¡Me cago en Godard!

Un buen amigo me recomendó ¡Me cago en Godard!, de Pedro Vallín, editado por Arpa. Cuando terminé de leer este ensayo portentoso, pensé que le debo una a amigo por descubrirme este libro provocador y absolutamente brillante, que lleva por sugerente subtítulo Por qué deberías adorar el cine americano (y desconfiar del cine de autor) si eres culto y progre. Entre otras muchas cosas, el autor defiende el entretenimiento en el cine sin sentirse culpable por disfrutarlo y lo hace del mejor modo posible, regalando un entretenimiento inteligente en sus páginas, que son un auténtico festival de ideas y reflexiones atractivas.



El ensayo, que busca combatir la idea de que el cine de Hollywood es conservador, algo así como una gran maquinaria de propaganda yanqui, tiene una mezcla poco común de erudición, ironía y ligereza. Casi lo de menos es estar de acuerdo o no con sus planteamientos. De hecho, lo disfruto más cuanto menos de acuerdo estoy o, mejor dicho, cuanto más lleva la contraria a lo que pienso, cuanto más cuestiona lo que daba por seguro, lo que nunca me había planteado. Y eso es exactamente lo que mejor que podemos encontrar en un ensayo, porque los que me dan la razón o me permiten reafirmarme en lo que pienso resultan aburridos y no aportan nada. Como amante del cine de autor que suele recelar del cine de superhéroes, me siento interpelado por el libro, y desde esa posición lo disfruto enormemente. El ensayo se dirige a una parte del público, y sobre todo de la crítica, que tuerce (torcemos) el gesto ante el último blokcbuster estadounidense. No digo que a partir de ahora vaya a ver cada cinta rompetaquillas proveniente de Estados Unidos, pero sin duda las miraré con otros ojos. Y eso, cambiar la mirada de la realidad, es lo que mejor que puede aportar un libro. 

La declaración de intenciones es clara y aparece en las primeras páginas del ensayo: "este libro quiere ser un canto al gozo audiovisual y el destierro de la expresión 'placer culpable'. Placer culpable son las cenas de Hannibal Lecter; ver películas buenas y bonitas es disfrutar de la vida y convertirse en un ser humano mejor". Y a ello se dedica con brillantez y acierto el autor en las cerca de 300 páginas siguientes. 

Vallín se remonta al Romanticismo para encontrar la distinción entre el concepto de artista y el de artesano. En su opinión, "la diferencia verificable y objetiva entre el Arte y la Artesanía es ninguna", pero la visión que tenemos del arte en la actualidad, sobre todo en Europa, especialmente en Francia, es heredera de aquella época. Entonces nació "la idea del artista en tanto individuo genial, el poeta que habita en la bisagra entre la vida material y la esencia trascendente de las cosas, un tipo que ve lo que los demás no ven y que está ahí para contárnoslo. O sea, un cura". Esta diferencia es la que se establece entre los directores del cine de Hollywood y los auteurs europeos, entre el cine comercial estadounidense y el cine de autor, entre el cine entendido como narración, como cuento, y el que se autoatribuye una mayor trascendencia, cualidades más reflexivas y filosóficas. El autor, huelga decirlo, defiende la primera de las dos opciones. "La certeza herética que supone descubrir que Arte y Artesanía son lo mismo, lo que podemos denominar la Desacralización del Arte, está contenida en la revolución artística que supuso Andy Warhol", explica. 

Afirma Vallín que la crítica cinematográfica europea está mayoritariamente influencia por el marxismo y el materialismo histórico, una visión del cine que encuentra intenciones políticas ocultas en todo. El autor no niega que haya películas cargadas de ideología, pero recurre al principio de parsimonia, conocido como la navaja de Ockham, para señalar que “en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla acostumbra a ser la verdadera”. Es decir, a veces una película de entretenimiento busca solamente entretener, no calar una ideología neoliberal malvada entre el público. 

Entre las muchas y muy estimulantes ideas que rebate el autor está el desprestigio que acompaña automáticamente a todo final feliz en el cine. Explica el autor que "este eczema que causa a la crítica seria asistir a un final prometedor, con beso y arcoíris, es una reacción prêt  à porter que obedece al ya denunciado prestigio intelectual del pesimismo, una reputación a todas luces inmerecida y cuyo germen hay que buscar en el arraigo masoquismo judeocristiano, el poder redentor del dolor que tanta huella ha dejado en el pensamiento de izquierdas. El marxismo se ha creído a pies juntillas lo del valle de lágrimas y se lo ha tomado como un deber". Lo dicho, un festín intelectual. 

El autor analiza distintos géneros que arrastran en parte el sambenito de ser ultraconservadores. Por ejemplo, el western, que en su opinión "es lo opuesto al anarquismo alt-right que se atribuye al cine del oeste, y no es culpa nuestra que Donald Trump y sus sacristanes no lo entiendan. Que lean". También defiende el buen nombre del cine de superhéroes y recuerda que "no son otra cosa que la creación moderna de leyendas similares a las de Hércules, Aquiles, Arturo, Roldán o Jesucristo en una época en la que la demanda cultura se hipertrofia de tal modo que se requieren nuevos semilleros de mitología". 

No pretende Vallín situarse en una atalaya ni tampoco caer en la generalización de brocha gorda, porque sería cometer el mismo error que critica. De hecho, el tono irónico y ligero de su ensayo es uno de sus puntos fuertes. Es valiente al cometer herejías como la del título del libro y es lúcido al reconocer que "a todas las generaciones les ocurre que asocian la edad dorada de cualquier arte al periodo que transcurre entre su pubertad y su juventud, cuando todas las canciones hablan de ti, los libros te petan la cabeza y las películas te cambian la vida". Brillante. El libro, en fin, es un canto al cine y una enmienda a la totalidad de los prejuicios sobre Hollywood y sobre el cine de autor europeo. "Es en la celebración colectiva donde reside el sentido último de ese bien inasible que llamamos cultura", explica el autor ya la final del libro, en una frase que resume este ensayo y también una forma inteligente, divertida y sugerente de estar en el mundo. ¡Más libros como éste, por favor!

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