Emmanuel Carrère contó recientemente en el maravilloso programa La grande librairie que hay dos formas de ver las cosas hoy en día: la relativamente optimista y la radicalmente pesimista. La primera sostiene que la sociedad afronta un momento de caos pero que ya vivió otros momentos así en el pasado y salió adelante. Por el contrario, la segunda defiende que nunca antes hubo un caos semejante, que estamos ante el final por cuatro fenómenos: el desastre climático, que es irreversible; la crisis migratoria, porque una mitad del mundo se vuelve inhabitable y las personas que viven allí seguirán buscando una vida mejor en la otra mitad, donde se agitan discursos de odio contra ellas; la inteligencia artificial, que presenta grandes oportunidades pero también nos puede devorar, y el riesgo cierto del fin de la democracia, como demuestran no pocos acontecimientos recientes en muchos países. Al hilo de esto último, Patricio Pron cuenta en una muy interesante entrevista en la revista Jot Down que la gran pregunta de nuestros días es cómo se reúnen los restos dispersos de una sociedad fragmentada y profundamente crispada. Siento empezar este artículo de resumen del 2023 con este tono poco navideño y bastante negativo, pero cuesta no hacerlo en un año de guerras, sinrazón y polarización política.
No faltan alegrías y buenos momentos, por supuesto, la mayoría de ellos de la mano de la cultura, y por eso desde mañana recordaré los mejores libros, películas, exposiciones, series y obras de teatro que he disfrutado este año. Hoy toca hablar de todo lo demás y ahí, la verdad, cuesta ser optimista. Y eso que el año nos dejó una gran noticia el 5 de mayo, cuando la Organización Mundial de la Salud decretó el fin de la emergencia sanitaria por la Covid-19. ¿Se acuerdan del coronavirus? Fue un gran trauma colectivo que afortunadamente ha quedado atrás pero que, tristemente, no ha servido para aprender lecciones ni para ser mejores. Ni de lejos.
2023 ha sido un año de guerras. La invasión rusa de Ucrania siguió dejando muerte y destrucción. Los aliados de Ucrania, además, mostraron este año sus primeras fisuras. La Unión Europea sigue a su lado, pero en Estados Unidos los republicanos empiezan a pensar que se están gastando demasiado dinero en una guerra que no es la suya. Putin, que el año que viene se presentará de nuevo a las elecciones presenciales, que ganará, claro, sofocó una rebelión del grupo de mercenarios Wagner, en uno de los episodios más extraños de este 2023 en el mundo, que concluyó a un modo que resulta familiar en la Rusia de Putin: con el líder del grupo Wagner muerto en extrañas circunstancias.
El 7 de octubre, el grupo terrorista Hamas lanzó un ataque criminal y execrable contra Israel. Fue un atentado odioso e inhumano que se saldó con cientos de muertes y también de secuestrados. La reacción de Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, fue una invasión a sangre y fuego de la franja de Gaza, en la que han muerto miles de personas, en gran parte, niños, ante la impotencia y, en algunos casos, inquietante connivencia de la comunidad internacional. El mundo occidental defendió el derecho de Israel a defenderse del atentado, pero tardó demasiado en alzar la voz ante la desproporcionada y criminal respuesta israelí. Conviene recordar que Hamas no es Palestina, que los civiles palestinos asesinados por el ejército israelí son igual de inocentes que los civiles israelís asesinados por Hamas, y también que el odio y la muerte sólo conducen a más odio y más muerte. La comunidad internacional sigue mostrándose incapaz de detener este espanto, que ha reducido a escombros buena parte de la franja de Gaza, donde se han visto escenas terroríficas.
