Como suele ocurrir cada año, la Cumbre del Clima se cerró en la madrugada del domingo con un acuerdo de mínimos. La reunión de Lima no dio tanto de sí como se esperaba. Esta cita se presentaba como el escenario idóneo donde sentar las bases para el gran acuerdo que sustituya al protocolo de Kioto que se espera alcanzar en la cumbre de París el próximo año. Sin embargo, sólo a última hora, después de prolongar la cumbre un día más de lo previsto, y con el tercer borrador de acuerdo que fue estudiado por las delegaciones de los distintos países presentes en Lima, se llegó un acuerdo que está lejos de ser lo deseado, pero que al menos sí pone negro sobre blanco algunas de las cuestiones más acuciantes para que la Cumbre del Clima del próximo año pueda tener éxito.
Se habla mucho, cada vez más, de dinero en estas cumbres. Los países en vías de desarrollo reclaman a los Estados más avanzados que financien el dinero que aquellos dejaran de ganar, la actividad que dejarán de producir, al comprometerse con el cambio climático y el medio ambiente. Los países desarrollados, por simplificarlo mucho, hemos crecido a costa de contaminar más y más el planeta (y seguimos haciéndolo). Los países emergentes comienzan ahora a desarrollar una potente industria que es igual de contaminante que la nuestra. Para que renuncien a ella, que es la vía de crecimiento a la que mayoritariamente hemos recurrido los países desarrollados, es necesario que exista un fondo de dinero que les permita acometer tal empresa. Ahí reside una de las claves de cada Cumbre del clima y en ese punto estará en buena medida el éxito o el fracaso de la cumbre de París.
En ese aspecto, Lima deja ligeros avances. Así, en el documento final se incluyó explicíticamente la necesidad de que los países más desarrollados deberán aportar ayudas a los emergentes para la lucha contra el calentamiento global. El punto cuarto del acuerdo de mínimos "urge a los países desarrollados a prever y movilizar soporte financiero para acciones ambiciosas de mitigación y adaptación". Es una reclamación que han mantenido durante toda la cumbre los países emergentes, en especial los estados conocidos como like-minded (Argentina, Venezuela, Bolivia y los países árabes productores de petróleo). La tesis central de estos y otros países es clara y parece razonable: que paguen más quienes más contaminan.
Es, por tanto, una cuestión de financiación, de dinero en buena medida, como casi todo en esta vida. Pero se trata también de que exista compromiso político real en las delegaciones de los más de 190 países que se dieron cita en la Cumbre de Lima por luchar contra el cambio climático. Y en ese sentido, París 2015 es la meta para alcanzar un nuevo acuerdo como el del Protocolo de Kioto pero, a diferencia de aquel, que esta vez se cumpla por parte de los países más contaminantes del mundo, Estados Unidos y China. El acuerdo que alcanzaron hace unos meses los máximos dirigentes de ambos países es un paso adelante esperanzador que, ojalá, sirva para que la Cumbre de París se cierre con éxito a finales del próximo año.
De momento, en Lima se ha acordado que todos los países deberán presentar a las Naciones Unidas un texto con sus compromisos de reducción de emisiones contaminantes y de financiación para el acuerdo antes de octubre del próximo año. La Cumbre del Clima de París se celebrará en diciembre, por lo que en apenas un mes la Conferencia de las Partes (COP) de la ONU deberá construir un acuerdo global en base a los compromisos de cada Estado con el objetivo de reducir las emisiones y que el umbral de temperatura no supere los dos grados.
Las ONG comprometidas con la lucha contra el cambio climático y que siempre están presentes en las Cumbres del Clima, hacen una lectura equilibrada de la reunión de Lima. Lamentan que no se haya alcanzado un acuerdo más importante y que el pacto final sólo haya posible a costa de rebajar el nivel de concreción del documento y el grado de exigencia de los compromisos de cada país. Se han salvado los muebles, sin más, es la opinión más generalizada. Se podría hacer ido más lejos, en especial después de que hace apenas un mes conociéramos un demoledor informe del Panel Intergubenamental sobre Cambio Climático (IPCC) en el que se decía, entre otras cosas, que a partir de 2100 los efectos adversos del cambio climático serían irreversibles si no se actuaba con contundencia o que para reducir a finales de siglo la temperatura del planeta en dos grados se necesitan recortes de emisión de gases contaminantes de entre el 40% y el 70% entre 2010 y 2050. La Cumbre de Lima no recogió esa urgencia por actuar contra el cambio climático que planteaba el informe, pero al menos no se cerró sin pacto. Fue un acuerdo de mínimos que permite vislumbrar la posibilidad de que en París el próximo año el mundo esté a la altura de tamaño desafío.
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