Jaume Plensa, poesía del silencio




Jaume Plensa, poesía del silencio, tiene mucho de acontecimiento. Por el hecho de recorrer la producción del genial artista desde 1990 hasta la actualidad. Porque supone un más que merecido reconocimiento a Plensa, barcelonés universal presente en todo mundo, en su ciudad natal. Y, por supuesto, también por el lugar único que acoge la muestra, La Pedrera. No sólo en su sala de exposiciones, donde se encuentra la mayor parte de las obras, sino también en lugares emblemáticos del edificio como la azotea o los patios. De ahí que sea recomendable comprar la entrada combinada, ya que es la forma de disfrutar del diálogo que se plantea entre Plensa y Antoni Gaudí.






Nada más subir Paseo de Gracia hacia La Pedrera el paseante se percata de que algo especial ocurre en el emblemático edificio. Una escultura con el sello inconfundible de Plensa así lo atestigua. Hay varias obras del escultor a lo largo de todo el edificio, extraordinario, dicen los expertos que quizá la mayor genialidad de Gaudí, al menos, en lo que a construcción civil se refiere, ya que la Sagrada Familia pertenece a otra categoría en todos los sentidos. Desde la entrada hasta la impresionante azotea, Plensa está por todas partes y así será hasta julio, cuando concluye esta formidable retrospectiva que adquiere otra dimensión en semejante escenario. Era una apuesta arriesgada y atrevida, el arte siempre lo es, y no ha estado exenta de críticas, pero el resultado es deslumbrante y, desde mi punto de vista, completamente irrebatible. 





La exposición, ya digo, es extraordinaria y todavía impresiona más al visitarlas inmersos ya en el fin de semana largo de Sant Jordi, la gran fiesta del libro y la rosa. En la muestra se aprecia con claridad la influencia de la literatura en la obra de Plensa, quien considera que “el poeta es el alma de una sociedad”. Entre los autores que le han servido de inspiración se resaltan Dante, Shakespeare, Goethe o Baudelaire. No es mala compañía. Así que la exposición, con un enorme valor por sí misma, emociona todavía más envueltos en la celebración extendida del mejor del día del año en Barcelona. Muchas de las obras de Plensa juegan con la idea de la palabra como creadora de pensamientos y, por tanto, de la realidad. También de la belleza.





En la exposición uno va encontrando frases del autor que muestran su forma de entender el arte. Acompañando a  una de las obras más fascinantes de las que se exponen, la que cierra la muestra, se puede leer que “una letra no parece nada, es una cosa humilde, pero unida a otra forman palabras, y las palabras forman textos y los textos, pensamiento”. Las palabras y la literatura, en efecto, están en buena parte de las obras del autor, aunque el artista encuentra también inspiración en temas como la familia, muy recurrente en su obra; la música, como acredita su asombroso autorretrato con música; el silencio, que presenta algo así como una necesidad en este mundo acelerado en el que vivimos, o la belleza. Y esto es importante, porque Plensa es un militante de la belleza, un firme defensor de la misma. Cuenta el artista barcelonés y universal, con obras expuestas en todo el mundo, que nos rodea tanta maldad, tanto drama y tanta miseria que parece a veces que hablar de la belleza es una frivolidad, pero no lo es, es más bien una imperiosa necesidad, y por eso se dispone a crearla.





La exposición de La Pedrera, muy completa y clara, muy bien planteada, incluye también un regalo inesperado, el documental ¿Puedes oírme?, dirigido por Pedro Ballesteros, y que se puede ver en un espacio de la muestra a las 10, 12:35, 15:10 y 17:45. Es curioso porque en las exposiciones los vídeos que se suelen mostrar en este tipo de espacios son breves y aun así la gente suele quedarse un ratito sólo, como si fuera un lugar para sentarse, una oportunidad para descansar un poco. En este caso hablamos de un señor documental de 70 minutos de duración y casi nadie se mueve del sitio. Es hipnótico escuchar hablar a Plensa y verlo viajar por el mundo junto a sus obras. El documental recoge también la opinión sobre las creaciones de Plensa de distintos expertos, que ayudan a entender mejor su grandeza, pero lo más fascinante es escucharle hablar a él, la pasión un tanto infantil con la que cuenta su trabajo, la influencia de la niñez en su mirada, su obsesión con la armonía, su afán por embellecer las calles de las ciudades donde se sitúan sus obras, que siempre quieren que sean obras vivas, rodeadas de gente, como los bancos situados en Japón o la fuente en Chicago donde los chavales corretean y se divierten. 





Hay otro concepto muy bello en la obra de Plensa, también relacionado con las palabras, y es su reflexión sobre los tatuajes invisibles que todos llevamos, las marcas con líneas transparente. La familia, el trabajo, el estrés, los suelos inconfesables, los secretos… Es muy sugerente y poético que Plensa trabaje la escultura, además con materiales por lo general muy consistentes, pero a la vez cree obras tan espirituales y filosóficas, tan sencillas y llenas de profundidad al mismo tiempo, con las que consigue un sello propio. Sus obras provocan un flechazo instantáneo en quien las contempla, no necesitan explicaciones sesudas ni rebuscadas, pero todas ellas tienen algo más, todas incitan a una cierta reflexión, comparten una cierta manera de ver el mundo, hasta las más irónicas, que haberlas haylas, como el pene pisoteado de la escultura llamada S. Freud. Esta poesía del silencio de Plena en La Pedrera, en fin, es una exposición fascinante, todo un acontecimiento que permite acercarse a las tres últimas décadas de las obras de un artista imprescindible. 


Comentarios