Pobres criaturas

 

El cine siempre tiene algo de juego, de pacto entre el director y el espectador. Es eso que se llama la suspensión de la incredulidad. El espectador tiene que aceptar entrar en el juego que le propone una película, en su mundo, con su lógica, su universo, su lenguaje, sus peculiaridades. Para disfrutar de verdad de un filme, para saber apreciarlo, hay que entrar en sus normas, ver como lógico algo que en la vida real resulta extrañísimo, lanzarse hasta el fondo en lo que te propone. Pocos directores como Yorgos Lanthimos exigen tanto para disfrutar de sus trabajos de ese pacto de la suspensión de la incredulidad, casi exige una fe ciega en el espectador, que debe entregarse al disfrute de sus siempre perturbadoras, inquietantes y raras, muy raras, propuestas

El director de obras como Langosta o La favorita estrenó el año pasado Pobres criaturas, una especie de Frankestein feminista con un toque de cuento de hadas fantástico y muy difícilmente clasificable. Con una filmografía relativamente corta, el autor ha logrado labrarse una fama de director que siempre sorprende con sus filmes, con su imaginación desbordada, sus planos imposibles, su fotografía peculiarísima y sus historias siempre en una nebulosa de irrealidad y fantasía que, sin embargo, suelen ser también atinadas criticas de la sociedad actual. Se sitúa el autor en mundos alternativos, fantásticos, muy distintos a la realidad, pero sólo para mirarla desde un lugar diferente, para reflexionar sobre este mundo desde otro diferente. 

La historia de Pobres criaturas es, digamos, muy particular, aunque es cierto que bebe de fuentes clásicas de la literatura fantástica. Como en Frankenstein, hay un médico que juega a ser dios y hace extraños experimentos con cuerpos y cerebros de personas. Aquí es Bella, una joven que en la primera escena del filme aparece lanzándose al vacío desde un puente en Londres y a la que el doctor rescata, digámoslo así, de un modo bien peculiar. Bella (inmensa Emma Stone) es una mujer con cuerpo de mujer pero con una mente menos desarrollada, que apenas aprende a hablar y a moverse, que lo desconoce todo el mundo y de sus convenciones sociales. Una mujer desinhibida, ávida por descubrir el mundo. 

El doctor, al que da vida con la profesionalidad acostumbrada Willem Dafoe, y uno de sus aprendices, Ramy Youssef, se encargan de analizar el proceso de aprendizaje de Bella, desde una mira fría, científica, como si fuera un experimento y no un ser humano. Ella quiere ver mundo, conocer lo que hay fuera de esa casa. Completa el reparto principal de la película un Mark Ruffalo al que vemos aquí en un registro poco habitual en él y quizá con una de sus mejores interpretaciones. Qué decir de la evolución del personaje de Emma Stone y la cantidad de matices que la actriz aporta a Bella. Es uno de esos papeles que marcan una carrera por su complejidad. 

Desde un fondo y una forma del todo delirantes, porque visualmente todo es extraño, de un mundo de fantasía, con toques de Tim Burton, y porque la historia de fondo es también de lo más rara y surrealista, la película plantea un libérrimo y desprejuiciado acercamiento a la libertad individual, el combate contra las convenciones y los prejuicios, con un enfoque feminista y fantástico. Es un filme gamberro, como dirían los cursis, subido de tono, porque el sexo ocupa un lugar central en los descubrimientos que va haciendo Bella. Una película también abierta a interpretaciones, algunas de ellas, seguro que polémicas y conflictividad. Es una película rara, como todas las de Lanthimos, que exige al espectador más de lo que suelen exigir la mayoría de las películas que puede encontrar en el cine o en las plataformas (puede verse en Disney Plus). 

Reconozco que me costó entrar en la película más que en trabajos anteriores del director, pero el filme va de menos a más y el tramo central y su desenlace son sublimes. Una película altamente recomendable, aunque hay que tener claro que se va a ver una película tirando a rara que recordará al espectador cuán importante es ese compromiso de la suspensión de la incredulidad que siempre nos exige el cine, pero unas veces más que otras. 

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