Lo que no tiene nombre


Todo en Lo que no tiene nombre, el libro que Pilar Bonnett escribió tras la muerte de su hijo, es extraordinariamente bello y conmovedor, empezando por el propio título. Porque, en efecto, ¿cómo llamar a la pérdida de un hijo? ¿Qué papel pueden tener las palabras para describir tal horror? ¿Hasta dónde llega el lenguaje cuando afrontamos aquello que no tiene nombre? En estos casos, trágicos y sorpresivos, el lenguaje nos remite a una realidad que la mente no puede comprender”, escribe la autora en un momento de la obra en el que reflexiona sobre cómo eso que dicen las palabras es imposible de entender. “Nunca palabras tan precisas me han sonado tan irreales”, escribe en otro pasaje. “Ninguna palabra expresaría verdaderamente el sentimiento”, cuenta ya casi al final.A pesar de todo, de mi confusión y mi desaliento, todavía tengo fe en las palabras”, concluye, para explicar por qué escribe este libro como homenaje y recuerdo de su hijos por qué, pese a todo, el lenguaje, la literatura y las palabras siguen de su lado. 

El libro es estremecedor, pero a la vez luminoso. Habla de la muerte y eso significa que habla de la vida, de los recuerdos al lado de su hijo, del amor por él. La autora recuerda a su hijo, que se suicidó tras sufrir durante años una enfermedad mental de la que no se pudo recuperar. Su hijo se suicidó en Nueva York, donde estudiaba. Tenía toda la vida por delante, adoraba el arte, era un chico sensible. Era su hijo y se fue demasiado pronto. La autora hace un ejercicio prodigioso de memoria y de literatura. Es inimaginable el dolor de la pérdida de un hijo como lo es darle forma a un relato tan hermoso sobre algo tan terrible. Pero ahí reside también el poder de la literatura, que acompaña a la autora durante todo el duelo. En el libro comparte pasajes y versos que la reconfortan. También es prodigiosa la forma en la que reconstruye episodios del pasado, el recuerdo del momento en en que diagnosticaron a su hijo, sus crisis, sus instantes de angustia, pero también los felices, los inolvidables. 


El libro entero es precioso, de esos que uno puede abrir al azar por cualquier página con la certeza de que encontrará pasajes bellísimos. Lo es, por ejemplo, la lista de certezas de lo que sabe de su hijo, tras percatarse de que sólo tenía un conocimiento parcial de él, que es “la forma en que casi todas las madre la conocemos a nuestros hijos. Es conmovedor y, tras decir todo lo que sabe con certeza de su hijo, escribe: “Daniel era mi hijo, y con toda certeza esta semblanza de trazos gruesos está deformada de manera involuntaria por el amor que le tuve”. 


También impresiona el poema que la autora escribió cuando su hijo se fue a estudiar a Nueva York, meses antes de su trágico final. En esos versos se encuentra la inquietud por la enfermedad del hijo, por sus momentos de crisis, pero también la esperanza en una recuperación, en una vida normal en la que se contuvieran las sombras. 


“El mundo, de momento, no te duele. 

Todo es tibio esta vez, caricia pura, 

como una prolongada primavera”.  


Y recuerda su infancia, “cuando todo era sencillo transcurrir, ni herida, ni entraña expuesta, ni desgarradura”. Qué hermoso esto del sencillo transcurrir. La autora no comprende, se niega a comprender lo ocurrido. Cómo entenderlo, cómo nombrar lo que no tiene nombre, cómo afrontarlo. En una comida con la familia después de la cremación de su hijo le asaltan pensamientos de incomprensión. , de profunda triste. No da crédito a lo que está viviendo. “¡Cómo iba a morirse él, que adoraba Nueva York, y el parque con sol y los conciertos y las mujeres bonitas!


Lo que no tiene nombre me ha recordado en su tono, en su belleza, en su amor maternal inmenso y en su lirismo a Si la muerte te quita algo, devuélvelo, libro de Naja Marie Aidt editado en España por Sexto Piso, con traducción de Blanca Ortiz Ostalé. También el hijo de la autora murió joven de forma trágica. También ella se cuestiona hasta dónde llega el lenguaje cuando hablamos de pérdidas tan terribles como la que ella sufrió. Dos obras luminosas y conmovedoras que recuerdan el poder catártico de la literatura, quizá no capaz de sanar heridas, cómo sanar heridas de semejante envergadura, pero sí de acompañar y reconfortar, de crear belleza, de construir recuerdos y luchar contra el olvido.

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