Un sábado libresco en Madrid


El escritor irlandés Colum McCann contó en la edición de esta semana de La grande librairie, el exquisito programa literario de France 5, que las historias nunca mueren y, por eso, siempre necesitaremos lo que nos aportan los libros. En su delicioso El infinito en un junco, ese monumental homenaje a los libros, Irene Vallejo augura también un excelso porvenir a este invento que tantos siglos lleva acompañándonos. Dos años y medio después de la última vez, ha vuelto la Feria del Libro de Madrid, así que el Retiro vuelve a ser estos días el infinito en un parque. 


La cola que hay que esperar para entrar, el indicador del porcentaje del aforo cubierto en ese momento en una pantalla a la entrada, las mascarillas ocultando las sonrisas (aunque se aprecian sin dificultad en los ojos) y la presencia de geles hidroalcohólicos en cada puesto recuerdan que no estamos ante una Feria normal. Pero cuánto se le parece, qué maravilloso es reencontrarse con libros, libreros, editores, escritores y lectores al aire libre. Es la Feria del reencuentro, la que nos hace valorar aún más semejante oasis, tamaño paraíso libresco. De todas las pequeñas reconquistas que vamos logrando gracias a las vacunas, pocas echábamos más de menos que esta, pasar las horas paseando entre casetas, hojeando libros, aumentando peligrosamente la carga de nuestras bolsas, diciéndonos “sólo uno más, sólo uno más”, aunque sabemos que es una promesa que no podemos ni queremos cumplir. 






La Feria del Libro de Madrid es un compendio de todo lo que está bien en la sociedad, de lo que embellece y mejora la vida. Es fascinante la absoluta diversidad y pluralidad que encontramos en las distintas casetas. El puesto de una editorial católica cerca de otra marxista, casetas de instituciones oficiales junto a otras de las firmas más independientes y contestatarias, una dedicada en exclusiva al ajedrez, otra más allá centrada en las autoras, varias volcadas en la literatura y los ensayos LGTBI, pequeñas editoriales cerca de puestos de unos grandes almacenes. 


En la Feria cada año, y éste especialmente, uno encuentra una extraordinaria disposición a charlar y a dejarse sorprender y desafiar, a replantearnos nuestra visión del mundo, a conocer mejor otras opiniones y realidades, a abrirse a la reflexión. Allí no hay ruido, ni falta de argumentos, ni gritos, ni proclamas vacías, ni insultos, ni miedo a cambiar de opinión o a dejarse convencer. Es decir, allí encontramos todo lo que tanto necesitamos y tan poco tenemos en esta sociedad. Allí todo cabe. Sí, el infinito en un parque, el del Retiro. 


Ayer, en una mañana libresca que nunca olvidaré, pudimos charlar con más calma que nunca, supongo que por las limitaciones de aforo, con los libreros y editores. Son optimistas, saben que los libros nos han acompañado en estos meses duros de pandemia y que echábamos de menos el reencuentro con ellos y sus recomendaciones, con su forma apasionada de hablar de la última novela que les ha cautivado, del ensayo recién editado que no podemos dejar de leer, del relato que aconsejan a todo el mundo. Uno se quedaría horas y horas (de hecho, así fue), paseando entre casetas, entablando conservaciones y escuchando de forma un tanto indiscreta otras. Hay momentos mágicos. Cinco minutos después de hablar de Vivian Gornick con mi querida compañera de este sábado libresco por Madrid, encontramos la caseta de Sexto Piso, donde una lectora tiene entre sus manos Apegos feroces. Descubro entonces que en octubre aparecerá un nuevo libro de la autora y, de paso, compro Mirarse de frente, que no tenía fichado. 


De repente, las conversaciones no van de politiqueos absurdos ni de enfrentamientos estériles, sólo de libros, es decir, de todo, de la vida, de cualquier cosa. Y uno escucha fascinado a un librero hablar con emoción de un libro sobre el duelo y la soledad, tan dolorosamente necesario en este tiempo pandémico que tantas pérdidas ha causado. O a una editora de literatura infantil recordar la necesidad de seguir leyéndole cuentos a los pequeños después de que hayan aprendido a leer. Los niños, los protagonistas más ilusionados e ilusionantes de la Feria. Ellos, que son todo verdad y no admiten la impostura, recorren emocionados los puestos, en la que hay pequeños escalones para que se suban y vean mejor las fabulosas ilustraciones de los libros que están ahí, esperándolos, llenos de historias. 


