Lucha y metamorfosis de una mujer


En uno de los pasajes más emotivos de Monique s’évade, la última novela de Édouard Louis y la segunda dedicada a su madre, el autor relata un viaje a Alemania con ella para asistir a una representación de Lucha y metamorfosis de una mujer, el primer libro que le dedicó y que también adaptó al teatro. Es el primer viaje en avión de su madre, que también se ve retratada en el escenario por primera vez. “Una sucesión de primeras veces. Una guerra contra un ejército de nuncas”, leemos. Recordé esta y otras muchas partes de los libros del escritor francés al asistir ayer a la conmovedora e íntima representación de Lucha y metamorfosis de una mujer en la sala Margarita Xirgú del Teatro Español de Madrid, en cartel hasta este domingo, 7 de julio. 

Hay pocos autores cuya obra me interpele y atraiga más que la de Édouard Louis. Tal vez porque todos sus libros parten de sus propias vivencias, pero plantean reflexiones universales desde esa intimidad. Quizá porque habla de temas de los que rara vez se habla en la literatura, mucho menos desde ese punto de vista. El desclasamiento, el impacto de la infancia en nuestras vidas, las diferencias de clase, la influencia de las condiciones materiales en la autopercepción de millones de personas, la homosexualidad, el desdén con el que con frecuencia se mira desde la ciudad a los pueblos y desde la burguesía a las clases bajas… Son temas muy interesantes y candentes, todos ellos abordados con una vocación universal desde un prisma personalísimo e íntimo. 

En esta obra, dirigida en España por Fernando Bernués, quien da vida a Édouard Louis es Eneko Sagardoy, Goya a mejor interpretación por su memorable papel en Handia. Es portentosa la forma frágil, convincente, vulnerable, serena y emotiva con la que defiende el papel. Los libros del autor francés tienen, por un lado, un nexo de unión evidente con el teatro, por sus frases cortas y directas, por su estilo crudo, pero a la vez se antoja complicado subir a escena sus obras, por la carga de profundidad de lo que cuenta. Leí la novela hace sólo unos meses y creo que la fidelidad al texto es total. Hay frases literales, empezando por ese poderoso comienzo en el que el escritor se encuentra de forma casual una foto de su madre cuando era veinteañera y todavía vivir una vida en libertad era una opción realista o alcanzable para ella. El trabajo de adaptación de Harkaitz Cano es magnífico. 

La puesta en escena es muy efectiva y conecta con el espectador de inmediato, desde antes incluso de comenzar la función. Por la cercanía que propicia la sala Margarita Xirgú, con espacio para poco más de 60 espectadores, que predispone a vivir una representación muy íntima, y también por esa tarima situada en el centro de la sala, de apenas dos metros de ancho por diez de largo, con espectadores a los dos lados. También con una pantalla a cada lado en la que se proyectará a la madre del autor, interpretada también con enorme solvencia y con toda la complejidad del personaje por Eva Trancón. Se escucha tragar saliva a los intérpretes, se los ve emocionarse, sudar, se escuchan sus pasos. El teatro, que siempre es cercanía y verdad, lo es en su esencia más pura en esta obra y en este pequeño formato.

El autor ha contado en sus obras y también en entrevistas que él en cierta forma escribe contra la literatura, porque la literatura nunca dio cabida a historias como la de su madre, porque él no cree en eso de que la literatura no pueda hablar de política o deba ser de una determinada manera. Esta obra habla de la historia de su madre, de cómo la condicionaron la maternidad y los roles de género, el alcoholismo de sus sucesivos maridos, las esperanzas ahogadas por la rutina y la pobreza. Y, hablando de ella, habla de Francia y, en general, de millones de mujeres. Habla de cómo la clase social, eso que ya casi nadie menciona, marca. Y habla de su proceso como tránsfuga de clase, reconoce con honestidad y con mucha autocrítica que cuando él accedió a la universidad se creía superior a sus padres, que quería vengarse de su infancia, marcar distancias. Es una historia dura y dolorosa, pero también bella y dolorosa, porque cuenta cómo madre e hijo terminan encontrándose, dándose una nueva oportunidad e, incluso, rescatando recuerdos tiernos en esa infancia triste de un niño incomprendido por ser diferente. 

El autor de Para acabar con Eddy Bellegueule, su libro inicial, catártico, que provocó un seísmo en el mundo editorial francés y que también ha sido llevada al teatro, cuenta también en un momento de esta obra que él quiere escribir siempre el mismo libro. Ha hablado de su madre, de su padre, de vivencias personales como la violación que sufrió, pero, lejos de ser un actitud egocéntrica o ensimismada, siempre trasciende su historia propia para enmarcarla en una aferrada y clara crítica social comprometida. Ese tono y esa vocación de todas sus obras encajan a la perfección con el teatro, que es combativo por principio, que apela de un modo directo y muy potente al espectador. Por eso es normal que Édouard Louis traslade a los escenarios sus obras. Y por eso es un lujo que la compañía Tanttaka Teatroa lo traiga a España. 

Quedan dos días para disfrutar de esta función en Madrid y, además, coinciden con el día de reflexión y con la jornada de la segunda vuelta de las elecciones legislativas francesas. Las obras de Édouard Louis son buenas formas también de acercarse a la realidad del país vecino, que por primera vez desde el final de la II Guerra Mundial se enfrenta al riesgo de un gobierno de extrema derecha. Un motivo más para acercarse a sus libros y para no perderse esta obra. 


 

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