El fracaso colectivo de la tercera ola

 

No tiene sentido lamentarnos ya pero tampoco lo tiene ser complacientes: la tercera ola es la historia de un gran fracaso colectivo. Seguimos alimentando falsos dilemas (economía o salud, reglas firmes de los gobernantes o responsabilidad individual de los ciudadanos, gobiernos autonómicos o gobierno central..) que no aportan nada y parecen tener un único fin: lavarnos las manos (no con gel hidroalcohólico, sino para esquivar la responsabilidad). Llegó la tercera ola, exactamente como todos sabíamos que iba a ocurrir. Y eso significa más contagios, más ingresos hospitalarios y más muertes. Podemos seguir culpando de todo al de enfrente o al político que peor nos caiga, pero eso no cambiará la realidad. Como canta Serrat, nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.  

No querría estar en la posición de los políticos que deben tomar decisiones para combatir la pandemia. No existe una fórmula mágica para ello y no puedo ni imaginar lo extremadamente complejo que debe ser gestionar algo así. Y, sin embargo, cuando hablamos de la tercera ola y vemos que no hemos aprendido gran cosa ni de la primera ni de la segunda, cuesta mantener ese nivel de empatía y comprensión con el que es saludable acercarse a cualquier persona, también a los gobernantes. Partimos todos de la base de que ningún ciudadano quiere contagiarse y de que ningún político quiere que el virus se expanda, pero podríamos empezar a ser sinceros con nosotros mismos y preguntarnos qué está fallando. Los discursos buenistas que alaban la paciencia de la sociedad española y su ejemplaridad cada vez me suenan más huecos y vacíos de contenido. 

El primer error de la mayoría de los políticos españoles es que no tratan a los ciudadanos como personas adultas. Quizá el primer error de muchos ciudadanos es que no actúan como personas adultas, pero a eso voy un poco más adelante. Se pueden perdonar muchos errores o muchas carencias en la lucha contra la pandemia por parte de los gobernantes, es comprensible, errar es humano. Pero la actitud con la que se dirigen a los ciudadanos no debería pasar jamás por su infantilización ni por el marketing barato ni por los cálculos electorales. Cuesta encontrar un ejemplo de un gobernante en España que trate a sus ciudadanos como tales y no como votantes a los que hay que contentar, seres infantiles a los que no conviene contar la verdad. 

Hay ejemplos de sobra al respecto. En lugar de contar la verdad, que no había mascarillas ni siquiera para los sanitarios en ese momento tan crítico del comienzo de la pandemia, se mintió diciendo que las mascarillas no eran necesarias. En vez de afirmar hoy algo que es evidente, que los políticos están midiendo el impacto económico de sus medidas restrictivas contra el Covid-19 y por eso no están tomando las decisiones que pide la práctica totalidad de los expertos epidemiólogos, se dice que "sabemos lo que tenemos que hacer". Pues no parece que lo sepamos, sinceramente. 

No hay razones sanitarias para evitar algo parecido a un confinamiento domiciliario, con la posibilidad de salir a pasear, ahora que sabemos que el riesgo al aire libre es bajo. Las razones, pues, deben ser de otro tipo. Y, de nuevo, en vez de tratar a los ciudadanos como adultos se los infantiliza. También hay gobernantes autonómicos que piden una cosa y la contraria: autonomía para tomar decisiones, pero también medidas comunes para todos que acuerde el gobierno central. Lo mismo cabe decir del propio gobierno central, claro. Esto de salir a avisar de que estamos en una situación crítica y, a la vez, descartar medidas más serias suena extraño. 

La realidad, y no tendríamos que ponerle paños calientes, es que vienen muchas más muertes y una saturación muy preocupante de los hospitales. Quizá el mayor fracaso colectivo de esta pandemia sea de índole ética, el hecho aterrador de que nos hayamos acostumbrado a tener 200 muertos al día por una sola causa. Ya no recibimos con escalofrío esos datos, es terrorífico. Las muertes parecen formar parte del paisaje. Lo digan con más o menos claridad, y no lo dicen con ninguna claridad, claro, la estrategia actual de los gobernantes españoles parece evidente: aguantar el chaparrón, no confinar hasta que la situación sea extrema en los hospitales (con el consiguiente aumento de las muertes) y fiarlo todo a la vacunación, ésa que algunas comunidades autónomas llevan tan retrasada. Que se mueran los débiles porque aquí hay que salvar la economía, vendría a ser el planteamiento. 

