En los últimos años hemos vivido una crisis sin precedentes en muchas décadas en el mundo y en nuestro país. Una crisis que necesita de un relato. Escribí tras leer Todo lo que era sólido, de Antonio Muñoz Molina, que cuando pasen los años aquel inteligente, crítico y lúcido ensayo será imprescindible para comprender los años previos a la crisis, los de la burbuja y la descomposición moral, ética y pública que la siguió. Pues bien, Indecentes. Crónica de un atraco perfecto, de Ernesto Ekaizer, sería ese ensayo necesario para comprender las razones económicas de esta crisis en la que todo lo que era sólido se vino abajo y su intrahistoria.
Si la obra de Muñoz Molina se detenía a analizar con más detalle la mediocridad y el derroche de la clase dirigente, la complacencia de los medios de comunicación en los años de la burbuja y la falta de espíritu crítico en la sociedad, si levantaba acta de la crisis ética que va asociada a la económica, Ekaizer ilustra con claridad el origen de la mayor recesión que ha vivido el mundo desde el crack del 29 y lo hace de un modo vibrante a través de una crónica periodística en la que combina entrevistas, reflexiones de distintas personalidades económicas y detalles sobre la reacción política en España al estallido de la crisis, el debilitamiento de la política ante los mercados y el pensamiento económico dominante. Se puede estar de acuerdo o no con la tesis defendida por el periodista argentino, pero de entrada se agradece, y mucho, que se salga de ese pensamiento único, de esa receta que gobiernos de izquierdas o de derechas han aplicado en la zona euro desde que estalló la crisis: austeridad, rigor fiscal, recortes... Ekaizer defiende que esto es pura ideología y que se ha falseado el relato de la crisis afirmando que el déficit fiscal es causa y no consecuencia de la misma.
El libro, escrito en 2012, recoge posiciones de economistas que alertaron antes del estallido de la crisis de las hipotecas subprime (basura) en Estados Unidos del riesgo que corría la economía mundial en medio de un clima de euforia, de consenso sobre lo bien que marchaba todo y la capacidad que tenía la economía para solventar posibles riesgos. El comienzo del libro explica de forma precisa y clara la mala praxis de las entidades financieras estadounidenses que empaquetaron créditos de mala calidad, concedidos a personas de dudosa solvencia con un elevado riesgo de impago, y los colocaron en el mercado. Ahí se sitúa el origen de la crisis financiera mundial, que después, sólo a partir de 2010, pasó a ser una crisis de deuda que amenazó con llevarse por delante a la zona euro y obligó a rescatar a Irlanda, Portugal y Grecia.
Nos lleva Ernesto Ekaizer hasta la reunión de Jakson Hole de 2005. Cada año celebran banqueros centrales y relevantes economistas de todo el mundo en Jackson Hole, Estados Unidos. Un encuentro veraniego en el que se reúne lo más granado del mundo financiero mundial. Aquel año, aún a falta de dos ejercicios para que todo estallara por los aires, el economista jefe del FMI, Raghuram Rajan, alerta de los riesgos que contiene el sistema financiero. Explica el periodista que el discurso de Rajan fue despreciado porque el clima que se respiraba en ese encuentro era de gratitud hacia Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal estadounidense que se retiraba ese año, y porque el consenso, ese pensamiento único dominante en la economía, afirmaba que todo marchaba bien. Son los que no supieron ver venir la crisis, pero después sí se creen legitimados para decretar recetas para salir de ella. Acierta Ekaizer al señalar aquí las voces de alerta que existieron antes del naufragio, porque sí hubo quien avisó de los peligros que acumula un sistema financiero desaforado, pero nadie quiso escucharlas. Rajan se sintió, le cuenta al autor en una entrevista, "como un cristiano primitivo entre leones hambrientos".
Deja en mal lugar este libro a los reguladores. Entre los muchos puntos de interés de la obra están las múltiples referencias a distintos trabajos de economistas. Uno de ellos es el de Ross Levine, quien afirma que "la crisis no es simplemente el resultado de una burbuja incontenible, solo ha sido posible por la incompetencia e impotencia de los reguladores, no ha sido simplemente un error y no refleja baches regulatorios. Hay un fallo sistémico". En su opinión, la actitud de los reguladores es "un homocidio negligente". También relata la elección de Rodrigo Rato como director gerente del FMI. Jugosa historia, más aún visto lo que provocó después el exministro de Economía con Aznar en Bankia.
