"De mi infancia no me queda ningún recuerdo feliz. No quiero decir que no haya tenido nunca, en esos años, ningún sentimiento feliz o alegre. Lo que pasa es que el sufrimiento es totalitario: hace desaparecer todo cuanto no entre en sus sistema". Son las desgarradoras primeras frases de Para acabar con Eddy Bellegueule, novela de Édouard Luis, antes llamado Eddy Bellegueule. No se trata de una obra de ficción sino de un libro estremecedor que reúne retazos de su vida pasada. En ella el joven autor relata su infancia y cómo decidió, o más bien se vio abocado a romper con su pueblo y su familia, con el intolerante mundo donde nació y se crió. Eddy era un chico sensible, con voz aguda y hacía muchos gestos al hablar. Era diferente. Y no fue aceptado. El sambenito de afeminado, de raro, el insulto de "marica" y todos sus versiones le acompañaron desde niño. En la escuela es acosado por un alumno pelirrojo y otro con una ligera chepa que le hacen la vida imposible y que simbolizan el entorno opresor en el que nació y al que intentó adaptarse sin éxito.
Édouard Luis nació en un pequeño pueblo al norte de Francia en la región de Picardía, en una familia humilde. En esta obra, su debut como escritor, hace más una catarsis necesaria, un ejercicio de salvación personal, que un ajuste de cuentas. A pesar de que su historia es muy dura, estremecedora por momentos, no cae ni por asomo en el victimismo. Relata con distancia lo que vivió. No destila odio ni rencor este ejercicio literario y terapéutico en le que cuesta desligar la brutal historia personal de este joven, ya suficientemente potente, del estilo solvente y eficaz, con un lenguaje directo, sin recrearse en escenas de acosos y reconstruyendo el mundo de su infancia, del que se sirve para contar con minuciosidad y notable talento todo lo vivido. Ambas caras de la obra, el impacto brutal de saber que aquello que se lee ha ocurrido de verdad y es quien lo sufrió el que lo narra, y la forma en la que está contando, impresionan al lector.
Es la suya una historia de rebelión contra el determinismo, contra esa teoría según la cual somos hijos de nuestras circunstancias, de nuestro entorno. En el pequeño pueblo donde nace, desde pequeños, los niños tienen claro que su destino pasa por casarse con una joven del pueblo, exhibir en cada ocasión que se presente su virilidad, trabajar en la fábrica, ahogar con alcohol las penas y desarrollar un carácter violento. Las chicas, por su parte, son educadas para ser perfectas esposas y amas de casa, para resignarse a soportar los cabreos de sus esposos, a criar a sus hijos, a ser madres desde jóvenes y a trabajar, como mucho, en puestos de segunda. Contra este atavismo, contra la resignación que impregna la vida en esa localidad, se rebela Édouard, no sin antes intentar adaptarse a ella. Le persigue la losa de verse obligado a exhibir su virilidad. "Voy a ser un tío duro", se repite cada mañana al despertarse. Es lo que se espera de él. Hay varias presencias permanentes en la novela, sombras que nublaban el horizonte del joven. Una de ellas es ese determinismo, ese repetir conductas de padres a hijos de los lugares cuyos habitantes no tienen la menor intención de avanzar o modernizarse. Otra es la masculinidad, la omnipresencia del refuerzo de la masculinidad de los hombres. Dejando siempre claro lo que le gustan a los chicos y lo que no. Lo que debe hacer un niño y lo que es propio de las niñas. "Los chicos que juegan al fútbol no van al teatro", escribe Édouard que pensó que cuando cada uno de sus gustos eran recriminados y se veía forzado a aparentar ser lo que se espera de él.
Con una honestidad arrebatadora y dolorosa, el autor describe el mundo de su infancia. Y muestra una realidad, a la vez, reconocible y espantosa. O quizá, precisamente, espantosa por reconocible. Aquella realidad de un pequeño pueblo donde se marca al diferente. Un lugar ignorante y atrasado donde algo tan sencillo como lavarse las manos antes de cenar o leer un libro son actos extravagantes. Se desprecia a la educación, a la cultura, a las buenas formas. Se trata con desdén la delicadeza, sobre todo si proviene de un niño. Los niños no lloran. Los niños juegan al fútbol. Los niños son fuertes y tienen una panda de amigos, no de amigas. A su alrededor, todo el mundo se regodea de su atraso. Es un ambiente de conformismo. De aceptar que todo debe ser como siempre ha sido. Con pulcritud, el auto relata su infancia. Lo que sufrió. Lo que fingió Lo mucho que se rebeló contra él y sus sentimientos antes de hacerlo contra su entorno que le condenaba a una vida ruda, áspera, de espaldas al teatro, a los buenos modales, a la educación, a la posibilidad de vivir su vida como desee. A la confusión del despertar de sensaciones distintas a las convencionales, a las más extendidas, se suma el hecho de vivir ese despertar en una familia y en pueblo que, primero, desprecia al diferente (racismo y homofobia por todos lados) y después, lejos de tolerarlo, pretende ocultarlo por el qué dirán.
