Libertad de expresión

 

Uno sólo cree de verdad en la libertad de expresión cuando defiende el derecho de otros a compartir opiniones que le incomodan y desagradan, incluso que le resultan nauseabundas. Cualquier otra supuesta defensa de la libertad de expresión es sólo hacerse trampas al solitario. Naturalmente que todos estamos muy concienciados sobre la libertad de quienes piensan lo mismo que nosotros a compartir sus opiniones, pero de eso no va la libertad de expresión, sino más bien de todo lo contrario, de defender con la misma convicción las libertades de otros. Estos días se repiten mucho frases del tipo "me repugnan las letras de Pablo Hasél, pero defiendo su libertad", como si acaso fuera necesario remarcar esa primera parte. No es que la libertad de expresión también sea defender el derecho a expresar las opiniones que te repugnan, es que la libertad de expresión es fundamentalmente eso, igual que la democracia no es tanto defender la acción libre del partido al que votas, sino de todos los demás, especialmente los que más te desagraden. 
¿Defenderían las personas que estos días apoyan a Pablo Hasél con la misma fuerza a un cantante que incluyera en sus letras enaltecimiento de la violencia machista, del racismo o de la homofobia? ¿Consideran estas personas que la misma libertad de expresión que tiene Hasél la tiene, por ejemplo, una asociación ultracatólica para poner en circulación un autobús con un mensaje homófobo y tránsfobo? Porque si es así, si de verdad todos los defensores de Hasél son capaces de defender de verdad la libertad de expresión de los que piensan distinto a ellos,sólo entonces, están de verdad del lado de la libertad de expresión. Si no lo son, estamos hablando de otra cosa. 

El sectarismo se cuela en este debate, como ocurre siempre en España. Jugamos con las cartas marcadas siempre. Alguien que apele a la libertad de expresión siempre que una persona de su cuerda ideológica desbarre o diga alguna salvajada pero que automáticamente pida encarcelar a alguien que esté en sus antípodas ideológicas por desbarrar o decir alguna salvajada no es un defensor de la libertad de expresión. Es otra cosa. Esta misma semana, a la vez que la encarcelación de Hasél era noticia, también lo era un discurso repugnante contra los judíos por parte de una joven en una manifestación en homenaje a la División Azul. Salvo escasas excepciones, los mismos que censuraban que Hasél fuera condenado por enaltecimiento del terrorismo pedían abrir una causa contra esta joven antisemita. ¿No creían tanto en la libertad de expresión, incluso con opiniones o ideas odiosas que les incomodaban? 

No tengo una posición cerrada al respecto porque, en contra de lo que parece asistiendo al pobre debate público de estos días en nuestro país, creo que la de la libertad de expresión es una cuestión extraordinariamente compleja. No creo que se pueda despachar con brochazos como los que estamos viendo últimamente. De entrada, estaría bien no mentir. Pablo Hasél no ha sido encarcelado por las letras de sus canciones, sino por una condena por enaltecimiento del terrorismo sumada a otras anteriores, entre la que hay una por amenazas. Es importante ser preciso, porque no se compadece con la verdad decir que Hasél ha entrado en la cárcel por las letras de sus canciones.

La libertad de expresión es fundamental, desde luego, y casos como el de este cantante obligan a revisar la legislación española. La auténtica libertad de expresión, insisto, es la que permite a otros decir cosas que nos hacen sentir incómodos, que nos parecen repugnantes y odiosas. Conviene saber exactamente de qué estamos hablando. Si el debate es entre los antisistemas que están reventando escaparates y los defensores del Estado de derecho, poco hay que debatir. Si el debate es dentro de la democracia y con posiciones defendidas de forma pacífica, sin violencia, podemos empezar a hablar. Y ahí, desde luego, es interesante discutir sobre qué puede cambiar en nuestro Código Penal.

Por ejemplo, la distinción entre apología del terrorismo y enaltecimiento. La primera implica que una declaración de alguien puede causar de verdad acciones terroristas, mientras que la segunda, mucho más difusa, no requiere un efecto inmediato. Es decir, la primera es alguien de la izquierda abertzale (ahora muy defensores ellos de la libertad de expresión) señalando hace años a futuras víctima de ETA que, efectivamente, después eran asesinadas por la banda criminal. La segunda es un tuit o una letra de canciones o incluso un chiste sobre terrorismo que no tiene efectos reales en la vida, que no provocan atentados, que no causan daño físico a nadie, pero que pese a ello está sancionado por ley desde el año 2000. ¿Puede tener sentido rebajar las penas del delito de enaltecimiento, puesto que son opiniones que no causan un daño real, que no incitan a la violencia? Se puede debatir, sin duda, aunque es extremadamente complicado determinar qué efecto puede causar un mensaje u otro. 

