El violín de Lev

 

El violín de Lev. Una aventura italiana, el libro de Helena Attlee editado en España por Acantilado con traducción de María Belmonte, pertenece a ese género de obras fascinantes que buscan saberlo todo sobre un tema u objeto. Son esos libros que parten de una obsesión y cuyos autores la comparten con los lectores transmitiendo una enorme pasión y haciéndoles partícipes de una indagación en la que, por supuesto, importa mucho más el camino que la meta. Es un libro delicioso. 


La obra tiene un comienzo precioso. La autora disfruta de un concierto en una pequeña ciudad galesa y queda prendada por el sonido de un violín, el violín del título que le llevará a emprender una aventura de cuatro años en busca de pistas sobre su origen. “¿Cómo se atreve a hablarnos de de modo? ¡Somos mujeres casadas!”, dijo una amiga suya al escuchar el sonido de ese violín

Attlee habla con el violinista que interpreta, quien le dice que al parecer el violín no tiene valor alguna. La autora, claro, no se lo puede creer. Intuye que es un viejo italiano, uno de esos violines con siglos de Historia que se siguen considerando los mejores de siempre. Y entonces empieza la aventura. De la mano de la autora conocemos, por ejemplo, la historia de Andrea Amati, lutier de Cremona a mediados del siglo XVI. Por cierto, cuenta Attlee que abrió su taller en los tiempos en los que los españoles gobernaban la ciudad italiana y, como escribió Stendhal en La Cartuja de Parma, la Iglesia tenía un poder absoluto y le decía a la gente que “aprender a leer, o aprender cualquier cosa, era una inmensa pérdida de tiempo”. Pese a ello, la ciudad no dejaba de atraer a músicos y compositores.

Es llamativo leer que "para los oyentes del siglo XVI, acostumbrados a las suaves voces de las violas, laúdes y otros instrumentos de cierta antiguos, el sonido relativamente estridente del violín moderno pudo resultar profundamente chocante”. Cuarenta años después de la creación del violín de Amati empezó a componerse música específicamente para este instrumento. En busca de pistas sobre el origen del violín de Lev, pues así se llamaba el anterior dueño del instrumento, recorremos la historia de Cremona, a donde llegó la peste negra en 1630. Un párroco de la época dejó escrito que la epidemia “comenzó a propagarse a comienzos de abril y causó tantos estragos durante junio, julio y agosto que la ciudad quedó desierta y tenía el aspecto de un lugar salvaje”.

También se cuenta la historia del nieto del maestro lutier, Niccolò Amati, quien fue un revolucionario y cambió las formas del violín, haciéndolo más grande, con las medidas que hoy se consideran ideales. La autora nos lleva después, con la inmejorable compañía de su pasión y su prosa ágil, al bosque de Paneveggio de donde sale la madera para los violines. Maneja después distintas teorías sobre el origen del violín. ¿Y si era un violín litúrgico de los que había en cada iglesia? Luego habla con coleccionistas  y marchantes de arte. También nos acerca a la dendrocronología, la ciencia que se ocupa de los anillos de los árboles y que se usa para saber cuándo fue talado el árbol con el que se construyó el violín.

Con el paso del tiempo, el violín sigue ahí, cada vez más presente en la vida de los europeos. La autora relata los tiempos de la desenfrenada pasión por la ópera, de la melomanía, término inventado por Stendhal para describir la “excesiva sensibilidad por la música”. Cuentan que hubo un médico napolitano que acusó a Rossini de más de cuarenta casos de fiebre cerebral o violentas convulsiones nerviosas entre las asistentes a las representaciones de Moisés en Egipto.

Otra opción es que el violín apareciera en Rusia porque fuera robado en la II Guerra Mundial.  Hitler ideó un museo en Linz en el que reuniría los mejores violines antiguos y toda clase de obras expoliadas. Había orquestas en los campos de concentración. Algunos de esos violines pudieron acabar en la antigua Unión Soviétiva que, años después, tras la caída de la URSS, impidió sacar del país antigüedades. La autora nos lleva entonces de viaje a Rostov, donde descubre que el anterior propietario del violín formaba parte de una banda de bodas armenias. ¿Se resuelve al final el misterio del violín de Lev? ¿Acaso importa? Lo importante de verdad es el camino, esta aventura italiana (y no sólo italiana) con la que Helena Attlee transmite su pasión en cada página. 

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