Letta pide perdón por la movilidad exterior



¿Quién nos iba a decir que íbamos a terminar envidiando algo de la política italiana en estos tiempos que corren? Desde el respeto a aquel país, su sistema político ha sido puesto como ejemplo de desastre, de caos, de falta de seriedad, de expediente X incomprensible. Con una izquierda dividida con un don para autodestruirse en cuanto empieza a oler el poder. Con un tecnócrata más querido por Bruselas que por los ciudadanos. Con un partido político liderado por un payaso televisivo que conquista a los ciudadanos con un discurso facilón y demagógico. Y, por supuesto, con Berlusconi, ese hombre. Ese ejemplo de casi todos los males que uno puede imaginar en un dirigente político.

Pues sí, envidia siento de las últimas declaraciones del primer ministro italiano, Enrico Letta. Ha pedido disculpas a los ciudadanos de su país que tienen que emigrar por falta de oportunidades laborales. No cambiará nada, por supuesto. La situación de esos ciudadanos italianos que deben marcharse al extranjero para intentar encontrar trabajo no mejorará porque su primer ministro haya pedido perdón. Pero es un gesto  noble. Al menos, unas sencillas palabras que invitan a pensar en que un político se siente defraudado por ser incapaz de impedir el éxodo a otros países de compatriotas en paro. Por lo menos, se aprecia a un responsable gubernamental mostrándose apesadumbrado por esta situación. Llamando a las cosas por su nombre y no intentando falsear la realidad presentado lo que es un drama, una emigración obligada por la necesidad y la falta de oportunidades, como una gran oportunidad para formarse en el extranjero, con patéticos e insultantes eufemismos como el acuñado por la ministra española de Empleo, Fátima Báñez, que muy decidida llamó a esto "movilidad exterior". 

Un lector envió una carta al diario italiano La Stampa en la que se dirigía directamente al primer ministro. En ella denunciaba que sus amigos tenían que irse de Italia, "un país moribundo, sin esperanza y sin futuro", decía en la misiva. Enrico Letta no se ha inventado una manera perversa de presentar esta realidad desastrosa como algo positivo. No se ha ido por las ramas. No ha hecho oídos sordos. No ha entrado a jugar a ese juego de construir eufemismos o frases largas e incomprensibles que sólo buscan ocultar la realidad. Nada de eso. Ha dado la cara. Ha respondido como se espera de un responsable político: pidiendo perdón.

"A ellos les debo en primer lugar una disculpa. Las disculpas en nombre de una política que durante años ha fingido no entender y que, con palabras, acciones y omisiones, ha permitido este desvanecimiento de pasión, sacrificios, competencias. Lo dije en mi discurso de investidura: todos estamos implicados", responde a esa carta el primer ministro italiano. Y va más allá: "cuando a generaciones enteras se les arrancan la esperanza y la confianza- no en un arrebato, sino, peor aún, lentamente, día a día- no hay coartada o disociación personal y política que aguante". Considera que haber dejado de lado a los jóvenes en el pasado, sin ofrecerles una alternativa a la emigración, es algo "imperdonable".

"Nuestro compromiso es el de poner todo nuestro esfuerzo, intentando hacer todo lo posible para devolver una esperanza a quien no consigue ya ni siquiera imaginar su propio mañana, una razón para quedarse a quien se siente obligado a marcharse de Italia, un motivo para creer que el esfuerzo será recompensado, el mérito reconocido, las deudas saneadas", afirma Letta en esa excepcional carta. 

Sí, ya lo sé. El gobierno de coalición italiano que preside Letta durará probablemente dos telediarios. Antes o después, se romperá por roces entre izquierdas y derechas. Ya sé que la situación de los miles de jóvenes italianos que se han visto obligados a emigrar no cambiará por estas palabras. Y sé que habrá muchos ciudadanos de aquel país que digan que estas palabras son de cara a la galería, huecas, sin fondo alguno. En definitiva, no es más que una carta. No son más que unas pocas líneas en las que un político responde a un ciudadano. Pero a mí me parece muchísimo. Algo casi extraordinario. Al final, el drama de esos jóvenes seguirá siendo el mismo. Pero al menos su primer ministro ni les toma por tontos, ni les miente, ni inventa eufemismos que endulcen la realidad. No sólo eso, es que además les pide perdón. Perdón por no haber podido ofrecerles una solución mejor al éxodo del país. Perdón por arrebatarles el futuro. 

Un político que actúa así, que al menos tiene este gesto, a mí sí me inspira confianza. Lo comentamos en su día con la ministra italiana que lloró en una rueda de prensa cuando anunció un severo recorte. El plan de ajustes se aplicó y a la ministra se le podría decir lo que se echa en cara a los futbolistas que lloran cuando se van de un equipo, contrato millonario de por medio. Si tanta pena le da, que no se vaya. Pues eso, si a la ministra le apena el plan de recortes, que no los aplique. Vale, de acuerdo. Pero a mí no me da igual, no me deja impasible, que una ministra anuncie medidas dolorosas para sus ciudadanos porque entiende que no le queda otra (podrá estar en lo cierto o no), pero que lo haga con sincera pena. Que de forma honesta y sincera le duela profundamente tener que aplicar esos ajustes. No es lo mismo. Para nada. 

En este mundo loco y dominado por el dinero en el que vivimos, en esta crisis de la que una de las grandes derrotadas ha sido la política, con mayúsculas, que ha caído con todo el equipo frente al poder económico, no es igual que un político anuncie recortes como si estuviera presentando el festival de Eurovisión o que una ministra transforme la realidad de tal forma que presenta un vergonzoso y alarmante éxodo de compatriotas preparados como una "movilidad exterior" muy interesante y ventajosa para el país. O que un Jefe de Estado diga que el paro juvenil le quite el sueño y a la semana esté de cacería en un país africano, para ver si conclilia el sueño, el hombre. No es lo mismo. Cuestión de formas, sencillamente. Por eso, vaya desde aquí la admiración, la envidia que despierta el primer ministro italiano. Ha perdido disculpa a los jóvenes que tienen que emigrar. Es el primer paso para confiar en él, para no recelar de sus medidas futuras. Es alguien que conoce la situación que le rodea, que no la manipula. Es lo mínimo dirán algunos. Ya, ¿cuánto hace que no vemos algo así en España? 

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