Genius: Picasso

 

Si algo refleja bien la miniserie Genius: Picasso, que aborda la vida del genial artista español en diez capítulos y puede verse en Disney Plus, es la obsesión del malagueño por encontrar su estilo propio, su personalidad. Es algo que persiguió toda su vida y que retrata bien la serie creada por Kenneth Biller y Noah Pink, en la que Antonio Banderas interpreta al pintor en su madurez. A Picasso, que empezó a pintar muy pronto, le decían de joven que tenía talento pero le faltaba disciplina. Él supo pronto que tendría que conocer todas las reglas, pero sólo para romperlas. Quizá a la serie le falta, precisamente, personalidad y cierta transgresión. Es demasiado canónica, demasiado encorsetada y tradicional, teniendo en cuenta la personalidad que aborda. En cualquier caso, aunque tenga algunos defectos, la recreación de los distintos periodos históricos de la vida de Picasso, sobre todo, sus tiempos de juventud en París, es motivo más que suficiente para acercarse a esta serie. 


La producción no rehuye los aspectos más polémicos o cuestionados de la vida del artista. Se recuerda a Picasso como un hombre machista o, al menos, de relaciones más bien tóxicas con sus parejas, lo cual no anula su calidad como pintor y uno de los grandes transformadores del arte el siglo pasado. Son planos distintos, el Picasso artista y el marido o amante, casi siempre infiel, el autor y la obra. Hay quien considera que no se pueden separar ambos aspectos, de tal forma que dejan de asombrarse ante un cuadro cuando conocen la vida privada de quien lo ha pintado. A mí eso me parece demencial y, de hecho, lo veo imposible. Cualquier creación artística que impresione por su calidad tiene valor por sí mismo, sin que eso perdone o blanquee los errores de su autor en su vida privada, por supuesto, pero también sin perder un ápice de calidad por ellos. 

No hay pasaje importante de la vida de Picasso que no aparezca en la serie. Su amistad con Carles Casagemas, y la traumática muerte por suicidio de éste, marca al autor, igual que la muerte de su hermana cuando él era niño. Vemos a un artista traumatizado, nunca contento del todo con su obra, retándose y torturándose por las obras rompedoras de otros. Aparecen por la pantalla Max Jacob, Matisse, Apollinaire, Gertrude Stein y, por supuesto, las distintas mujeres que pasaron por la vida de Picasso, a quienes no trató casi nunca bien, y a las que puso siempre en un segundo plano tras su obra, igual que hizo con sus hijos. De nuevo, no es algo elogiable, pero tampoco es algo que anule la calidad de su obra. 

La serie, ya digo, peca de demasiado convencional y tiene altibajos, pero hay pasajes memorables. Me quedo con dos. En primer lugar, su asistencia a un Congreso del Partido Comunista, en el que militó, en Polonia. Allí le acusan de ser rico y de crear arte degenerado y no comprometido con la causa. Le echan en cara que no tiene un estilo comunista, sea lo que sea lo que eso signifique, a lo que Picasso responde que eso del arte degenerado es lo mismo que decían de su obra los nazis. Y, por último, es maravillosa una escena en la que Matisse y Picasso, ya de mayores, hablan sobre Pollock, a quien por supuesto desprecian y del que se niegan a aceptar su capacidad disruptiva y transformadora, esa que ambos tuvieron y a quienes los críticos y artistas de su tiempo tardaron en reconocérselo. 

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