron un nuevo ensayo, La dictadura de la minoría. Cómo revertir la deriva autoritaria y forjar una democracia para todos, recientemente editado en España por Ariel con traducción de Guillermo Gómez Sesé.
El libro se escribió bajo la presidencia de Biden y cuando el hipotético regreso de Trump a la Casa Blanca resultaba aún improbable. En parte, se nota, aunque en todo momento los autores insisten en que el final de la primera presidencia de Trump no se podía interpretar como el fin de las amenazas al sistema democrático en Estados Unidos. Lo mejor del ensayo es la forma didáctica en la que se sistematiza cómo se puede calibrar la calidad de una democracia, qué señales se deben tener en cuenta y qué actitudes definen una actitud antidemocrática. Los autores destacan tres principios fundamentales para ser demócrata: respetar los resultados de unas elecciones, rechazar sin ambigüedades la violencia y romper siempre con las fuerzas antidemocráticas. A quienes no cumplen esta última premisa los autores los llaman demócratas semileales. Los políticos leales expulsan a los extremistas antidemocráticos de sus filas, cortan todo vínculo -público o privado- con grupos aliados que incurran en conductas antidemocráticas, condenan sin ambigüedad la violencia política así como otras conductas antidemocráticas y unen fuerzas con partidos rivales y prodemocráticos para aislar y derrotar a los extremistas antidemocráticos. Ciencia ficción si miramos el auge de la extrema derecha en no pocos países, ante la connivencia de la derecha tradicional.
El libro pone ejemplo de ambas actitudes en distintos países y en distintos momentos históricos. Por supuesto, como claro ejemplo de falta de lealtad a la democracia se señala el asalto al Capitolio estadounidense por parte de seguidores de Trump para intentar evitar la proclamación de Biden como presidente, una escena con la que comienza el ensayo. El ensayo establece un paralelismo entre ese golpe a la democracia y el asalto al Parlamento francés el 6 de febrero de 1934 por parte de grupos de extrema derecha, ante el que el primer ministro, Édouard Daladier, de centro izquierda, dimitió y fue reemplazado por Gaston Doumergue, de derechas. La derecha tradicional contemporizó con los asaltantes violentos igual que Trump con los asaltantes del Capitolio.
También hay ejemplos de actitudes de lealtad a la democracias, como la decisión del peronismo de aceptar su inesperada derrota en las elecciones de Argentina en 1983, cuando en ningún momento se plantearon no aceptar el resultado. O la unidad de todos los partidos políticos españoles ante el intento del golpe de Estado del 23-F. El politólogo Adam Przeworski definió brillantemente la democracia como “un sistema en el que los partidos pierden elecciones”. Los autores recuerdan que el 4 de marzo de 1801, EEUU se convirtió en la primera república de la historia que vivía una transferencia electrodos de poder de una formación a otra: el traspaso de poderes del federalista John Adams al demócrata-republicano Thomas Jefferson.
Quizá lo menos logrado o lo más discutible del libro sea su título. Los autores sostienen que muchos de los riesgos a los que se enfrentan las democracias proceden de minorías radicales. El ensayo, muy centrado en Estados Unidos, se publicó antes de las últimas elecciones presidenciales en aquel país, que ganó Donald Trump, y cuyo resultado obligaría a matizar algunas de sus afirmaciones o, incluso, la propia tesis que da título al libro, publicado antes de las elecciones presidenciales del año pasado. Porque se afirma que en 2016 Trump no obtuvo la mayoría del voto popular, lo cual es cierto, pero sí lo logró en 2024. Con todo, la muy bien argumentado tesis del libro (hay más de 100 páginas de notas) va más allá. Habla también de minorías de bloqueo en el Congreso, con el recurso al filibusterismo, o de decisiones sobre leyes de jueces del Supremo, por poner sólo dos ejemplos.
