No encuentro mejor manera de terminar el año que hacerlo hablando de algunos de los mejores momentos que he vivido en los últimos 365 días. Es decir, algunas de las novelas y representaciones culturales que más me han marcado. Creo que El testamento de María es, por lo sugerente y atrevido de la propuesta de Colm Tóibín, es el libro del que más he disfrutado este año. La novela está narrada en primera persona por María, una mujer judía que lamenta la muerte de su hijo, quien se metió en turbios y poco claros movimientos políticos y se dejó llevar por fantasiosas ideas. Su hijo se rodeó de "seres inadaptados, de los que no pueden mirar a la cara a una mujer" y se dedicó a afirmar que era hijo de Dios mientras se movía de forma pretenciosa y pavoneándose. María concluye que "no valió la pena" esa aventura extraña de su hijo y se decide a escribir porque quiere dar testimonio de la verdad de la historia de su hijo frente al empeño de sus seguidores por contar al mundo una versión que no se corresponde con la realidad que ella ha vivido. Una novela excepcional.
A nivel personal, este 2014 me ha servido para profundizar en el conocimiento de Francisco Umbral, un orfebre de las palabras, quizá el escritor que más ha mimado el idioma, el que cultivó un estilo fascinante donde no tienen cabida frases huecas o imprecisas. Siempre la palabra adecuada, la musicalidad del relato, el estilo por encima de lo contado, la magia de jugar con el vocabulario como sólo muy pocos autores son capaces de hacer. Los helechos arborescentes, Amado siglo XX y La forja de un ladrón son las novelas de Umbral que he gozado este año.
De las 27 obras que he reseñado este año en blog, creo que Sangre en la calle del turco, de José Calvo Poyaye, es una de las que más me ha convencido, por su capacidad de recrear una trama trepidante en el contexto de un apasionante momento histórico (el asesinato de Prim) de tantos como ofrece la Historia de nuestro país. También sonrío al recordar cuánto disfrute sumergiéndome en el mundo de El despertar de la señorita Prim, adorable novela de Natalia Sanmartín. Disfruté del talento de Eduardo Mendoza con la imponente La ciudad y los prodigios y con la divertidísma El laberinto de las aceitunas. Con Dispara, yo ya estoy muerto me acerqué al conflicto palestino-israelí con el esquema clásico de novela amplia de múltiples personajes que adopta en los últimos años Julia Navarro. Me lo pasé en grande con el clásico Rebelión en la granja, con ese disfrute que ofrece la lucidez y la inteligencia de George Orwell. Descubrí a Javier Marías con Mañana en la batalla piensa en mí (Así empieza lo malo aguarda a ser devorado el próximo año).
En el apartado de obras de no ficción, también este año han sido varios los ensayos que he leído. Me convenció Indecentes. Crónica de un atraco perfecto, en el que Ernesto Ekaizer relata los porqués de la crisis económica que todavía vivimos y muchas claves de la respuesta que se le ha dado a esta eclosión en la zona euro en contraste con las políticas aplicadas en Estados Unidos. Al hilo de este ensayo, leí con interés la obra El dilema. 600 días de vértigo, en la que el expresidente del gobierno José Luis Rodríguez Zapatero relata cómo vivió aquellos días en los que parecía que España estaba al borde del abismo y en los que el socialista decidió emprender la senda de los recortes sociales que después siguió el gobierno del PP. No compartí todos sus argumentos, ni mucho menos, pero disfruté del ensayo La civilización del espectáculo, en el que Mario Vargas Llosa hace una lectura muy crítica de la cultura propia de nuestra sociedad.
Inteligencia ecológica, de Daniel Goleman, me ha removido gracias a una exposición clara, didáctica y contundente sobre el impacto de la acción humana sobre el cambio climático y de cómo nuestras decisiones de compra pueden ayudar a cambiar los negros augurios sobre el futuro del planeta que provoca nuestra irresponsabilidad. Un ensayo fascinante. Sensacional, por distintas razones, me pareció también Conversaciones con Woody Allen, un libro de entrevistas en el que el periodista Eric Lax nos acerca, a través de charlas durante varios años con el genial director, la visión del cine y de la vida de uno de los grandes genios del séptimo arte.
Este 2014 que hoy termina también he gozado de dos conciertos excepcionales en Madrid muy distintos por sus dimensiones, pero en ambos casos memorables. Primero fue un recital de Luis Ramiro en la sala Galileo Galilei que disfruté como un enano. Este cantautor es para mí uno de los grandes descubrimientos musicales de este año. El otro concierto, grandioso, inolvidable, se celebró un un escenario mucho más colosal (un Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid abarrotado) y lo ofreció un genio desde hace mucho tiempo admirado. Joaquín Sabina, el maestro, el madrileño de adopción, el poeta del siglo XX que pone voz a las malas compañías, a los excesos, al desamor, a Madrid y a la vida en general, regresó a la capital tras cinco años de ausencia y, aunque sufrió una indisposición que le obligó a anular los bises, aquel concierto del 13 de diciembre fue memorable. Un sueño cumplido para mí, que nunca había disfrutado del maestro en directo.
Concluyo este artículo con viajes y arte. Llevaba mucho tiempo con ganas de conocer la Costa Brava y, en especial, de seguir los pasos de Salvador Dalí. Este año, por fin, pude cumplir este deseo. Y regresó enamorado del Alto Empordá. En Figueras recorrí las distintas salas del inclasificable Teatro Museo Dalí y en Cadaqués, más concretamente en Portiglat, conocí su casa museo, aquel lugar encantador, casi paradisíaco, en el que el genio vivió gran parte de su vida junto a su musa y amor Gala. Igualmente me fascinó la Ciutadella de Rosas, donde se reúnen vestigios de distintas civilizaciones desde el Paleolítico. Girona me cautivó, como también lo hicieron Blanes (el portal de la Costa Brava) y Ampuria Brava. Sé que volveré al Empordá, como regresaré, más pronto que tarde, a San Sebastián. La adorable ciudad vasca, donde disfruté de una guía de excepción, me enamoró por su belleza, su elegancia, su señoría y su exquisita combinación del mar, la montaña y el pulcro cuidado de quienes saben conservar aquello que hace de una localidad un lugar encantador y único. Como única es su gastronomía.
Con este repaso al 2014 cultural me despido. Lo hago deseando a los lectores del blog y a todo el mundo lo mejor para el próximo año. Que 2015 traiga salud, condición indispensable para todo lo demás, sueños, ilusiones, buenos ratos compartidos con vuestra gente y mucha, mucha cultura. ¡Feliz año nuevo!
Comentarios