A juzgar por el tono que adopta el debate público (por llamarlo de alguna manera) sobre la crisis po-lí-ti-ca en Cataluña, parece a veces que sólo quedan dos opciones posibles: ser un malvado independentista, preferiblemente violento, o ser un opresor y rancio nacionalista español. Cualquier postura que no entre en ambos extremos, en ambas detestables posiciones, se considera automáticamente una muestra inaceptable de equidistancia. O muestras un odio visceral a los independentistas, aunque sean la mitad de la población de Cataluña, aunque parezca evidente que dentro de ese grupo de personas hay, como en cualquier otro, gente de todo tipo, o presentas a España como una dictadura que oprime a un pueblo, como si no existiera otra mitad de la población de Cataluña que quiere seguir formando parte de España. Así que, si los fanáticos de un lado y de otro critican a todo aquel que defiende una solución dialogada tildándole de equidistante, creo que es hora de pedir, por favor, más equidistancia, mucha más.
Necesitamos equidistancia, sí. O eso que llaman equidistancia los más alucinados independentistas y los más fanáticos nacionalistas españoles. Desde luego, no necesitamos posiciones extremas. Ni personas con una habilidad extraordinaria para detectar todos los errores y excesos del bloque de enfrente, pero que son incapaces de encontrar ningún fallo en sus propias filas. No necesitamos bloques ni filas. No necesitamos a personas que actúan como si confiaran en que en algún momento, por arte de magia, desaparecerá esa mitad de la población que les estorba porque no piensa como ellos. No necesitamos a gente que ridiculice al de enfrente y se burle de su sufrimiento o de sus sentimientos. No necesitamos a personas que se escandalizan, con razón, por la falta de pluralismo en TV3, pero que después nada dicen de la evidente falta de pluralismo en TVE.
Necesitamos a equidistantes, sí. A eso que llaman equidistantes los fanáticos de allí y de aquí, que haberlos haylos en ambos lados aunque los prejuicios nos lleven a pensar siempre que todos los radicales son los que piensan diferente a nosotros. Necesitamos a personas que comprendan que asistimos, fundamentalmente, a un problema político que sólo podrá tener una solución política. Necesitamos a gente que defienda el cumplimiento de la ley, por supuesto, y que por eso mismo, no jalee de forma acrítica el insostenible auto del juez Llarena, que hace equilibrismos difícilmente defendibles para sostener la acusación de un delito de rebelión a los líderes independentistas. El juez llega a escribir, ojo, que "puede concluirse que no se aprecia en su esfera psicológica interna un elemento potente que permita apreciar que el respeto a las decisiones de este instructor vaya a ser permanente". Atención, que el juez es capaz de entrar en la esfera psicológica interna de los encausados Como para no poder fabular una presunta violencia, del todo inexistente y, desde luego, del todo imposible de atribuir a los políticos independentistas.
No necesitamos a quienes pretenden defender con el mínimo rigor que dos millones de personas son todas unas ignorantes, manipuladas, estúpidas, radicales y violentas. Y esto vale para unos y para otros. Por muy convencidos que estén los de allí o los de aquí, los que votan a este o aquel, quizá convendría que pensaran que, tal vez, los que votan y piensan diferente son sólo eso, ciudadanos con los mismos derechos que ellos, sólo que con opiniones diferentes. No necesitamos a personas que han centrado en exclusiva su política, de forma muy provechosa, durante los últimos años en el procès preguntando, cándidamente, que para qué ha servido el procès. No necesitamos a políticos que son incapaces de ponerse de acuerdo en nada, salvo que sea para complicar un poco más el escenario. No necesitamos a líderes irresponsables. No necesitamos a tertulianos incendiaros, hablen en catalán o en español.
Necesitamos mucha más equidistancia, sí. Porque me pregunto cómo es posible que en un país en el que todos los gobiernos han negociado con ETA, sí, con terroristas que asesinaron indiscriminadamente a cientos de personas, de verdad resulte tan inadmisible para tantos nacionalistas españoles que se deba buscar una solución dialogada a este problema político en Cataluña. Necesitamos que entre los independentistas se reconozca que se han incumplido leyes y que su posición política, totalmente legítima, debe defenderse por los cauces legales. Y necesitamos que entre los constitucionalistas, y especialmente entre los nacionalistas españoles que están brotando como setas en el campo silvestre tras la lluvia, se comprenda que defender la independencia de Cataluña es una opción política respetable y legítima, a la que en todo caso deberán combatir con ideas. Necesitamos que se entienda al fin que un problema político jamás tiene una solución judicial.
No necesitamos a fanáticos que sólo ven a los fanáticos de enfrente, pero que siguen lanzando su discurso del odio contra el de enfrente. No necesitamos a personas que juegan a presentar a las minorías radicales de los que piensan distinto a él como la representación de todos ellos. No necesitamos que se retuerzan las leyes, ni tampoco que la gente celebre prisiones preventivas difícilmente defendibles desde un punto de vista jurídico. No necesitamos el ardor guerrero de tantos que claman venganza, revanchismo, odio al de enfrente. No necesitamos que precisamente los que más odian a Cataluña, a los que le salen sarpullidos cuando escuchan hablar catalán, sean los que vengan a defender la unidad de España como un bien supremo, algo que nunca dejará de resultarme chocante.
Necesitamos más equidistancia, claro que sí. Mucha más. Porque no necesitamos a catalanes que den carnet de catalanes sólo a quienes defiendan sus mismas posiciones políticas. No necesitamos a personas incapaces de entender que con sus chanzas y su ridiculización de las ideas que sostienen dos millones de personas están contribuyendo a que destruya un poco más la convivencia. No necesitamos que cada intento de políticos que buscan la reconciliación sea despreciado con semejante ferocidad por los radicales de un lado y de otro. No necesitamos que la mayoría de los responsables políticos miren sólo por su interés electoral y no por el bien común. Necesitamos volver a entendernos. Necesitamos seducción. Necesitamos diálogo. Más que nunca. No necesitamos este sarampión de banderas, que se sacan a los balcones para restregársela en la cara a otros. Necesitamos seguir disfrutando y riendo con nuestros amigos, voten a quien voten y piensen lo que piensen. Necesitamos comprender que no todo el que discrepa de nuestras posiciones es un ignorante manipulado. Necesitamos tener otro talante. Y hablar, mucho. ¿Hay alguien ahí? Parlem?
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