También son muy cuestionables, o al menos están abiertos al debate sosegado dentro de una democracia, otros delitos como el de injuria a la Corona (¿por qué se protege especialmente a la Corona y no a otras instituciones?) o el de ofensa a los sentimientos religiosos, que es una especie de delito de blasfemia, una anomalía dentro de Europa, algo que parece de otra época. Todo eso es discutible, como lo es la regulación del delito de odio, que es una idea difusa y compleja. Sin duda, las minorías necesitan una protección especial, pero, precisamente en aras de la libertad de expresión, según cómo se regulen los delitos del odio, también pueden entrar en colisión con otros derechos. Precisamente quienes más claro tienen que se debe eliminar el delito del enaltecimiento del terrorismo o el de la ofensa a los sentimientos religiosos son los que piden endurecer las penas de los delitos de odio. Es decir, que pedir en una letra de una canción que alguien vuele el coche de un político o le pegue un tiro a otro no debería estar tan sancionado como ahora, pero sí se debería sancionar si se pide eso mismo de una persona negra o de un homosexual. Frivolizar con andar matando a gente les parece bien o mal según a quién se señale. 

Debatir sobre ello, por tanto, parece lógico y hasta necesario. Es un debate apasionante y nada sencillo, no apto para posiciones partidistas y sectarias, de un extremo o del otro. Pero la clave, insisto, no está en defender a los que piensan como nosotros o a los radicales dentro de nuestro ámbito ideológico, digamos, sino en defender a los de enfrente. Si tú eres muy de Podemos y te dices defensor de la libertad de expresión, entonces tu posición para defender este derecho es proteger la libertad de un partidario de Vox. Y viceversa. Este debate, si lo abordamos de forma honesta, nos pone ante el espejo y nos muestra todas nuestras contradicciones. 

Hay otra cuestión que me parece especialmente compleja e interesante en este debate. ¿Hay más libertad para defender determinadas ideas con letras de canciones o con viñetas? ¿Debe protegerse más la libertad de mensajes odiosos o radicales si se les pone música o se dibujan que si se emiten en una manifestación? Si la chica antisemita hubiera lanzado su mensaje de odio con una guitarra de fondo, ¿merecería más protección en nombre de la libertad de expresión? Creo que, ante la duda, siempre es mejor pasarse de permisivos con la libertad de expresión. Sin ninguna duda. En un extremo y en otro. Pero seamos honestos: la libertad de expresión es muy incómoda, porque creer de verdad en ella implica defender a gente con ideas que nos repugnan. 

El elemento más surrealista de esta polémica en España ha sido la posición frívola e irresponsable de una parte del gobierno que se ha negado a condenar la violencia de unos pocos que han reventado las manifestaciones pacíficas en defensa de Pablo Hasél. Como vivimos en una democracia, todo el mundo se puede manifestar para lo que considere oportuno, pero no puede ir quemando contenedores ni destrozando escaparates. Es muy preocupante que una parte del gobierno se ponga de perfil ante estos actos de violencia. ¿Por qué lo hacen? ¿Ven sostenible mantener una posición antisistema desde dentro del gobierno? ¿Creen que esa tibieza ante la violencia les va a dar algún rédito electoral? Es muy inquietante. Estos supuestos defensores de la libertad de expresión (insisto, una minoría) se dedican a asaltar la sede de medios de comunicación, como la redacción de El Periódico. Así de adalides de la libertad de expresión son. Tanto, tanto, que lanzan piedras a la redacción de un diario. Con esta gente, ni a la vuelta de la esquina. 

No hacen ningún favor estos pocos violentos a quienes de verdad quieren abrir un debate sobre la libertad de expresión. Porque montar barricadas en las calles no tiene nada que ver con eso. A los alborotadores profesionales les da igual la causa que hay detrás, utilizarían cualquier pretexto para romper cosas. No es lógico ni comprensible que alguien desde el gobierno contemporice con los violentos que, entre otras salvajadas, ensucian una causa noble que merece otro nivel. Las leyes se cambian, no están escritas en piedra. Bienvenidos sean todos los debates, pero con con palabras, no con adoquines. 

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