En España ha sido un año de elecciones y de crispación permanente y creciente. Un panorama bastante poco edificante. El PP arrolló en las elecciones municipales de mayo, tras las que Pedro Sánchez dio el golpe de efecto de convocar elecciones para el verano. Aunque el PP de Alberto Núñez Feijóo fue el partido más votado en las generales, fue incapaz de sumar mayoría parlamentaria para formar gobierno, algo que sí hizo el PSOE tras asegurarse el apoyo de los partidos independentistas, incluido Junts, la formación de Carles Puigdemont, huido de la justicia, que obligó a Sánchez a aprobar una ley de amnistía para los implicados en los actos ilegales de la declaración unilateral de independencia en Cataluña. Es una medida que el propio Sánchez había tildado de inconstitucional meses antes. Tras ello llegaron manifestaciones contra la amnistía en muchas ciudades de España frente a las sedes del PSOE. Se empezó a hablar por todas partes de lawfare, utilización política de la justicia, y el debate público se llenó de insultos, ataques cruzados y reproches. De la sanidad, la educación, los derechos sociales u otros temas que tan menores deben de resultarles a nuestros políticos, ni media palabra se ha escuchado. Sólo ruido y confrontación.
Ha sido muy desmoralizante comprobar que en España, a izquierda y derecha, hay mucha gente dispuesta a no pensar jamás por sí misma. De un lado, quienes creen que todo lo que haga o diga Sánchez estará siempre mal, fatal, apocalíptico, y por lo tanto todo valdrá para desalojarlo del poder. Del otro, quienes admiten sin rechistar las mentiras y los cambios de criterio del PSOE, sin ningún problema en cambiar a su vez de opinión sobre cualquier tema siempre que lo diga Moncloa, siempre a la vez y siempre en esa misma dirección. El miedo a la extrema derecha que encarna Vox, un miedo lógico y comprensible, porque vaya tropa, le ha servido al gobierno de coartada perfecta para no rendir cuentas tanto como debería, ni ser transparente ni honesto con la palabra dada en demasiados asuntos del debate público empezando por la amnistía. También es muy inquietante el desbaratamiento de las instituciones, desde un presidente del Senado, del PP, que utiliza su puesto como altavoz partidista, hasta los impresentables nombramientos partidistas del PSOE en multitud de cargos. Ahora tendrá que demostrar el gobierno, que naturalmente es un gobierno perfectamente legítimo, que mantenerse en el poder a cualquier costa no era lo único que les movía y que de verdad tomarán medidas acertadas que puedan justificar todo lo hecho para llegar hasta aquí. Ojalá acierten, será bueno para todos, menos para los que desean que todo vaya fatal, claro, que haberlos, haylos.
2023, con su desesperante polarización, ha sido un año magnífico para recordar algo básico: es estupendo pensar por uno mismo. Por ejemplo, que uno sea de izquierda no implica apoyar de forma acrítica todo lo que diga o hagan los partidos de izquierdas. Ya dijo Albert Camus que era de izquierdas a pesar de la izquierda y a pesar de sí mismo. Que uno sea de derechas no debería dar carta blanca para pactar con un partido que niega los derechos de las mujeres, las personas inmigrantes y los homosexuales. Que te caiga muy mal el presidente del gobierno no te da derecho a reírle las gracias a quien lo insulta abiertamente. Que seas muy de izquierdas no significa que debas aplaudir las formas tabernarias y burdas de un ministro que bloquea en las redes sociales a representantes políticos de otras formaciones. Criticar que los del otro lado lleven a cabo una cultura de la cancelación con artistas u obras culturales pero dedicarse al minuto siguiente a cancelar a tu vez artistas y obras culturales que no te gustan es incoherente. Denunciar que el de enfrente alimenta la confrontación y a la vez, oh vaya, alimentar tú mismo también la confrontación, es cínico. Ver los defectos y los excesos de los de al lado pero no de los tuyos es patético. En fin, lo dicho, pensar por uno mismo es maravilloso, la gente debería probar a hacerlo más. Criticar a unos y a otros es compatible. Defender a los que no piensan como tú si aciertan, también. Y viceversa. Siempre. Por favor.
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