Creo que los políticos no tendrían esa actitud si no percibieran que muchas personas la apoyan. Percibo a mi alrededor que cada vez más personas priorizan la defensa de la economía, ante los devastadores efectos de la pandemia. Obviamente, quien ha perdido el empleo o ha tenido que cerrar su negocio es una víctima más de la pandemia y naturalmente que proteger la economía es importante. Sin economía, es decir, sin puestos de trabajo, no hay salud posible, porque aumentan también las depresiones y toda clase de enfermedades. Eso es incuestionable. Pero sin salud tampoco hay economía, todo lo más, un simulacro de economía que además supone un alto riesgo de contagio, como el que se mantiene hoy en bares y restaurantes, donde la gente, naturalmente, no puede comer o beber con la mascarilla puesta, con el riesgo que eso supone. La principal industria de España es el turismo. ¿Alguien cree que el turismo podrá volver a estar en marcha si no se ha controlado antes la pandemia? Acabar cuanto antes con la pandemia no es sólo una exigencia ética, porque hablamos de vidas, es que además es la mejor fórmula de recuperar de verdad la actividad económica. 

Pero la situación actual del coronavirus no es sólo, evidentemente, responsabilidad de los políticos. Hay una responsabilidad individual incuestionable. Quienes se juntaron con grupos amplios en Navidad lo hicieron, supongo, ponderando los riesgos pero, de nuevo, convendría que actuáramos todos como adultos. Esos riesgos significan posibilidad de contagio y, en el peor de los casos, de muertes de tus familiares o amigos. Habrá a quien ese riesgo le compense, pero es que incluso en ese caso, no sólo se está poniendo en riesgo él y su entorno, sino también toda la sociedad. 

En las medidas de protección contra el virus hay un aspecto en el que creo que hemos fallado como sociedad. No hemos entendido bien, o no hemos querido entender, que el uso de mascarilla (también en entornos familiares, sí, aunque te miren como a un marciano), la restricción a su mínima expresión de la actividad social (aunque te señalen como el alarmista y el raro) y todas las medidas de protección se toman, fundamentalmente, para impedir el colapso de los hospitales y el contagio de las personas vulnerables. No es ya pensar en tus padres o en tus abuelos, no, es también pensar en los padres y en los abuelos de otros, en todas las personas vulnerables de cualquier edad para las que el virus puede ser mortal. No hay mayor ejemplo de responsabilidad individual y generosidad que actuar de forma responsable no pensando en alguien querido, sino en el conjunto de la sociedad. Porque, efectivamente, sabemos cómo reducir el riesgo de contagio. Si no lo hacemos porque nos apetece ir a comer con este o aquel o porque, total, no hay riesgo, si ya me he hecho un test, debemos saber lo que puede venir después. 

Tan inaceptable es que los políticos culpen de todo a los ciudadanos y su irresponsabilidad, como si ellos hubieran tomado medidas estrictas para evitar esta tercera ola en vez de abrir mucho la mano en navidades, como que los ciudadanos señalemos sólo a los políticos, como si no tuviéramos ninguna responsabilidad de nuestros actos. De nuevo, seamos adultos, por favor. Seamos adultos y pidamos que nos traten como tales. Es enternecedor ver a gente que ha hecho lo que le ha dado la gana en navidades decir ahora que los gobiernos han actuado muy mal por no ser más estrictos, como si Pedro Sánchez o Isabel Díaz Ayuso le hubieran obligado a tener encuentros numerosos y sin medidas de protección contra su voluntad. Si pensamos que los gobiernos deben tomar determinadas medidas lo lógico es que actuemos en consecuencia y las apliquemos a nuestra vida. Lo demás es un vano e infantil intento de escurrir el bulto y esquivar nuestra responsabilidad en este fracaso colectivo. 

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