No había leído nada de Elena Ferrante, pero sí había seguido con interés la historia de esta autora que escribe bajo pseudónimo y que mantiene en secreto su verdadera identidad. “No me arrepiento de mi anonimato. Descubrir la personalidad de quien escribe a través de las historias que propone no es ni más ni menos que un buen modo de leer”, declaró la escritora en una entrevista por correo electrónico hace unos años. Lo cierto es que lo importante de una novela es su calidad, lo que hace sentir a quien la lee, y poco importa, en efecto, la identidad de quien la ha escrito. Sucede también que en el mundo editorial es relativamente común y a veces muy exitosa la estrategia de marketing de mantener el anonimato de una firma exitosa. En la teoría, ese anonimato propiciará que los libros se defendieran por sí solos, por su calidad, pero en la práctica la autoría de Elena Ferrante despierta una expectación inmensa; desde luego, no menor que la de una escritora conocida que firma con su verdadero nombre.
En casos así ocurre algo parecido a lo que pasa con el artista callejero Banksy, que también mantener oculta su identidad. En teoría, busca con su arte efímero y su anonimato hacer reflexionar sobre el mundo del arte, pero en la práctica, incluso desde esa postura crítica y fuera del sistema, se ha terminado convirtiendo en un artista extraordinariamente bien valorado y cuyas obras son muy cotizadas en ese mismo sistema. Así que juegos artísticos como estos, consistentes en mantener el anonimato, nacen con la vocación del autor de mantenerse en la sombra y de dejar que sea su obra la que hable por sí sola, pero en muchas ocasiones termina siendo una estrategia comercial aún más poderosa que las campañas promocionales de autores que sí firman con su nombre. conceden entrevistas y acuden a toda clase de presentaciones y actos públicos.
En todo caso, sí, de lo que se trata es de la calidad de la obra en cuestión. No había leído nada de Elena Ferrante hasta ahora y, gracias al regalo de una buena amiga, he podido empezar a opinar con conocimiento de causa sobre su estilo tras leer La vida mentirosa de los adultos, editada en España por Lumen con traducción de Celia Filipetto. No puedo decir que me haya deslumbrado, pero sí que lo he disfrutado mucho y me ha ayudado a entender que, más allá de la intriga que despierta el anonimato de la autora, hay razones sobradas para que sus novelas hayan tenido un gran éxito a nivel mundial. Por los temas abordados, muy universales, y por la forma de acercarse a ello, con una voz narrativa muy efectiva, natural y poderosa.
La novela, llevada a la pantalla por Netflix como muchas de sus anteriores obras, cuenta la historia de Giovanna, una niña que sale de golpe de la infancia cuando escucha una conversación entre sus padres en la que él dice que su hija se parece cada vez más a la tía Vittoria. No tendría nada de excepcional esta conversación si no fuera porque de la tía Vittoria en casa jamás se había hablado nada bueno, ya que se le asocia con la maldad y, de paso, también con la fealdad. No es, desde luego, un buen referente, alguien a quien quiera parecerse una niña al borde de la adolescencia.
La novela, que logra atrapar la atención del lector, se apoya en la familia, ese gran tema de tantos libros, tan querido en la narrativa italiana. También tiene como puntos fuertes su forma de retratar la amistad femenina, la pérdida de la inocencia y las diferencias de clase entre los barrios ricos y pobres de las ciudades. En este caso, Nápoles, que, como diría la manida frase hecha, es aquí un personaje más del libro.
El estilo del libro, sencillo, con frases cortas, tiene destellos estupendos. Por ejemplo, cuando la joven Giovanna cuenta cómo había sido hasta entonces la relación con la familia de su padre, con muy pocos encuentros “y siempre en un clima afectuoso tan fingido que no me había quedado más que la incomodidad de los contactos obligados”. O cuando, ya avanzada la novela, la narradora cuenta que “ya no conseguía ser inocente; detrás de los pensamientos había otros pensamientos, la infancia había terminado”.
El libro, que aborda también la exploración de la sexualidad, da algún que otro coscorrón a lo que llama la “cháchara engreída de los cultos”. El padre de la protagonista es un intelectual que gusta de hablar de cuestiones teóricas y debatir todo el rato, pero carece de otras habilidades sociales y le hurta a su hija de otro mundo, el del barrio del que aquel procede, el de su familia, que entrará de forma estrepitosa y brusca en la vida de Giovanna. La vida mentirosa de los adultos, cuyo título, por cierto, es excelente, es una novela muy entretenida y que concentra con mucha habilidad y buen pulso narrativo un compendio de temas universales que conectan fácilmente con casi cualquier tipo de lector. Celebro haber llegado a Elena Ferrante y espero leer más libros suyos.
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