Quién mató a mi padre

 

Igual que en su primera novela, la impactante Para acabar con Eddy Belleguele, en la que Édouard Louis cuenta cómo tuvo que romper con su infancia, incluido su propio nombre, para poder ser él mismo; y en la segunda, Historia de la violencia, en la que comparte la dura historia de una violación que sufrió, y que le lleva a reflexionar sobre la sociedad y la violencia, el autor francés vuelve a recurrir a pasajes de su propia vida en Quién mató a mi padre (Qui a tué mon père), que he leído en la edición francesa de Seuil y que en España edita Salamandra. Es una obra conmovedora en la que el autor apela directamente a su padre, ese padre frío y duro que le afeaba de niño cada muestra de falta de masculinidad a sus ojos, cada amaneramiento, pero al que el autor intenta comprender y con el que logra reconciliarse


La obra, dedicado a Xavier Dolan, es tan breve en su extensión como profunda y reflexiva en su fondo. De nuevo, Édouard Louis defiende un discurso político cada vez más difícil de encontrar en la literatura y en los medios. Muy combativo, muy crítico. El libro comienza con una imagen muy potente, la de un padre y un hijo juntos, pero que no se hablan, que no se comunican entre sí. La idea central del libro es el peso de la política y de las desigualdades sociales en la vida de las personas más pobres (habla el autor de dominados y dominadores). Resume bien esa idea la definición de racismo de Ruth Gilmore que comparte el autor nada más empezar: “la exposición de ciertas  poblaciones a una muerte prematura”.

La mayor parte del libro está dirigida directamente al padre del autor, escrita en segunda persona, y está estructurada con distintos pasajes de su vida, con constantes saltos temporales. Son fragmentos de vida que permiten conocer el pasado de su padre, hijo de un alcohólico que los abandonó a él, su madre y sus hermanos cuando éste tenía cinco años.No tuviste dinero, no pudiste estudiar, no pudiste viajar, no has podido cumplir tus sueños. Casi sólo hay negaciones en el idioma para expresar tu vida”, leemos.

Es especialmente conmovedor un pasaje en el que el escritor cuenta que su padre intentó ser joven, cumplir sueños, llevar una vida distinta  a la que parecía condenado, trabajar en la misma fábrica en la que lo hicieron su abuelo y su padre antes que él, con las mismas penosas condiciones. Durante cinco años, el padre de Édouard Louis quiso vivir su juventud, se mudó al sur. Pero el dinero se acabó y volvió al pueblo. También es impactante otra escena en la que el autor, de niño, en 2004, vuelve a casa fascinado con la historia del muro de Berlín que le acaban de contar en clase. Quiere saberlo todo y por eso pregunta con insistencia a su padre, que sin embargo sólo le responde con vaguedades y se siente incómodo. El autor comprende entonces que se está sintiendo avergonzado, porque querría tener esos conocimientos que su hijo le demanda.  “Tenía doce años pero usaba palabras que tú no entendías”, escribe. 

En su primera novela, el autor contó cómo su padre impuso un ambiente violento e irrespirable en su casa. A él no le perdonaba que no fuera como los otros chicos, que no le gustaran las mismas cosas. Aquí Édouard Louis echa en cara a su padre que se acuerda más de lo que no le dijo, de lo que no pudieron hablar, de ese muro de silencio e incomprensión entre ambos, que de lo que sí hablaron. El autor enumera, con nombres y apellidos, la lista de presidentes, primeros ministros y ministros de Salud y de Trabajo que aprobaron medidas que le hicieron la vida más complicada a su padre, por ejemplo, con la eliminación de la cobertura de la Seguridad Social de algunos medicamentos que necesitaba tras un accidente laboral o con ese discurso insidioso que lleva a mirar mal y a culpar a los "mantenidos" o "subvencionados". 

Como recordó  en una brillante conferencia en el Institut Français de Madrid hace unos meses, en este libro afirma que la política es una cuestión de vida o muerte para las personas pobres, que los ricos pueden permitirse criticar a este o a aquel político, pero que su salud, sus condiciones de vida, su simple existencia, no dependerán nunca de lo que decida el gobierno de turno. 

El libro, además de plantear esta interesante reflexión social, es también el relato de la reconciliación del autor con su padre. Hay fragmentos preciosos y muy luminosos en el libro, a pesar de abordar cuestiones tan duras e impactantes. Uno de los más bellos es este: “Tú, que toda tu vida has repetido que el problema de Francia eran los extranjeros y los homosexuales, ahora criticas el racismo de Francia, me pides que te hable del hombre al que amo. Compras los libros que publico, se los regalas a la gente de tu entorno. Has cambio de un día para otro, uno de mis amigos dice que son los hijos los que transforman a sus padres, y no al contrario”.

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