Un día en Nueva York con Woody Allen


Explica David Trueba nada más comenzar Un día en Nueva York con Woody Allen que, últimamente, se habla más de cuestiones personales del director neoyorquino que de su cine, pero que lo que le ha llevado a él a la ciudad de los rascacielos es precisamente el cine del autor de películas como Annie Hall o Manhattan. Es una forma de dejar claro desde el principio que esta entrevista a Woody Allen que puede verse en Movistar Plus no abordará la polémica sobre la denuncia de abusos sexuales contra el cineasta, desestimada por la justicia, pero permanentemente presente en los medios.  

De la entrevista puede decirse un poco lo mismo que de las últimas películas de Woody Allen. Quizá no aporta demasiado para quienes somos fanáticos del cineasta neoyorquino y hemos leído todo sobre él, puede que no nos encontremos aquí con la versión más chispeante o brillante de Allen, pero da igual, porque siempre es un placer escuchar sus reflexiones sobre cine, sus recuerdos y anécdotas, igual que lo es acudir al cine para ver cualquiera de sus películas, hasta las más irregulares o repetitivas. Porque, en efecto, es como volver a encontrar la con un viejo amigo. 

Comienza Woody Allen contando que se divierte trabajando, que en cuanto termina una película empieza casi instintivamente a pensar en la siguiente. También que le gustaría escribir una novela y que lograr financiación para sus proyectos ha sido siempre complicado, a pesar de lo cual ha logrado hasta hace nada mantener el ritmo alucinante de una película por año. 

Precisamente dada su extensa filmografía, es imposible hablar en menos de una hora de todas las películas de Woody Allen, ni siquiera de todas sus mejores obras. En la entrevista se mencionan algunas. Por supuesto, la primigenia Toma el dinero y corre, de la que cuenta que le debe gran parte del éxito a su montador, porque en un primer pase con gente de la calle, sin música, nadie se rió, pero en el montaje se transformó el filme

Coincide Woody Allen con Trueba en que Annie Hall supuso un claro punto de inflexión en su filmografía. “Decidí sacrificar algunas risas en favor de la trama”, cuenta Allen, cuyas películas hasta entonces buscaban tener gags y risas constantes. También reconoce la gran influencia en sus películas del cine europeo. Como ha dicho en muchas otras entrevistas, Allen afirma que La rosa púrpura del Cairo es una de sus películas favoritas.

Sobre los temas de sus historias, afirma con razón que el amor y el crimen se han mantenido como temas centrales desde el teatro griego. El cineasta le concede una importancia capital al guión. Afirma que sólo en un par de ocasiones ha tenido algún mínimo roce con los intérpretes, a los que deja cambiar o quitar frases del guión si no se encuentran cómodos. Casi siempre que hay problemas, cuenta, es por culpa del guión, porque no estaba bien escrito. 

Respecto a su relación con los actores y actrices, cuenta algo que suele repetir y que seguir que es mitad verdad, mitad mentira; mitad cierto, mitad muestra de modestia: que la clave está en elegir a buenos intérpretes y dejarles hacer su trabajo sin molestarlos demasiado. Sin más. Seguro que no es tan fácil no es tan sencillo como lo cuenta, por supuesto. Allen termina la entrevista confesando que no es optimista con el futuro del cine, entendido como experiencia colectiva que se vive junto a otros desconocidos en las salas. Ojalá se equivoque y lo que presenta como un augurio sea sólo una trampa de la nostalgia, siempre traicionera. Y, puestos a desear, ojalá quede aún alguna película más de Woody Allen, que tantas grandes tardes de cine nos ha regalado, de forma puntual cada mes de septiembre durante años y años. 

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