El fin de ETA

Durante muchos años, cada vez que se le preguntaba a un periodista español qué noticia le gustaría dar, casi sin excepción, respondía inmediatamente que el fin de ETA. Demasiado dolor, demasiada muerte, demasiada violencia, demasiada sinrazón. Cuando pasen los años, costará poner fecha precisa al final de la banda terrorista. Quizá alguien mencione el 3 de mayo de 2018, ya que ayer ETA leyó un comunicado en el que anunciaba su disolución, después de haber anunciado ya en 2011 el final de su actividad criminal. La banda deja 855 asesinados. 855. Hoy algunos medios publican los rostros o los nombres de todas las víctimas de ETA. Y es difícil resumir mejor lo que ha significada este grupo de asesinos. Muerte. Cientos de muertes. Nada más. 


Los comunicados de ETA son siempre alucinógenos, de una perversión del lenguaje insultante. Durante un tiempo se les hacía caso. Era la época en la que asesinaban con un tiro en la nuca a quienes no pensaban como ellos, o ponían coches bomba asesinando indiscriminadamente a cualquier persona que pasara por el lugar equivocado en el momento menos oportuno, o secuestraban a seres humanos y disponían de sus vidas. ETA, derrotada por la sociedad española, ha ido perdiendo presencia en los medios y en las conversaciones. Y es una buena noticia, sólo si no se olvida el inmenso daño causado, la enorme represión del pueblo vasco, ese que la banda criminal decía defender. El último comunicado de ETA, naturalmente, sigue ese mismo tono perverso de los anteriores. Duelen todas y cada una de las frases del texto de los asesinos, pero especialmente esta: "ETA nació cuando Euskal Herria agonizaba, ahogada por las garras del franquismo y asimilada por el Estado jacobino, y ahora, 60 años después, existe un pueblo vivo que quiere ser dueño de su futuro, gracias al trabajo realizado en distintos ámbitos y la lucha de diferentes generaciones". 

Es difícil encerrar en una frase tanta miseria, tanta indigencia moral, tanta indecencia. Pretende ser una reivindicación de la "labor" del grupo criminal, pero en realidad supone el reconocimiento de su fracaso. El rastro de sangre, muerte y dolor que han dejado los asesinos de ETA no ha servido para nada. Mencionan al franquismo, como pretendiendo reverdecer ciertas simpatías por su lucha antifranquista de hace décadas, como si no hiciera mucho tiempo que todo el mundo entendió que ETA era una banda de asesinos sin escrúpulos, nada más. Si no fuera tan doloroso, si no hubiera 855 vidas sesgadas por estos asesinos, resultaría hasta irónico leer en un comunicado de ETA hablar de una sociedad que agoniza o pretender decir que, gracias a ellos, es decir, a sus asesinatos y las muertes que sembraron en la sociedad, ahora en Euskadi existe "un pueblo vivo que quiere ser dueño de su futuro". Como si ETA y vida no fueran incompatibles, y como si esa existencia de un pueblo vivo fuera gracia sa ETA y no a pesar de ella. 

Derrotada ETA, terminada esta larga pesadilla, esta interminable noche que tanto sufrimiento ha causado en personas inocentes asesinadas sin piedad por estos criminales, falta investigar los crímenes aún no condenados de la banda. En su comunicado ETA viene a decir que, en fin, como ellos ya no nos asesinan, quizá España y Francia, y sus jueces, podrían echar pelillos a la mar y olvidarse de perseguir sus asesinatos. Eso, obviamente, no puede ocurrir. Como tampoco se puede permitir que los criminales o personas allegadas a ellos intenten imponer su relato viciado de lo ocurrido en Euskadi estos últimos años: una banda asesinada dedicada a dar tiros en la nuca a los que piensan distinto. 

La sociedad vasca, naturalmente, debe trabajar en la reconciliación y la convivencia. Los hijos de los asesinados deben construir la sociedad vasca del futuro, de la mano de los hijos de los asesinos. Y ahí será necesaria la generosidad, dentro del Estado de derecho, y la voluntad de acuerdo, por supuesto. Pero siempre sobre unas bases claras en las que no se permita blanquear el pasado de ETA ni de quienes, mientras los pistoleros asesinaban, aplaudían o callaban con aprobación. 

Llegará el momento de que el gobierno central elimine la política de dispersión de presos de ETA, fundamentalmente, porque esa medida excepcional sólo tiene sentido si la banda criminal sigue existiendo, algo que, afortunadamente, ya no es así. No es una cesión a los terroristas, en absoluto. Lo normal es que los presos estén cerca de sus familias y sólo se aplica una medida excepcional de dispersión cuando esa medida tiene una justificación clara, de la que carece ahora. Sin caer en una equidistancia imposible en un caso en el que a un lado hay asesinados y en otro asesinados, obviamente, el Estado también debe reconocer los errores de los años de la guerra sucia contra ETA. Y eso no significa minusvalorar el daño causado por los etarras ni situar a la misma altura al grupo criminal y al Estado, sólo faltaría. Pero, precisamente porque España es un Estado de derecho, no debe asustar reconocer los errores cometidos en el pasado, los excesos inaceptables en una democracia. 

Quedan muchas heridas, en fin, pero desde ayer la pesadilla de ETA está un poco más lejos, un poco más derrotada. No sabemos si es ésta exactamente la noticia que todos los periodistas decían querer dar, porque al final la realidad es mucho más compleja que un titular, pero sin duda es legítimo sentir cierto alivio, un poco más desde ayer, por el final de la historia de este grupo asesino que tanto daño ha causado en toda España y, sobre todo, en Euskadi, ese pueblo que decían defender pero no hacían más que oprimir y agredir. 

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