Peaky Blinders

 

"El mal y el bien existen", le dice un personaje a otro en la quinta temporada de Peaky Blinders, la serie de la BBC emitida por Netflix inspirada en una banda criminal que existió de verdad en Birmingham en los años 20 del siglo pasado. "Sí, y están mezclados", le responde otra. Bastaría este diálogo para resumir la serie, la ambigüedad de sus protagonistas, la madurez de las tramas. Es una producción impecable, en la que sordidez y dureza de las historias contadas, las propias de una familia que amaña apuestas y tiene guerras con otras bandas, al lado de un código de lealtad inquebrantable. Sólo empecé a ver la serie gracias a la insistencia de una amiga, que me hizo vencer la reticencia ante una serie sobre una familia de gánsters, que no me apetecía demasiado. Menos mal que le hice caso. 
La serie, que estrenará el próximo año su sexta y última temporada, está repleta de virtudes. Sus guiones, esos diálogos afilados, siempre precisos, las respuestas más contundentes y redondas, los giros de guión, las sorpresas a la vuelta de la esquina. El carisma descomunal de sus personajes, en especial, de Thomas Shelby (Cillian Murphy), que es uno de los personajes de serie mejor construidos que recuerdo haber visto. Excombatiente en la I Guerra Mundial, lidera a los Peaky Blinders. Arrastra fantasmas de la contienda. Es ambicioso, muy familiar, leal, arrogante, implacable con sus enemigos... Un tipo duro pero con heridas físicas y, sobre todo, mentales. Un personaje sobre el que gira toda la serie en sus cinco temporadas emitidas hasta ahora. 

Otro de los grandes aciertos de la serie, quizá el mayor, es que logra reinventarse con cada nueva tanda de episodios, sin miedo a cambiar ni a matar a personajes importantes, pero sin perder nunca su esencia. La serie cambia cada temporada, con la historia de los años 20 de telón de fondo. El auge del comunismo, la irrupción del fascismo, los traumas de la I Guerra Mundial, el surgimiento de los movimientos sindicales, la ley seca en Estados Unidos, las guerras de bandas, la revolución soviética, los comienzos del feminismo, el martes negro en Wall Street en 1929... Todo eso está presente en la serie, porque además de un personaje con un carisma arrollador, Thomas Shelby también es hijo de su tiempo y lo que sucede alrededor afectará al negocio familiar. 

Al lado de Thomas está su clan, al que protege y venera, por los que siente auténtica debilidad. Si hay admirable en un personaje, por lo demás, tan gris, tan capaz de lo peor contra sus enemigos, tan carente de ética para tantas otras cosas, es esa adoración y esa lealtad ciega por su familia. Puede causar los mayores destrozos y desórdenes, incumplir la ley a diario, hacer dinero con drogas y apuestas ilegales, ordenar asesinatos... Pero es leal a su gente hasta el final. Como lo fue en las trincheras de la guerra, como lo es, de algún modo extraño, al rey de Inglaterra y a su país, por el que fue a la guerra, de la que no volvió siendo el mismo. Su tía, Polly Gray (Hellen McCrory) destaca en el elenco.  Es otro de esos personajes extraordinarios, complejos, con mil caras, dura cuando siente que debe hacerlo, pero también frágil y vulnerable, sobre todo, en lo que se refiere a su familia. 

La serie crece y, aunque el nivel de la primera temporada parece insuperable, de hecho va mejorando a medida que avanzan los capítulos. La estética de la serie, muy cuidada, y su música, exquisita, siempre adecuada, que siempre aporta a la trama y la engrandece, son otros de sus muchos puntos fuertes. No es fácil para una serie llegar a una quinta temporada y que aún tenga cosas que contar, que no experimente desgaste alguno. Peaky Blinders lo logra con creces. Si la primera temporada te parece imbatible es sólo porque no has visto la segunda y así, sucesivamente en adelante. 

Cuando se debate sobre la burbuja de las series hoy en día, sobre la sobreabundancia de estas producciones y se las compara con el cine, uno de los puntos a favor de las series es que permiten cubrir un recorrido mayor de sus personajes. No se trata de hacer ninguna guerra estúpida entre series y películas, como si todas las series o todas las películas fueran iguales, o como si fuera el formato y no calidad de lo que se cuenta lo que importa de verdad, pero pocas producciones como Peaky Blinders concentran de forma más nítida las ventajas de las series. Pocas exprimen mejor todas sus capacidades. Pocas llegan tan lejos. Es una serie excepcional que uno desearía que no terminara nunca, aunque el año que viene ya tocará a su fin. Si sigue la senda de la quinta temporada, lo hará sin un rasguño en cuanto al interés de la serie, fiel a sí misma, manteniendo sus elevados y muy infrecuentes niveles de calidad.  Que así sea. 

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