El origen de la crisis mundial se sitúa en Estados Unidos con las hipotecas subprime, pero en España teníamos un obstáculo añadido que agravaría nuestros problemas: la burbuja inmobiliaria. De nuevo en este punto es ilustrativo el ejercicio de hemeroteca que hace el autor para mostrar cómo las autoridades económicas de entonces en nuestro país desechaban la idea que existiera una burbuja en el mercado inmobiliario, en contra de la opinión de reputados economistas o incluso de los propios inspectores del Banco de España, cuyos estudios mostraban una realidad mucho más preocupante que la idílica situación de la que hablaba el entonces gobernador de la institución, Jaime Caruana. Más inquietante es la postura de Miguel Ángel Fernández Ordóñez, quien como articulista en prensa había alertado del riesgo de la burbuja inmobiliaria pero que se olvidó de ello cuando se puso a los mandos del Banco de España.
Un personaje central en esta historia, que por momentos se lee con la fascinación propia de una novela, es el economista David Taguas, fallecido en febrero de este año y quien fue durante varios años asesor económico de cabecera de José Luis Rodríguez Zapatero cuando el socialista estaba en el gobierno. Taguas fue de esas pocas voces que, cuando todo el mundo desechaba la idea de un estallido de la burbuja inmobiliaria y la entrada en recesión (eran tiempos de mínimos de la tasa de paro, de superávit, de sólidos crecimientos...), avisó del riesgo que se venía encima. En parte por eso, se cuenta, Zapatero se lo quitó de encima y lo echó de la Oficina Económica del presidente. Sin embargo, siguió hablando con él y consultándole qué hacer. Hablamos ya de la tormenta perfecta en la zona euro, del rescate a Grecia y la asfixiante presión de los mercados a España. De la prima de riesgo disparada, del bono en niveles que llevaron antes a otros países a solicitar el rescate a la troika. Según se cuenta en el libro, Taguas fue quien convenció a Zapatero de las bondades de la reforma del artículo 135 de la Constitución para incluir en la Carta Magna la regla de oro, el principio que consagra que el pago de la deuda y el déficit cero han de anteponerse a cualquier otro coste (Educación, Sanidad y servicios sociales, incluidos).
Para muchos, ese fue el principio del fin del gobierno de Zapatero, o incluso del PSOE. En la cesión de Zapatero a la presión de los mercados, con la famosa carta de Trichet, presidente del BCE, marcando los pasos y la acción política de un gobierno elegido democráticamente por los españoles, se refleja uno de los más graves efectos de esta crisis, la demostración de que la política está muy por debajo del mercado. Creíamos que no era así, pero hemos visto con claridad durante esta crisis como sólo hay una receta posible, o mejor dicho, como se nos presenta que no hay alternativas a los recortes y la consolidación fiscal para la que presionan los mercados. Zapatero entonces y Hollande después han claudicado. Han sido incapaces de seguir un rumbo diferente. La socialdemocracia europea ha aceptado sin rechistar tesis económicas del liberalismo. Zapatero comenzó los recortes que después continuó Rajoy. En ese momento de presión extrema y amenaza de ruptura del euro, el presidente socialista aparcó sus principios y compró las recetas neoliberales. Y así seguimos. Sin nadie que, de verdad, haya podido aplicar medidas distintas en Europa. Sin ningún gobierno capaz de aprovechar su escas autonomía dentro de la UE para defender una salida diferente a la crisis.
En la decisión de Zapatero de aprobar esa reforma de la Constitución, como digo, tuvo mucho que ver Taguas, según cuenta Ekaizer. Pedro Sánchez, por cierto, también aparece en el libro aunque con un papel menor en esta obra, utilizado por Taguas para que haga correr la idea de que él no fue tan decisivo en la aprobación de esta reforma constitucional y que tod fue idea de la entonces vicepresidenta Elena Salgado, quien en realidad nada sabía de esta historia hasta poco antes de que la anunciara Zapatero en el Congreso, Del gobierno de Rajoy se recoge poco (la obra es de 2012). Apenas su llegada al gobierno y la aprobación de duros recortes. La misma receta pero con mayores dosis que Zapatero, según explica el autor. Es, en definitiva, un ensayo lúcido, muy interesante y didáctico. Un relato de la crisis que es necesario leer y del que quizá su título, que sugiere más un panfleto que una crónica tan impecable, rigurosa y atractiva, es lo único mejorable, porque puede parecer menos serio de lo que es.
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