El peligroso rearme retrógrado

 

Lo llaman guerra cultural porque "reacción furibunda de personas que se niegan a aceptar el progreso y se revuelven contra cualquier avance de derechos de las minorías o ante cualquier reivindicación justa del feminismo" queda un poco largo. Que asistimos a un peligroso rearme retrógrado, a una salida de las cavernas de ciertos discursos del odio que creíamos, o queríamos creer, olvidados, es lamentablemente un hecho, pero estos últimos días hemos podido constatarlo de forma especialmente intensa y dolorosa. Hay tanto ruido, tantos bulos, tanta crispación, tanta ausencia de debate real, tanto odio, tantas hipérboles en el discurso público, que creo que no somos del todo capaces de distinguir lo importante de verdad de lo que no lo es. Y pienso que, entre tanto ruido, algunas de las salvajadas que hemos escuchado estos últimos días son de una especial gravedad, por lo que se ha dicho, por quién lo ha dicho y también por el lugar desde el que se ha dicho. 
El politiqueo diario de nuestro país no puede aburrirme más. Hay personas en España convencidas de que cada decisión que toma el gobierno actual es una perversa maniobra socialcomunista para hundir España e imponer una dictadura progre. También hay personas que creen que todas y cada una de las cosas que se dicen desde la oposición son repugnantes y fascistas, sin matices, sin concederle ni agua al adversario ideológico, que es visto como un enemigo a abatir. Entre esta crispación y esta ceguera absurda, corremos el riesgo de perdernos, de no saber reconocer lo que es de verdad grave cuando lo tenemos delante. Si se critica absolutamente todo lo que hace o dice un partido o un gobierno, central o autonómico, si todo está mal, fatal, es atroz y muy peligroso, ¿cómo vamos a ser capaces de hacer una crítica razonada y sosegada de aquello que consideramos erróneo? ¿Cómo reconocerle algún mérito, alguna buena propuesta o alguna reflexión interesante a quien se supone que está en nuestras antípodas? ¿Cómo vivir en este escenario asfixiante de amigos y enemigos, de ellos y nosotros?

Pues bien, en mitad de esta crispación reinante, ya digo, existe el riesgo de que se minimicen amenazas reales y muy serias. Porque las hay. Porque no todos son iguales. Y porque este clima político tan pobre, que va deteriorando más y más la democracia, es muy inquietante. Estos últimos días hemos escuchado a una presidenta autonómica decir que las mujeres feministas que dicen eso de "sola y borracha quiero llegar a casa" están siendo frívolas y no asumen la responsabilidad de sus actos. Es decir, sugiere que si una mujer vuelve a casa después de haberse tomado unas cañas (la libertad y tal) tiene que ser consciente de que se expone a un acoso o a una violación. Vamos, lo de siempre: los actos tienen consecuencias, cómo iba así vestida, menuda niñata... Como si existiera alguna circunstancia en la que la culpa de ser agredida es de la víctima y no del agresor. El mismo discurso retrógrado y casposo tan viejuno, sólo que pronunciado desde la presidencia de una comunidad autónoma. 

También estos días, una diputada ha defendido en el Congreso que es una pena que se vayan a perder los piropos tan pintureros como "eso sí que es un cuerpo y no el de la Guardia Civil". Ay, qué gran pérdida que los desconocidos no puedan soltar cualquier burrada que se le pase por la cabeza a cualquier mujer que pase por la calle. Ay, estos tiempos woke tan horribles, la dictadura de lo políticamente correcto. Ay, maldito progreso. ¿Dónde vamos a llegar? Estos últimos días también hemos escuchado a un vicepresidente autonómico decirle a una diputada con discapacidad que la iba a tratar como si fuera una persona normal, y después afirmar que todo era un montaje, porque de comprensión lectora y de manejo del lenguaje también anda justito. 

