Esta maldita pandemia que ha puesto en suspense nuestras vidas y que tanto ha alterado a todos los sectores, también al del cine, no tiene absolutamente nada bueno. Todos deseamos que termine y que se reviertan lo antes posible sus daños, esos que no son irreversibles, porque los más dolorosos son los que no tienen vuelta atrás, la muerte de tantas personas. El tiempo dirá si el coronavirus supone un acelerador de un cambio que ya se intuía en el mundo del cine o si, ojalá, vuelven esa larga lista de estrenos semanales en las salas que genera incluso cierta ansiedad en los cinéfilos que quieren estar al tanto de la actualidad. El caso es que el parón obligado por esta crisis, que ha reducido a su mínima expresión los estrenos de filmes y que también ha reducido mucho la asistencia a las salas por miedo al maldito virus, nos ha llevado a muchos a ponernos con tareas pendientes desde hace tiempo, es decir, a acercarnos a clásicos que no habíamos visto, en parte también por esa corriente febril e imposible de seguir de estrenos y más estrenos semanales. Se ha generado una cierta calma, una especie de tregua que, insisto, por el bien de todos ojalá dure lo menos posible, pero que, por sacarle algo positivo, al menos sí nos ha empujado a muchos a los clásicos. Y en esto las plataformas, en especial Filmin, son un aliado excelente para indagar en ellos.
Hace unos días hablaba de Uno, dos, tres, la hilarante película de Billy Wilder, y hoy toca Ocho y medio, de Federico Fellini, para muchos, la mejor película sobre cine de todos los tiempos. Es, pues, una de esas películas que todo amante del cine debe ver y ya me tocaba. Además, la librería que debe su nombre a esta película, un paraíso de literatura y cine en el centro neurálgico del séptimo arte en Madrid, es uno de esos lugares deliciosos, sin duda, de mis preferidos de la ciudad. Y sabía que esta película existía y que era de esos clásicos que sí o sí había que ver pero, lo dicho, tanto aluvión de estrenos no daba demasiado tiempo a disfrutar de cintas como esta.
¿Qué puedo decir nuevo de una obra estrenada en 1963 y que cuenta con elogios unánimes de los amantes del cine? Pues poca cosa, como de cualquier otra película, por otro lado. Me ha encantado, sí. La belleza de la fotografía en blanco y negro, la forma en la que el director italiano integra los recuerdos, las vivencias, la imaginación y el arte, los personajes que circulan por la pantalla, sus obsesiones y su confusión en pleno proceso creador de una película. Escribió Oscar Wilder que es la vida la que imita al arte y no al revés. Para algunas personas, ambas cosas son del todo indistinguibles, y entre ellas, claro, están los artistas, que viven para contarlo, esos cineastas que a veces plasman en la pantalla sucesos, personas o anécdotas vividas por ellos, sin ser del todo verdad ni del todo mentira, mitad ficción, mitad realidad, si es que semejante distinción tiene algún sentido.
El protagonista de Ocho y medio es un director de cine, de alguna forma, alter ego del propio Fellini, que ha retrasado 15 días el comienzo del rodaje de su propia película. El filme retrata bien las dudas y la confusión en ese momento, en el que al director le acechan sus recuerdos, los productores con sus exigencias, los actores (sobre todo, las actrices), sus propias relaciones sentimentales (en plural)... Hay escenas del todo surrealistas, unas cuantas de ellas con música y jolgorio. Es muy interesante ver cómo el director lo observa todo, porque todo lo que ocurre a su alrededor es susceptible de ser trasladado a sus películas.
Una de las figuras más jugosas del filme es la de un crítico desabrido y ceñudo que sigue en todo momento al director y le hunde permanentemente en la miseria. Cada decisión, cada plano, cada personaje, es vapuleado por el crítico. Pero no es la única presión a la que se somete el director, porque también le persiguen las personas de su vida que se ven de un modo u otro reflejadas en la pantalla, como por ejemplo su mujer. ¿Hasta qué punto el autor tiene licencia para convertir en personajes a las personas que les rodean? ¿Todo en su vida puede ser material para su próximo trabajo?¿No es acaso demasiado ingenuo pretender que no sea así, que los creadores no tomen de lo que sucede a su alrededor rasgos, matices o historias que sirvan para sus obras? ¿No son en cierta forma autobiográficas todas las películas, en mayor o menos medida? ¿Hay tanta diferencia entre lo que se vive y se imagina? ¿Se puede crear algo de la nada sin que nada de lo vivido, leído o soñado se traslade a la historia que se narra?
Ocho y medio, en fin, es una película extraordinaria. No hacía ninguna falta que viniera yo aquí a contarlo, pero aquí estoy. Pueden estar tranquilos, todos los que han alabado esta película de Fellini las últimas décadas estaban en lo cierto, Ocho y medio es maravillosa.
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