Valle inquietante

 

Cuando se quiere elogiar un ensayo o una obra autobiográfica es muy habitual decir de ella que se lee como una novela. No es una expresión del todo justa, porque ni todas las novelas son entretenidas, ni los géneros tienen verdadera importancia en la literatura ni los ensayos son per se aburridos, de tal forma que hay que destacar especialmente cuando son divertidos y ágiles. Es una frase hecha más bien perezosa, como todas las frases hechas, pero nos entendemos cuando la empleamos. Queremos decir que esa obra que se lee como una novela está muy bien escrita, que huye de la solemnidad y logra resultar muy atractiva de comienzo a fin para el lector. Pues bien, Valle inquietante, de Anna Wiener, editado por Libros del Asteroide con traducción de Javier Calvo, se lee como una novela.


A veces uno lee porque quiere aprender, porque le interesa lo que se cuenta en ese libro más que cómo se cuenta. Otras, sin embargo, lo que se narra importa menos que el estilo, que es el de verdad te cautiva. Pero en ocasiones, pocas, se juntan ambas partes, la forma y el fondo. Valle inquietante, en el que la autora cuenta sus vivencias en el mundo de las startups y las empresas de Internet que tanta influencia tienen hoy en el mundo, en Silicon Valley, está muy bien escrito. Su estilo es realmente divertido, ya que escribe con ironía de todo, empezando por ella misma y su forma de ver la vida. El libro se puede leer como el relato divertido de la peripecia personal de la autora, pero va mucho más allá, porque muestra este mundo de redes sociales, aplicaciones para todo, inteligencia artificial, algoritmos y escaso respeto a los datos personales de los usuarios, que, a su vez, son los primeros que no muestran ningún aprecio por su privacidad. 

Pero, que nadie se asuste, el libro no tiene en absoluto la pretensión de sentar cátedra sobre el mundo de Silicon Valley. La autora sólo cuenta lo que vivió y lo hace, además, con gracia y mucho acierto. Cuenta lo que a ella le chirriaba y afectada, lo que no entiende o considera que es disparatado. Termina siendo un relato bastante despiadado y mordaz sobre el tiempo que vivimos. Aunque tras leer la obra volvamos a nuestra cuenta de Twitter o a encargar un pedido en Amazon, inevitablemente, el libro da qué pensar sobre este ecosistema tan moderno y guay que esconde detrás una cara un tanto menos amable. 

Wiener no llama a ninguna empresa por su nombre. Habla, por ejemplo, de la red social a la que odiaba todo el mundo, del gran supermercado de Internet o del mayor buscador. No hace falta ser especialmente avispado para entender esas referencias, pero tampoco es lo más importante. Más que los detalles concretos o la visión que tenga la autora de ésta o aquella empresa, lo que de verdad resulta impactante y valioso en el libro es el retrato de la nueva cultura empresarial y casi podríamos decir que nueva filosofía vital procedente de Silocon Valley que tanto ha invadido otros sectores y que, de un modo u otro, se ha infiltrado en nuestras vidas. Y no salimos muy bien en la foto. El libro no forma parte exactamente de ese género en sí mismo que es ya el de los desencantados con el sector tecnológico, porque la autora en realidad siempre se sintió fuera de lugar rodeada de programadores y algoritmos. Se dejó llevar, sin más, y terminó varios años en startups molonas por fuera y con algún que otro trapo sucio por dentro. 

Valle inquietante habla de la exigencia de una entrega absoluta y casi enfermiza al trabajo, o mejor dicho, "a la causa". Habla de CEOs jóvenes y carismáticos con lenguaje bélico que creen que están cambiando el mundo y no tienen ningún problema de autoestima. También se refleja el gran problema de algunas de esas empresas con la diversidad, por la escasa presencia de mujeres, los comentarios sexistas y la ausencia casi total de personas de minorías. La autora cuenta, un tanto horrorizada, y no es para menos, que en esas empresas había planes de ocio casi obligatorios con los compañeros de trabajo. Todo por la empresa, todo por la causa. ¿Por qué parecía un tabú tan grande, pregunté, actuar de la manera en que lo hacía la mayoría de la gente, tratando el trabajo como un intercambio de tiempo y esfuerzo por diverso? ¿Por qué teníamos que fingir que era todo tan divertido?, escribe. 

Al principio, no cree estar haciendo nada malo, pero poco a poco se percata del tratamiento de los datos personales, del gran negocio que se hace con ellos. Hay varias frases demoledoras. Ella defiende una vida distinta a la que persiguen estas firmas de Internet. Quiere perder el tiempo, tener sorpresas, que no todo sea tan eficiente ni esté programado, que no haya algoritmo que pueda adivinar que esta tarde, porque sí, le apetece tomarse una copa de vino. Esas empresas, explica, buscan “un mundo liberado de la toma de decisiones, de la fricción innecesaria de la conducta humana, donde todo -reducido a su versión más rápida, simple y aerodinámica- se pudiera optimizar, priorizar, monetizar y controlar. Por desgracia para mí, me gustaba mi vida ineficiente. El mundo hacia el que vamos, en el que quizá ya estamos. 

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