Visitamos el stand de Colombia, país invitado, donde compró, al fin, El olvido que seremos. Leo después  La noticia sobre la polémica con con la ausencia de autores críticos con el Gobierno de Iván Duque en el puesto. Como no tengo conocimiento alguno sobre este tema, no puedo opinar, sólo constatar una evidencia general: pobres los que quieran controlar la cultura, adocenar la literatura, amansarla o acallarla. Es precioso encontrar en las distintas casetas tantas librerías y editoriales a las que uno debe multitud de horas de buena lectura:  La buena vida, Tipos Infames, Libros del Asteroide, Sexto Piso, Acantilado o Berkana, la librería LGTBI de referencia en Madrid, refugio para tantas personas. 


La Feria de este año es también la del reencuentro de los lectores con los escritores, el regreso de las firmas. Rosa Montero, Milena Busquets, Luis Landero o Rodrigo Cortés, entre otros muchos, firman sus obras. Un año más, extensas colas ante las casetas donde firman autores jóvenes que no conozco, así que no pido juzgarlos, pero que arrastran multitudes. Y este año, una preciosa novedad, la presencia de un set de RNE desde el que la radio pública hace programas en directo. Qué bien maridan siempre estas fiestas en torno a los libros con la radio, como comprobamos cada mes de abril en las calles de Barcelona por Sant Jordi. 


La necesidad de historias de la que habla Colum Mcnann no se refiere sólo a historias de ficción, mentiras que nos cuentan la verdad, sino también a ensayos o a obra de no ficción que reflexionan sobre nuestro mundo. Precisamente ayer, 11-S, día en el que recordamos las aberraciones de las que es capaz el ser humano, fue un día perfecto para ver también lo mejor que puede crear. Y también para acercarse a obras que ayuden a entender mejor lo que nos pasa. Hay muchos libros de feminismo, sobre Afganistán o de la pandemia de Covid-19. Además de comprobar esa fascinante diversidad de la Feria, constatamos  una vez más el poder de los libros para tomarle el pulso a la realidad, al momento actual, a lo que inquieta e interesa a la sociedad. 



Tras reponer fuerzas, por la tarde toca rendir visitas a dos librerías: Amapolas en octubre, que mi compañera de ruta libresca seguía desde hacía tiempo pero donde aún no había ido, y La Mistral, la sensación de los amantes de los libros en Madrid desde que se abrió hace unos meses. Amapolas en octubre toma su lírico nombre de la novela homónima de Laura Riñón Sirera, la dueña de la librería. La amabilidad y dedicación con la que nos atendieron, la pasión con la que nos explicaron cuáles son sus libros preferidos, el mimo y el cuidado extremo a la literaria que se respira nada más entrar en la librería, ese refugio, y la enorme variedad de sus propuestas, con un incontable número de editoriales independientes presentes, algunas de las cuales no conocía, convirtieron rápido a Amapolas en octubre en uno de mis lugares favoritos de Madrid. Me llevaría media librería, pero termino comprando Grand Hotel Europa y Diario de una soledad. Volveremos. 




También volveremos, claro, a La Mistral. Hasta colas se han formado a sus puertas estos días. Colas a las puertas de una librería, ¿hay imagen más esperanzadora? La librería, lanzada por Andrea Stefanoni, a quien en Amapolas en octubre nos piden que le demos recuerdos, es también maravillosa. No habíamos estado nunca allí, pero basta cruzar la puerta para sentirse a salvo, en casa. La dueña de la librería estuvo años al frente de El Ateneo Grand Splendid, la asombrosa librería bonaerense que casi justifica por sí solo cruzar el charco. La amabilidad de todos los libreros, el espacio abierto de la planta baja, listo para acoger presentaciones y también para tomar un café, y la presentación amplia y limpia de tantas propuestas literarias cautivan. La perrita de la dueña corretea apacible por la librería, lo que da aún más sensación de estar en un hogar. Librerías ambas para ir sin prisa, con ánimo de escuchar y dejarse aconsejar. Templos para seguir persiguiendo esas historias que siempre necesitaremos. Madrid tiene sus cosas malas, como todas las ciudades, pero qué cantidad de rincones mágicos nos brinda. Qué memorable sábado libresco. 

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