Recuerdo de forma muy vívida la impactante exposición Auschwitz. No hace mucho, no muy lejos, que se pudo ver en Madrid hace unos años. Ya hacia el final aparecía una mención a la historia de Rudolf Höss, director del campo de concentración, quien vivió a todo lujo en un chalet justo frente a Auschwitz con su familia. No sólo indiferente al drama y el horror que tenía justo al lado, sino como parte implicada directamente en el Holocausto. Organizaba barbacoas y fiestas familiares, cuidaba su jardín y ofrecía a su familia ropas y joyas robadas de los prisioneros del campo. Es una historia impresionante en la que se basó Martin Amis para su novela La zona de interés y que ahora lleva al cine Jonathan Grazer con el mismo título.
Por sí misma, la historia impacta y remueve al espectador, pero es que además el director toma una serie de acertadas y arriesgadas decisiones narrativas que aún realzan más el horror. El Holocausto está permanentemente en la película, pero no en pantalla, sino fuera de plano. Gracias al sonido, que juega aquí un papel fundamental, y a pequeños detalles, sabemos perfectamente lo que hay al otro lado del muro, pared con pared con el jardín familiar de los Höss. No vemos nada, pero lo sabemos todo, y quizá a estas alturas ésa sea la más cruda e impactante representación posible del Holocausto. ¿Cómo representar lo indecible, lo inimaginable? ¿Cómo contar ese horror, esa maquinaria asesina criminal, de un modo distinto? Optar por ese fuera de plano, por una perspectiva diferente, es un gran acierto del filme.
La película, formalmente muy atrevida, porque también incluye escenas reales y otras más oníricas alusivas a una historia real del campo de concentración de Auschwitz, es además muy dolorosa y desasosegante. No porque muestre directamente nada, sino por todo lo que deja entrever. Las conversaciones entre Höss y su mujer, la llegada de ropa y joyas en bolsas, la chimenea del campo que funciona incesantemente, la preocupación de Höss un día cuando se baña en el río con sus hijos y encuentra una sustancia que le hace obligarles a salir de ahí rápidamente…
Otro acierto del filme es que muestra la vida familiar del comandante nazi. Es un ser repugnante y criminal que organiza el exterminio de millones de personas y, a la vez, es un tipo cariñoso con sus hijos. Son personas que deben su estatus a un régimen asesino, que no se inmutan ante las cámaras de gas, y que a la vez cuidan con mimo su jardín, se enfadan de verdad si alguien hace daño a un árbol, celebran su cumpleaños haciendo tartas, y miman a su perro y a su caballo. Y eso, ese contraste, hace aún más impactante la historia. Porque poco aporta ver películas de nazis que son terribles en todos los ámbitos de su vida, gente sádica con todo y con todos. Lo verdaderamente escalofriante del Holocausto y del régimen nazi es que lo cometieron personas que amaban a sus hijos, leían libros, escuchaban música… Es la banalidad del mal. Y es el peligro del fanatismo. Esa gente se convenció de que quienes eran exterminados en los campos no eran seres humanos como ellos, no merecían nada.
La dimensión de las atrocidades del Holocausto es lo que hace que las historias sobre aquel episodio trágico siempre despierten interés. Eso y, ya digo, el hecho de que aquella operación asesina nos recuerda de lo que es capaz el ser humano, cómo pudo ponerse en marcha un plan criminal de semejante magnitud ante la connivencia o el silencio de tantos millones de personas. Una película como ésta permite ahondar en esa reflexión, interpela al espectador de un modo diferente, nos obliga a hacernos las mismas preguntas dolorosas que la humanidad se hace desde entonces y de la qie, vista la actualidad, desde luego, nada hemos aprendido.
En aquella exposición que hablaba al principio se incluyen muchas citas impactantes. Entre ellas, una de Charlotte Delbo, superviviente de Auschwitz, que escribió: “hoy todos saben, saben ya de hace años que este puntito del mapa es Auschwitz. Eso es lo que saben y piensan que saben todo lo demás”. Y, en efecto, aunque hayan pasado tantos años y hayamos leído y visto tanto sobre Auschwitz, es mucho lo que seguimos sin conocer, son aún muchos los enfoques distintos, las formas diferentes con las que podemos aproximarnos a la historia de los campos de concentración nazis. La zona de interés planea una aproximación distinta, con ciertos parecidos a la impresionante El hijo de Saúl. Ambas películas excepcionales nos recuerdan que aún queda mucho por contar del Holocausto, una historia demasiado atroz y dolorosa como para no seguir volviendo a ella una y otra vez.
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