Pero ha habido más. Otro diputado del mismo partido de las tres letras también ha dicho estos días que se debe retirar la sanidad pública a las personas inmigrantes en situación irregular y también ha defendido que los psicólogos ayuden a las personas no heterosexuales. Y, por supuesto, no han faltado artículos, comentarios y hasta portadas muy exaltadas por la ley del sí es sí, ya que por lo visto hay señores a los que les parece aberrante que para tener relaciones sexuales sea necesario el consentimiento de la otra persona. Es espantoso pensar qué idea del sexo tienen estos señores que tan amenazados se ven ahora. 

Mientras sufrimos un auge inquietante de las violaciones en grupo, tampoco han faltado los señores que no han dicho ni media palabra sobre estas agresiones (ya saben, casos aislados, uno detrás de otro, pero aislados), pero que se han mostrado superofendidos y han hablado largo y tendido de unas declaraciones de una política que apelaba directamente a los hombres por este aumento de las manadas (compuestas, oh sorpresa, por hombres). El discurso "no todos los hombres" de siempre. Lo importante no es que se detenga de una vez esta salvajada de las agresiones grupales ni que se combata de raíz el patriarcado que provoca estas agresiones, no, lo importante de verdad es que esos señores no se sientan ofendidos, pobres, que quede claro que no todos los hombres violan a mujeres, que ellos no tienen nada que ver. ¿Cómo se nos ocurre poner el foco en las víctimas y en intentar acabar con estas agresiones cuando ellos están ahí sufriendo, pobrecitos míos? ¿Es que nadie va a pensar en ellos? 

Que hay personas retrógradas y peleadas con el paso del tiempo no es novedad, pero hacía muchos, muchos años, décadas quizá, que no se daba tanto altavoz a este discurso del odio. Dentro de unos años, cuando echemos la vista atrás, quizá seamos capaces de entender todos los errores cometidos como sociedad para blanquear a la extrema derecha y su discurso que todo lo intoxica. Esas personas que votan al partido de las tres letras porque llama al pan, pan y al vino, vino. Esa gente que dice que en realidad el racismo no es racismo, que el odio a las personas LGTBI no es LGTBIfobia y que el machismo no es tal, que no existe, que es un invento de los malvados progres. Esa gente capaz de apoyar cualquier cosa siempre que sean de los tuyos y vayan contra los otros, contra los malvados izquierdistas, todos espantososo, antipespañoles y odiosos. Es muy peligroso que quienes sostienen estos discursos tan rancios se sientan ahora legitimados y envalentonados. No, no todas las ideas respetables. No, un partido que ataca a las mujeres, a las personas LGTBI, a los inmigrantes y a todo aquel que no piensa como ellos, no es un partido como los demás. No, no podemos aceptar determinados discursos. Cual matones de instituto, desde estas posiciones extremistas que atentan contra la más elemental convivencia se dice que lo que pasa es que les tenemos mucho miedo. Pues claro que les tenemos miedo. ¿Cómo no sentir miedo a los bulos, al discurso del odio, al racismo, al machismo y la LGTBIfobia? ¿Cómo no sentir miedo ante semejante rearme retrógrado?

Tendemos a pensar que la historia de la humanidad progresa de forma lineal, que a los avances sociales les suceden otros, pero no siempre es así. Hay ejemplos innumerables de sociedades que han dado pasos atrás por culpa de partidos populistas, extremistas, retrógrados y autoritarios. Ningún avance puede darse por consolidado de por vida. Por eso es tan peligroso blanquear determinados discursos. Por eso es un disparate pactar con determinados partidos. Por eso no todo vale, por mucho que desprecies a un gobierno. Por eso hay líneas rojas que ninguna sociedad democrática debería cruzar. La amenaza real y seria de la extrema derecha, que es la gran propulsora de este rearme retrógrado que tan visible es estos días, no es exclusiva de España. Es un momento serio, muy trascendente, y convendría que saliéramos del politiqueo diario para defender los principios fundamentales de la democracia, sin duda, en riesgo por todos estos envalentonados retrógrados que sueltan sus burradas para dar la "guerra cultural" contra cosas tan terribles como los Derechos Humanos o los avances del feminismo, es decir, la defensa de la igualad real entre hombres y mujeres. Curiosa forma de llamar a las ideas casposas de toda la vida. 

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