"¿Por una noche de maricas enfadadas en el Village va a cambiar algo?", se pregunta uno de los personajes de Stonewall, la película de Roland Emmerich, tras los disturbios del 28 de junio de 1969 en el barrio neoyorquino de Greenwich Village que supusieron el nacimiento del movimiento LGTBI. Pues sí, algo cambió. De hecho, aquella noche cambió todo. Stonewall, estrenada en 2015 y que se puede ver en Filmin, es una de esas películas en las que vale el contenido que el continente, más el fondo que la forma. Pero es que lo que hay de fondo es una historia excepcional. El gran valor del filme es que nos recuerda que cada mes de junio cuando celebramos el Orgullo en todo el mundo conmemoramos exactamente aquellos disturbios, aquella noche en la que un grupo de homosexuales y transexuales hartos del hostigamiento de la policía gritaron basta. Venimos de ahí y a ellos les debemos en gran medida nuestros derechos actuales. Puede resultar incluso molesto o incómodo, pero sin esas pedradas, sin esas protestas violentas, hoy no estaríamos donde estamos.
Las interpretaciones y el guión dejan algo que desear, a la película le falta algo pero, insisto, creo que importa más lo que cuenta que cómo lo cuenta. El filme sigue los pasos de un joven que llega a Nueva York tras escapar de su casa por el rechazo de sus padres en su pequeño y conservador pueblo natal. A través de sus ojos conocemos la marginación y el desprecio que sufren las personas no heterosexuales. Las que son visibles, claro, no las que viven su orientación o su identidad sexual a escondidas. Por aquel entonces en Estados Unidos estaba prohibido servir alcohol a los homosexuales y también era ilegal dar trabajo en agencias públicas a personas homosexuales. Es decir, quien no fuera heterosexual era un ciudadano de segunda. Hablamos del año 1969, no del siglo XIX.
A través de flashback, se recuerda lo doloroso del rechazo sufrido por el joven protagonista, mientras que en el presente narrativo asistimos al apoyo entre la comunidad de los jóvenes homosexuales que malviven en Greenwich Village y, cuando pueden, entran en el local Stonewall, regentado por la mafia, pero el único en el que homosexuales y transexuales pueden bailar y disfrutar tranquilos. Salvo cuando hay redadas policiales violentas, claro, que es muy a menudo.
Uno de los aciertos del filme, de los errores ya digo que prefiero no hablar, porque para mí importan menos, es que plasma bien las distintas visiones de cómo se debía abordar la necesaria y justa lucha por la igualdad. Incluso el empleo de ese término, "lucha", sería discutido por algunos. De un lado, los jóvenes más activistas y menos normativos, que no se esconden. Del otro, quienes buscan más la asimilación en la sociedad, no la aceptación plena, los que piensan que es buena idea vestir de traje y corbata y esconderse, para ser aceptados, asumiendo que llevará décadas alcanzar la igualdad plena de derechos, si es que en algún momento llega. "Hace falta más valor para ponerse un vestido que para llevar traje y corbata", le espeta el protagonista a uno de los defensores de esta corriente, digamos, más adocenada y modosa, menos revolucionaria y combativa.
Son polos frecuentes en toda causa social, no tan distintos a los que podemos encontrar hoy, en cierta forma y salvando todas las distancias. Quienes prefieren no incomodar y callar ciertos aspectos de su vida en determinados ambientes, porque mejor dejarlo estar, y los que se rebelan contra la injusticia de no poder ser, vivir y sentir como cada uno es, sin esconder nada, porque no tienen nada que ocultar y quieren lo que les pertenece, lo que es justo, y lo quieren ahora, porque es exactamente lo que todas las personas merecen. Lo cierto es que hasta los menos activistas y más normativos deberán reconocer que los derechos de los que hoy disfrutamos todos provienen en gran medida de aquellos héroes de Stonewall, entre los que jugaron un papel protagonista, por cierto, muchas personas trans. Es emocionante ver en Stonewall el nacimiento de un movimiento que hoy nos siguen sacando a las calles cada mes de junio, para proclamar con Orgullo que todos merecemos los mismos derechos, para combatir las desigualdades que aún persisten en la sociedad y para conmemorar a aquellos que nos abrieron el camino que hoy transitamos.
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