La fiesta de OT en concierto


Hay cantantes y programas de televisión  que sólo se acuerdan del Orgullo y de la diversidad LGTBI cuando llega junio. Desde luego, no es el caso de Operación Triunfo y, menos aún de su última generación. Sin duda, la más diversa de la historia del programa. Un grupo de jóvenes que se han convertido en referentes de visibilidad, siendo simplemente ellos y ellas mismos, celebrando la diversidad con la mayor naturalidad posible, mostrando así una juventud abierta que también existe, aunque rara vez se muestre en los medios. Así que la coincidencia con el Día del Orgullo Internacional del concierto de anoche de OT en Madrid auguraba guiños a la diversidad y la libertad de las personas LGTBI y, en efecto, los hubo a raudales, pero lo más bonito es que es algo sentido y natural, no una pose ni algo coyuntural. Ellos y ellas se muestran como son y sólo eso sirve de mucho. 




Habrá quien crea que no es tan importante, pero sin duda lo es. Ayer emocionaba mirar al público del Wizink Center en Madrid, compuesto por personas de todas las generaciones, pero con mayoría de jóvenes y de no pocas familias con niños, celebrar con apasionamiento la actuación de God Only Knows de Juanio y Martin, que empezaron una preciosa historia de amor en la academia de OT. Esos botes de la gente y esos gritos con el beso final. O jalear con entusiasmo el lema “Go, lesbians”, que se hizo popular en el programa. O el delirio colectivo que supuso la actuación de I kissed a girl por parte de Violeta y Chiara. Ellos cuatro serán los protagonistas del pregón del Orgullo en Madrid y es más que merecido porque es mucho y muy bello lo que han hecho por la visibilidad y la representación. 

Todo eso, con unas cuantas banderas LGTBI entre el público y también en el escenario, con llamadas a celebrar el amor y la diversidad, o con el recuerdo por parte de Violeta de la importancia de reivindicar la igualdad todos los días del año. Importa, claro que importa. Y emociona. Esa celebración de la diversidad, del colorido del arcoíris, fue algo que recorrió todo el concierto y que, encima justo en el día del Orgullo, fue precioso poder vivir rodeado de tantas personas. Se sintió anoche en el Wizink lo que se siente en la manifestación del Orgullo cada año: sabemos que es un espejismo, que no todo el mundo es tan abierto, que la sociedad ahí fuera no es así, que la vida no siempre es tan luminosa, pero fue un espejismo hermoso. 

No puedo ni imaginar lo que habría supuesto para muchos de quienes disfrutamos de OT en sus inicios, sin un mínimo rastro de visibilidad LGTBI, que ese programa que tanto nos gustaba y emocionaba, además, nos hubiera ofrecido representación de jóvenes gays, bisexuales, lesbianas, que vivieran y se mostraran con absoluta naturalidad tal y como son. Hace dos décadas nos habría hecho mucho bien; hoy, también. A los que ya somos mayorcitos y, desde luego, a quienes son más jóvenes hoy. No conviene olvidar que hasta hace no tanto se recomendaba a los cantantes LGTBI que no hicieran alarde de ello o incluso que lo ocultaran, por temor a que eso afectara a su carrera. No ha pasado tanto tiempo de eso. No conviene desdeñar la importante de que este grupo de jóvenes se muestre libre y orgulloso desde el primer momento en el que se presentan al público. 




Los conciertos siempre tienen algo de oasis. El de anoche lo fue por muchos motivos. El tiempo se detuvo durante las dos horas y media del recital, con una notable puesta en escena, con un muy buen sonido, con una energía vibrante de inicio a fin y con un público entregado que se sabía al dedillo cada letra de cada canción. Eran las 21:28, dos minutos antes de la hora del comienzo del concierto, cuando se apagaron las luces y el Palacio estalló en gritos y aplausos. Le encaja a la perfección a esta generación de OT que la canción grupal con la que abren los conciertos de su gira se llame, precisamente, Libertad, la preciosa canción de Nil Moliner. Y el concierto fue, sobre todo, una fiesta, una maravillosa celebración de la vida. También un canto a la libertad. En todos los sentidos. Una especie de oasis, sí, porque no vivimos precisamente tiempos luminosos, o desde luego, no carentes de amenazas, pero en ese recinto, a esa hora, en comunidad con todas esas miles de personas, la realidad era eso: música, canciones de todos los tiempos y estilos, celebración del Orgullo LGTBI, bailes, risas, abrazos, besos. La realidad era un poco más como debería ser. Fue, en fin, una noche orgullosa, reivindicativa, divertida muy emocionante. Una noche inolvidable. 

