Moonlight

"Hombre soy, nada humano me es ajeno". Esta frase, que escribió Terencio hace 23 siglos, es un buen punto de partida para afrontar la vida y, valga la redundancia, el cine. Es una reflexión que bien puede aplicarse a Moonlight, de Barry Jenkins, nominada a ocho premios Oscar. Se presenta como una película negra, gay, de drogas o de adolescencias conflictivas. Pero no es eso. No es nada de eso. O todo a la vez. Es, sobre todo, una historia humana contada con enorme sensibilidad. No es preciso por ello compartir el color de piel, el país de procedencia o la orientación sexual con el protagonista para emocionarse con su historia, para salir del cine conmovido. Porque es una historia sobre la condición humana, porque nada humano nos es ajeno y nada hay más humano que la construcción de una identidad, proceso por el que todo el mundo pasa. Y de eso sí va esta historia. Por encima de todo, de eso. De la necesidad de conocernos, de saber quiénes somos, de tener una identidad propia. 

La película es delicada hasta en el título. Moonlight, que procede de un dicho que reza que "bajo la luz de la luna, los chicos negros parecen azules". La cinta, lírica y realista a la vez, dura y esperanzadora, dolorosa y bella, como la propia vida, narra la historia de Chiron en tres tiempos. De niño, cuando es un joven callado, diferente, sensible, frágil, que sufre el acoso de sus compañeros de clase. De adolescente, tiempo en el que continúa descubriéndose y en el que se siente aún más diferente, más oprimido por un entorno asfixiante, en el que ve con toda crudeza la diferencia entre quien es y quien aparenta ser. Y, por último, de mayor, ya con una máscara puesta, pero con su misma personalidad, con esa identidad que va definiendo a lo largo de su vida, todavía ahí, porque no puede desaparecer. 



La película está dividida en tres partes y no es casual que estos tiempos se titulen como es nombrado el protagonista en cada época: Little (pequeño), la primera; Chiron, la segunda y Black, la última. La identidad es el factor central de esta historia. "Me llamo Chiron, pero todo el mundo me dice Little", dice el niño en  una escena, aceptando esa identidad que le otorgan otros, no la que siente él. Lo mejor de esta cinta es que no admite etiquetas, como toda gran película, que pisotea cada estereotipo y esquiva todos los tópicos, evitando los caminos trillados. No cae en ninguno de los excesos a los que podría conducir la historia de un joven con una sensibilidad especial cuya madre es adicta al crack (como la madre del director, al parecer), interpretada por Naomie Harris, y que recibe de Juan (Mahershala Ali), un traficante de drogas (el que le vende las sustancias a su madre) el cariño y la protección que no tiene en casa. 

Moonlight desmonta tópicos en cada escena y no cae nunca en el dramatismo o los excesos narrativos a los que la trama podría haber conducido. Porque no hay personajes redondos, porque todos tienen aristas. Chiron de niño, interpretado por Alex Hibbert, aprende a nadar gracias a Juan, es besado y acariciado por la novia de éste, Teresa, a quien da vida la actriz y cantante Janelle Monáe (que aparece también en Figuras ocultas). Chiron se refugia en Juan y Teresa. Y a ellos les hace las primeras preguntas sobre su identidad y sobre su vida en una de las escenas más poderosas de la cinta ("¿qué significa "maricón"? "¿Tú vendes drogas?" "Mi madre consume drogas, ¿verdad?"). Crece después, y sigue descubriéndose, de adolescente (interpretado entonces con brillantez por Ashton Sanders), conociendo el amor, la pasión, sintiendo emociones diferentes a las de la mayoría, que le atemorizan. El giro de la cinta en su parte final, cuando da vida a Chiron Trevante Rhodes, culmina con sensibilidad y un tacto exquisito esta historia inolvidable. 

Abre también esta película una reflexión sobre el determinismo, esa teoría filosófica según la cual las condiciones sociales condicionan la vida de cada cual, que estaría predestinada por las cartas con las que empieza cada uno la partida. ¿Cómo escapar de un entorno asfixiante de drogas, miseria y falta de esperanzas? ¿Está condenado quien nace en un ambiente así a repetir de mayor lo vivido de niño? ¿Conduce la violencia a más violencia, la intolerancia al camuflaje de los sentimientos, para evitar sufrir? ¿Hay espacio para la esperanza, para el cambio, para dar esquinazo al destino? ¿Hasta qué punto somos libres para ser quienes queremos ser? 

Muestra la película la importancia de una caricia, del contacto humano, de dar y recibir cariño, de conocerse y estar a gusto con uno mismo. Moonlight es lo más parecido a Boyhood desde que Richard Linklather estrenó esta obra maestra, que también recorre la historia de un joven, sólo que durante 12 años y rodada en tiempo real. También en ella el autor encuentra lirismo en la realidad, también sirve de espejo de emociones y sentimientos, de reflejo de la vida. Hay una escena maravillosa en aquella cinta en la que Mason, el protagonista, le explica a una chica que siente que hay muchas cosas que le gustaría hacer y no hace por el qué dirán, por aparentar ser normal.  -"Sea lo que sea lo que eso significa", le responde ella. Y, como si las películas dialogaran entre sí (¿acaso alguien duda de que lo hacen?), hay otra escena en Moonlight que es la perfecta réplica a ese diálogo. "Algún día tendrás que decidir quién eres. No dejes que nadie lo decida por ti", le dice Juan, el mentor, el padre que no tuvo Chiron, al niño sensible que se siente diferente, que no se ve normal, y que se debate ya entonces entre ser él mismo o vivir mirando hacia abajo, contenido, reprimido, silencioso, evitando el sufrimiento de la intolerancia ajena, pero evitando a la vez vivir como siente. Moonlight es, en fin, una película excepcional. Muy pocas veces el cine se parece tanto a la vida. 

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