Los autores indican que es evidente que hay una serie de derechos y libertades individuales que no pueden ser sometidas a votación, que deben quedar protegidas de las mayorías. Sigue siendo un riesgo que las mayorías impongan su ley ante las minorías, que deben ser protegidas. Lo particular ahora es que nos afrontamos a un riesgo de tiranía de la minoría. “Las normas pensadas para limitar el poder de los ganadores puede ocasiones que ciertas minorías partidistas entorpezcan sistemáticamente o que incluso sometan a las mayorías”, afirman. En opinión de los autores, Estados Unidos cuenta con demasiadas instituciones y mecanismos contramayoritarios. En parte, la Constitución del país incluye tantos contrapesos como concesión a los Estados sureños que querían preservar la esclavitud y a los Estados más pequeños. De ahí, por ejemplo, que en el Senado tengan la misma representación todos los Estados independientemente de su población o la figura del Colegio Electoral que, de facto, podría conceder la presidencia a quien no ha ganado las elecciones. El sesgo a favor de los Estados pequeños beneficia hoy claramente al Partido Republicano. Entre 1992 y 2020, los republicanos perdieron el voto popular en todas las elecciones salvo en 2024, pero accedieron tres veces a la presidencia en ese periodo.
Noruega se muestra como un ejemplo a seguir. El país tiene la segunda Constitución más antigua del mundo, después de la estadounidense. En sus orígenes tenía, igual que esta, fallos, pero acogió 316 enmiendas entre 1814 y 2014. Hoy Noruega es uno de los países más democráticos del mundo. A lo largo del siglo XX, la mayoría de los países democráticos fueron eliminando sus instituciones contramayoritarias.
Los autores afirman que su país persiste la desigualdad racial. “Aunque Estados Unidos todavía no sea una democracia multirracial de verdad, está en camino de convertirse en una”, leemos. El deterioro democrático en EEUU pone en cuestión dos patrones que hasta ahora se tenían por seguros: nunca mueren las democracias ricas ni tampoco las que tienen más de 50 años de historia. El ensayo alerta contra las tácticas constitucionales duras, como el abuso de los vacíos de poder, aprobar leyes a medida para dañar a la oposición, abusar de prerrogativas legales o retorcer la interpretación de la Constitución. “El efecto cumulativo de medidas que parecen inocuas sirve para que quienes se oponen al liderazgo lo tengan más difícil para competir con él; y de este modo se reafirma el poder del Gobierno titular”, afirman, en un pasaje que recuerda los riesgos de debilitar la democracia desde dentro.
La situación actual del Partido Republicano, entregado al trumpismo, es muy alarmante para la democracia estadounidense, sobre todo, teniendo en cuenta que a mediados del siglo XX esta formación política fue clave en el avance en derechos civiles y en el sufragio. El problema es que, a la vez, se abrió paso un ala que sostenía que la formación debía ser el partido de los hombres blancos del sur molestos. Triunfó esa corriente, lo que dio pie a lo que se conoce como “El Gran Giro Blanco”. La población de EEUU cambió y ese dominio del voto blanco ya no garantizaba ganar elecciones. Lindsey Graham, senador republicano por Carolina del Norte, dijo en 2012: “no estamos generando suficientes blancos cabreados para mantener el negocio a largo plazo”. A inicios del siglo XXI, la mayoría de los blancos estadounidenses creía que la discriminación contra ellos era por lo menos tan grave como la discriminación contra los negros. La presidencia de Obama obtuvo una gran resistencia que tomó forma en un auge del nacionalismo cristiano blanco, como demuestra la irrupción del Tea Party antes de Trump. Ezra Klein: afirma por ello que “Trump no secuestró al Partido Republicano. Supo comprenderlo”.
El libro concluye con varias propuestas para fortalecer la democracia en Estados Unidos: reforma para incluir el derecho al voto en la Constitución y facilitarlo con medidas como celebrar las elecciones en domingo, abolir el Colegio Electoral y reemplazarlo por el voto popular nacional, reformar el Senado para que su composición sea proporcional a la población de los Estados, abolir el filibusterismo en el Senado, establecer límites al tiempo en el cargo de los magistrados del Supremo o hacer más sencilla la reforma de la Constitución. Los autores saben que es difícil y piden un movimiento ciudadano democrático. Pone como ejemplo la movilización del Black Lives Matter, en la que el 54% de los manifestantes eran blancos. En su opinión, y cuesta no darles la razón, la defensa de la democracia puede ser la gran lucha de nuestro tiempo, por fatigosa que pueda resultar. Y eso pasa, por supuesto, por denunciar cualquier comportamiento antidemocrático o que debilite las instituciones venga de donde venga.
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