Por cierto, también fue maravilloso ver cómo el público de Madrid coreó Escriurem, una canción en catalán y euskera. Porque, sí, a veces la realidad no es exactamente ese ruido y esa jaula de grillos que a veces nos pintan ciertos fanáticos. El público sabía la letra en catalán que cantaba Chiara y también la parte en euskera que interpretaba Martin. Se cantó en Madrid en catalán y euskera a pleno pulmón. Se celebró esa riqueza lingüística. Y fue maravilloso. 

Soy de los que se aficionó a OT, como media España entonces, en su primera edición en 2001. Desde entonces, con mayor o menos fidelidad, he estado siempre ahí, enganchándome a unas cuantas ediciones más, incluso en contra de mi voluntad. Me cautivó esa primera edición, disfruté de lo lindo con la primera de la época de Telecinco y me enganché hasta límites insospechados en 2017. Pero nunca antes había ido a un concierto de OT. La generación de este año, la cuarta juventud de OT, su enésima reinvención, me ha emocionado y removido de una forma especial. Y tiene mucho que ver esa maravillosa celebración de la diversidad. Con la frescura y naturalidad de ese grupo de jóvenes. Su energía positiva. 

Y, por supuesto, la música. Porque esto no va sólo de música (nada va sólo de música, nadie es fan de ningún cantante por un escrupuloso y frío análisis de sus canciones o melodías, sino porque le emociona, le toca de algún modo especial), pero, naturalmente, también va de música. Y este año el nivel era altísimo, con perfiles muy diferentes. Así que por todas estas razones y porque cualquier razón es buena para celebrar la vida, y OT forma ya parte de nuestras vidas desde hace más de dos décadas, esta vez sí decidí ir al concierto. Y no puedo alegrarme más. Es de los conciertos que más he disfrutado en mucho, mucho tiempo. No lo olvidaré. 




Muchas de las actuaciones más míticas de esta edición del programa se sucedieron a lo largo de las dos horas y media de concierto. Fueron 40 canciones y algunas de las mejores se quedaron fuera, por fuerza, pero hubo una buena representación de lo mejor de esta edición del programa. Además de las mencionadas, me gustaron especialmente en directo A tu vera (Juanjo y Salma), Cuando zarpa el amor (Salma), Mía (Chiara), Quédate (la grupal de los bises con la que terminó todo), ¿Y cómo es él? (Cris), Inmortal (Ruslana y Martin), El patio (Juanjo), Dime (grupal, mítico temazo de Beth), Unholy (Bea, Álvaro y Juanjo), Alors on dance (Martin), La vida moderna (Paul Thin y Juanjo) y Corazón Hambriento (Naiara y Lucas)

Tras haber disfrutado con ellos en el programa, fue estupendo comprobar en directo la fuerza escénica de Martin, la increíble voz de Bea, la exquisitez vocal de Juanjo, el carisma de Paul Thin, la arrolladora puesta en escena de Ruslana o el apabullante dominio del escenario de Naiara, entre otros. Son jóvenes, tienen talento y mimbres para labrarse una carrera. No será fácil y está claro que, después de OT, llega el verdadero trabajo, bajado el souflé de la fama inmediatamente posterior al programa, pero actitudes no les faltan a muchos de ellos para seguir haciendo música y llegando a la gente. 

Me gustó mucho también la actitud disfrutona del público, que naturalmente es la que hay que tener en un concierto y ante la vida, sin rastro alguno de la toxicidad que algunos lanzaron durante el concurso en redes sociales. Ayer se aplaudió a los 16 concursantes, como corresponde. Claro que cada cual tendrá sus favoritos y sus gustos, pero lo suyo es gozar la experiencia completa. Y vaya si lo hicimos. Fue una noche bellísima, insuperable. Por un ratito, el ruido, los problemas, el odio y todo lo feo quedaron fuera. En el Palacio todo era música, disfrute y sonrisas. 

Hay quien tilda los conciertos de OT, de forma despectiva, de karaokes. Para empezar, me pregunto qué universo paralelo debe habitar alguien para considerar que llamar a algo karaoke sea un desprecio. ¿Hay algo más divertido que un karaoke? También hay quien dice que es un concierto propio de una verbena. Lo mismo. ¿A quién no le va a gustar una buena verbena? Pero si lo que quieren decir es que no hay calidad vocal o musical, lo cierto es que sus prejuicios no tienen base alguna en la realidad. El concierto tiene música en directo, los cantantes suenan genial, visualmente la puesta en escena es más que notable y el recital ofrece un espectáculo total de más de dos horas y media en el que además hay una diversidad de estilos y épocas mucho mayor de la que exhibía OT en sus comienzos. OT 2023 ha sido especial por muchos motivos y su gira está a la altura de todo lo que estos 16 chavales (y los profes y demás profesionales de Gestmusic) nos hicieron vivir durante el programa. Ojalá que les vaya bonito. Y que sigamos disfrutando con su música, con su frescura y con la exquisita naturalidad con la que reivindican la diversidad. Larga vida a OT. 

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