Hombres (blancos) cabreados

 

Hombres (blancos) cabreados, el ensayo de Michael Kimmel editado en España por Barlin Libros con traducción de Daniel Esteban Sanzol, fue publicado antes de la llegada de Trump a la Casa Blanca. El libro tiene por ello algo de premonitorio, ya que varias de las razones por la que semejante personaje conectó con millones de personas en Estados Unidos están recogidas en esta obra. En todo caso, Trump es sólo un síntoma de una corriente de fondo que Kimmel ha estudiado durante años y que analiza con rigor.

La obra está escrito desde una actitud constructiva, con verdadero interés por escuchar a esos hombres blancos cabreados del título, sin afán alguno de ridiculizarlos. “No creo formar parte de una raza distinta a la de estos hombres, como si fuera un científico que examina los ejemplares de alguna especie exótica”, escribe en sus primeras páginas. Por eso, Kimmel se dedicó durante años a recorrer Estados Unidos en busca de testimonios de hombres que creen que el feminismo o las personas LGTBI son el peor de sus males. De ellos afirma que no comparten una ideología sino un sentimiento, el populismo, y también que, aunque están equivocados, su desencanto y su cabreo es muy real. 

El autor desgrana en varios capítulos distintos aspectos de este cabreo masivo de tantos hombres en Estados Unidos, en un análisis propio de aquel país y que atiende a sus particularidades, es cierto, pero que en buena medida sirve también para analizar la realidad de otros países. Cuenta, por ejemplo, que estos hombres se creyeron el sueño americano, eso de trabajar duro para mantener a la familia, que habría igualdad real de oportunidades. Lejos de eso, los ingresos reales llevan cayendo desde los años 90. Entre 1971 y 2011, los ingresos medios por hogar han caído 6.000 dólares, con la gran diferencia de que ahora suele haber dos sueldos en el hogar.

Es decir, el desempleo y el empobrecimiento no son falsos, pero sí es mentira que los culpables de esa situación sean las mujeres o las minorías. "El juego ha cambiado y, en vez de cuestionar sus reglas, tratan de eliminar a resto de participantes”, explica Kimmel. Las desigualdades de la clase y el factor económico, determinante sin duda, tiene mucho peso en este libro y está bien que así sea, porque obviarlo es negar la realidad. Por tanto, sí, claro que es lógico que los millones de obreros que han perdido su modo de vida están cabreados. Pero no lo es que su enfado se dirija a las mujeres, los negros o los gays en lugar de a los gobernantes o a las corporaciones que sí son responsables de su situación laboral. 

El populismo es una emoción, no una ideología política. Y su principal motor es la indignación ante lo que están haciendo con nosotros, con el tío de a pie”, leemos. De esa indignación se alimentan multitud de tertulias de ciertos medios de todo tipo reñidos con la verdad y dedicados a encender al público con medias verdades, en el mejor de los casos, y con bulos casi siempre. (Nos suena esto, ¿verdad?)

Uno de los capítulos más impactantes del libro es el que se centra en las matanzas escolares como la del instituto Columbine. La práctica totalidad de lo tiradores eran chicos blancos de clase media. El autor repasa multitud de estudios sobre este fenómeno tan sangriento y espantoso, muy específico de Estados Unidos. Se descubre que muchos de los tiradores habían sido víctimas de acoso y, en muchas ocasiones, habían visto cuestionada su masculinidad y habían recibido ataques homófobos. El ensayo incluye, por ejemplo, el relato de un antiguo alumno de la escuela secundaria, el paso previo al instituto Columbine, que tras el tiroteo contó el infierno que fue para él salir del armario. Allí los trofeos deportivos se exponían en la entrada principal; las obras de arte, en un pasillo trasero. El más popular era un jugador de fútbol en libertad condicional por robo. Se identificaba  la violencia reparadora como algo masculino. Naturalmente, nadie dice que eso explique por sí sólo los tiroteos, ni mucho menos lo justifica, pero el vínculo entre ese opresivo rol que asocia la violencia a lo masculino con el hecho de que la práctica totalidad de los tiroteos los provoque un hombre parece incuestionable. 

El autor también se acerca a hombres que forman parte de autodenominados movimientos por los derechos masculinos que defiende que ahora “viven en América dos clases de personas: por un lado, las mujeres-princesas y, por el otro, los hombres-lacayo”. En origen, el movimiento por la liberación del hombre fue en paralelo al feminismo y buscaba también superar los roles de género, ahora los alimenta. 

El apartado del libro donde el autor más empatiza con los hombres cabreados es en la cuestión de la custodia de los hijos tras una separación. Cuenta que ninguna otra generación en la historia ha contado con padres tan entregados a la educación de sus hijos. Afirma que la custodia compartida debería ser la norma y que asumir, como en muchas ocasiones ocurre de facto, que las madres cuidarán mejor de los hijos, no deja de ser una concepción rancia y machista. El autor sostiene que no hay un reflejo en la ley ni en la práctica judicial del cambio social y la creciente implicación de los padres en el cuidado de los hijos. Eso sí, también remarca que con frecuencia se utiliza el legítimo malestar de los hombres tras una separación para sostenes discursos antifeministas radicales. 

El autor concluye afirmando que vivimos en una sociedad más igualitaria en lo social pero cada vez más desigual en lo económico, lo que explica este cabreo, pero que eso también afecta a las mujeres y las minorías. Es decir, no, no son locos los hombres cabreados que ven que ahora llegan a duras penas a fin de mes, pero no tienen ninguna razón para culpar de ello a los avances sociales en feminismo o en derechos para las minorías. 

El libro, ya digo, escrito desde una postura honesta de quien quiere de verdad entender el fenómeno que está estudiando y no juzgar a las personas con las que habla, tiene varias perlas y reflexiones muy interesantes y, ya digo, que tristemente son fácilmente trasladables a nuestro país y a tantos otros. Por ejemplo, cuando afirma de estos hombres cabreados que "la América que aman no es la América en la que viven. Aman los Estados Unidos, pero odian su gobierno”. Un libro, en fin, atractivo, sobre una cuestión muy relevante de las sociedades occidentales actuales. 

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