Un Orgullo multitudinario contra el odio y por la diversidad



Hay muchos Madriles dentro de Madrid y el que inundó ayer las calles del centro para defender la diversidad, reivindicar la libertad y la igualdad y plantar cara al odio en un ambiente festivo y alegre es el mejor de todos. Es el Madrid abierto, el que está por encima de las batallitas partidistas y del sectarismo. El Madrid que abraza el arcoíris frente a quienes añoran un mundo en blanco y negro. El Madrid que grita que todas las personas merecen los mismos derechos. El Madrid que entiende que se debe vivir y dejar vivir, que esto no va sólo de respetar a todo el mundo ame a quien ame, sino sea quien sea. El Madrid que hizo suyo desde hace muchos años el Orgullo como su mayor fiesta popular de todo el año. El Madrid que recibe a personas de toda Europa para recordar que, en materia de derechos, si no se avanza, se retrocede, especialmente ahora que nadamos contra la corriente de la ola retrógrada que nos demuestra que ningún derecho es irreversible, ningún avance social está asegurado para siempre si no se sigue luchando. 


Entre 600.000 y 700.000 personas, frente a las 400.000 de la última marcha del Orgullo antes de la pandemia, salimos ayer a la calle a recordar que no volveremos a los armarios, que no hay marcha atrás en el camino hacia la igualdad plena. Madrid volvió a ser una fiesta. Por fin. Tres años después, las banderas arcoíris, pero también las de otros colores que abrazan todas las sensibilidades que engloban las siglas LGTBI+, tiñeron de color las calles de la ciudad, que nunca se muestra más libre y alegre, más ella misma, como en el Orgullo, por más que haya quien no lo comprenda, a quien le moleste o quien arrastre los pies desde cargos institucionales por miedo a perder un par de votos de gente ultra. Pero el Orgullo es infinitamente más grande que estos nostálgicos de un tiempo en el que estas marchas reivindicativas y festivas eran imposibles de imaginar o, en sus inicios, muy minoritarias, ese tiempo en el que la policía reprimía a los manifestantes en lugar de manifestarse a su lado. 




La manifestación de ayer volvió a dar un extraordinario ejemplo de unidad dentro de la diversidad, porque como explicaba bien el añorado Pedro Zerolo, en la sociedad que defiende el Orgullo entran todas las personas, a diferencia de la sociedad que defienden los retrógrados, en la que las personas diferentes no caben. Asociaciones de todo tipo, mensajes de toda clase, reivindicaciones por doquier. Y, de nuevo, eslóganes maravillosos, como “todos somos raros”, “mi amor no daña a nadie, tu odio sí”, “aviso importante: la aprobación de la ley trans no obliga a nadie a ser trans” o “soy bisexual porque mi mamá me enseñó a comer de todo”.  





Los derechos de las personas LGTBI, es decir, los Derechos Humanos, se defienden todo el año, pero qué bien viene el Orgullo, cuánta energía nos da esta fiesta para los otros 364 días de visibilidad del año, qué esperanzador resulta todo alrededor. El Orgullo tiene algo de espejismo, porque por un momento, rodeado de banderas arcoíris y de personas felices celebrando la diversidad, podemos tener la tentación de que ya está, que ya hemos llegado. Y, lamentablemente, no es así. El Orgullo sigue siendo una muestra de aquello por lo que debemos seguir luchando, nos sigue mostrando el camino, pero aún no es el final del mismo, queda demasiado por recorrer, hay demasiada grisura y demasiadas amenazas ahí fuera. 


Y, sin embargo, por un momento, todo parece estar en su sitio. Hay parejas felices con los ojos vidriosos. Hay jóvenes que acuden con los nervios y la alegría desbordada de su primer Orgullo siendo ellos mismos. Hay familias de padres y madres que quieren enseñar a sus hijos cuánta diversidad les rodea. Hay personas mayores que deben de recordar aquellos tiempos de silencio y de tanta opresión. Hay gente que se besa, que se abraza, que baila. Hay, en fin, una gozosa celebración de la vida y de la diferencia. Hay Orgullo entendido como respuesta a quienes quieren hacernos pensar que ser como somos está mal. Hay un poderoso mensaje a los menores LGTBI que lo estás pasando mal porque temen ser rechazados. Cada año, el Orgullo les recuerda que no están solos, que encontrarán su lugar y gente dispuesta a apoyarlos y a quererlos tal y como son.





Pero, claro, fuera de esta burbuja de respeto, igualdad y libertad hay amenazas y realidades mucho más oscuras. Hay gente ladrando en Twitter y preguntándose, chupito, por qué no un orgullo hetero. Hay personas defendiendo pseudoterapias de conversión para volvernos a todos heterosexuales, como dios manda. Hay dirigentes políticos más dispuestos a decorar sus edificios oficiales con banderas de equipos de fútbol que con símbolos que defienden los derechos humanos como la bandera arcoíris. Hay gente empeñada en reabrir debates cerrados. Hay ridiculización y ataques constantes a las personas trans. Hay gente que dice que un pico entre dos mujeres en una película de animación vuelve gays y lesbianas a los niños y las niñas que la ven. Hay jóvenes cuyas familias desprecian cuando saben quiénes son en realidad. Hay familias no tradicionales que sufren malas miradas y desprecios inaceptables. Hay 11 países del mundo en los que no ser heterosexual puede terminar costándote la vida y más de 70 que penalizan de alguna forma las relaciones entre personas del mismo sexo. Hay, en fin, mucho trabajo por hacer, mucho por reivindicar.   




Ayer fue una tarde noche emocionante en Madrid. Muy calurosa. Las pistolas de agua y los abanicos que repartían algunos participantes en la manifestación eran los objetos más preciados. Pero valió la pena. Por la poderosa energía alrededor. Por todos los que aún no se atreven a acudir al Orgullo. Por los que ven toda esa alegría y esa fiesta desde su casa y sienten que allí encontrarán un refugio. Por todos los que no pudieron celebrar algo así. Por todos los que nos abrieron el camino. El Orgullo sigue siendo necesario, imprescindible. Podremos debatir, y de hecho creo que deberíamos hacerlo, sobre si pintan algo o no las marcas comerciales en las carrozas, sobre si este gran día de reivindicación debería separarse de lo puramente comercial o mercantilista (yo creo que, sin duda, sí). Podremos cuestionar cuanto queramos de la organización actual del Orgullo, pero no lo trascendental que resulta su celebración, el extraordinario impulso que supone, el mucho bien que hace


En el Orgullo de Londres celebrado hace una semana se vivió una escena muy poderosa, que luego ha circulado por redes sociales. En un rincón de la calle, unos señores trajeados y muy serios leen un mensaje ultraconservador contra las personas LGTBI, diciendo que irán al infierno, que todavía pueden curarse y patochadas así. Frente a ellos, un grupo de jóvenes enfundados en la bandera arcoíris, entre ellos, parte del elenco de la magnífica serie de Netflix Heartstopper , bailan alegres el I Wanna Dance With Somebody. Difícil concentrar mejor en una sola imagen lo que es el Orgullo y lo que son quienes se oponen a él: de un lado, trajes grises, caras serias, gente enfadada y amargada; del otro, perdonas felices, despreocupadas y alegres celebrando la diferencia. Los felices eran, somos, más, muchos más. Los tristes no pueden ganar. No lo harán. 

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