Eddy es homosexual. Él no quiere sentirse atraído por chicos, pero le ocurre. Igual que no quiere tener ese tono de voz o ese amaneramiento que tanto le reprochan en casa y en la escuela. Pero sencillamente es así. Y durante un tiempo, lucha con todas sus fuerzas contra sí mismo. Contra lo que siente. Contra su forma de ser. "Mi hermano quería evitar que nuestro hermanito se convirtiera también en una tía, como yo. Y yo había pasado por esa misma angustia. Mi hermano mayor no lo sabía, pero yo no quería que a Rudy le pegasen en el colegio y me tenía obsesionado la idea de que fuera heterosexual. Había iniciado desde que era muy pequeñito una auténtica tarea: le repetía sin parar que a los chicos les gustaban las chicas e, incluso, a veces, que la homosexualidad era asquerosa, de lo más asqueroso, y que podía conducir a condenarse, al infierno a la enfermedad". Así explica en un pasaje de la obra, conmovedor, impactante, cómo intenta evitar que su hermano pequeño pase por lo que él está pasando, que tan culpable le hace sentir y tantos problemas le acarrea.
De forma fría, descarnada, espeluznante, Édouard explica cómo era su vida en su pueblo. La presencia omnipresente de la televisión ("calladitos estáis más guapos", les dice su padre cuando intentan hablar en la cena). El aprecio nulo por la educación. Algún comentario suelto sobre llegar lejos en la vida, preguntas rutinarias de sus padres sobre los deberes, pero más, cuenta, por cumplir un papel en el que no se encontraban a gusto, en el que no creían, que por verdadero interés. Él cuenta que al principio no pensó en huir, porque uno no sabe dónde ir, cómo hacer eso de cortar de raíz con todo, con la vida a la que parece predestinado, del mundo donde ha nacido y ha transcurrido toda su infancia. Impacta Para acabar con Eddy Bellegueule por su estilo sobrio que golpea al lector, por el hecho de que el autor esté narrando su infancia, aquello con lo que rompió para intentar ser otro y desarrollar una existencia plena donde poder ser él mismo. Tan aparentemente sencillo, tan quimérico para tantos jóvenes aún hoy en día por su orientación sexual o por tantas otras cuestiones que siguen provocando discriminaciones. Es una obra recomendable. Hay libros que no dejan indiferentes porque remueve la verdad de lo contado. Es uno de esos pocos libros que cambian al lector, que lo educan, que lo llevan al llanto y a la reflexión, que le hacen pensar, que duelen. Este es uno de ellos.
Édouard Louis tiene 22 años. Estudió Historia y Sociología. Con esta obra, su primera novela (esperemos que la primera de una larga lista) rompe amarras con su pasado y, de paso, visibiliza una realidad. No en su pueblo de Francia, donde imagino que no será bien recibido porque a nadie le gusta ver retratadas sus miserias morales en un libro, uno de esos objetos para el que no le encuentran la utilidad y que hace sospechoso y extravagante a quien lo sostiene, sino en general en el ambiente rural. Es un bofetón al silencio de los pueblos, al desprecio al diferente de las clases humildes y no sólo, evidentemente, porque todo esto es dicho sin ánimo alguno de generalizar. De lo que no se habla no existe. Y, ciertamente, la historia de Édouard es la de tantos jóvenes que sólo cuando salen del asfixiante entorno del que proceden, sólo cuando llegan a la gran ciudad, sólo cuando deciden vivir su vida, la única que tienen, sin importarles el qué dirán. logran ser ellos mismos. El autor francés ha compartido su experiencia en una soberbia novela (publicada en España por la editorial Salamandra) digna de ser leída que remueve cimientos, que combate a la intolerancia con palabras, a la ignorancia con literatura, al destino que condena con un ejemplo de rebelión personal. No es un libro más y, sea cual sea la posición desde la que cada lector aborde esta obra, algo cambiará en él. Es lo que provoca la cultura, la buena iteratura (en este caso, tejida con hilos de pura realidad y aparcando la ficción). Eso por lo que se burlaron de Édouard en la infancia y lo que, a la postre, le salvó la vida.
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