Sólo nos queda bailar

Es prodigioso el modo en el que Sólo nos queda nos bailar (And then we danced) se mimetiza con la danza georgiana. No es sólo que la trama de la película de Levan Akin se centre en ese mundo o que haya numerosas escenas de baile, no, es que el filme adapta por completo las formas de esa danza, sus ritmos y peculiaridades. La danza georginana no quiere ser sensual ni delicada, pero pese a sus formas rudas y alto rígidas, encierra una belleza portentosa. Algo parecido ocurre con estea película, que desborda sensibilidad, aunque en sus formas se parezca tanto a aquel baile tradicional, sin concesiones al espectador, sin virguerías.



En la danza georgiana, un baile muy tradicional, la belleza está ahí, encerrada, luchado por salir, abriéndose hueco entre esos pasos de baile tan rápidos y bruscos. Hay rudeza en las formas, pero una encanto magnético en el fondo. Igual que en la película. Esa batalla interna que se libra en la danza georgiana se da también en el filme y en la historia que cuenta. Es la historia de Merab (Levan Gelbakhiani), un joven bailarín que lleva años intentando entrar en el cuerpo principal de baile de la Compañía Nacional de Danza de Georgia. Allí es pareja, de baile y sentimental, de Mary, pero la vida de Merab dará un vuelco cuando un nuevo bailarín, Irakli, entra en la compañía. Merab ve pronto en él a un rival como bailarín, pero también a alguien a quien mira con intriga, con atracción, con deseo imposible de disimular y de contener. 

Es, por momentos, una historia dura, sin demasiada delicadeza en la relación entre ambos, pero con una ternura hermosa en el fondo, con la belleza insuperable de un despertar, de una poderosa e imparable transformación interna, con la energía pletórica del autodescubrimiento de Merab. El joven tiene una familia no demasiado afectuosa y más bien conflictiva, pero, de nuevo, hay mucho amor debajo de esa capa de aspereza. En la danza georgiana hay instantes febriles, incluso a su pesar, y lo mismo pasa en esta película, con escenas prodigiosas, apasionadas, excelsas. 

Tiene mucho que ver la forma en la que está rodada la película, que se toma su tiempo para contar la historia de Merab y lo hace de un modo portentoso, seductor y preciso. También, claro, la propia danza georgiana, con su ritmo frenético, y la música y el baile en general, que sirve de metáfora de lo que siente el personaje. La tradición del baile y de la sociedad georgiana frente a las ansias de libertad de la juventud, en especial de Merab, cuyos ojos brillan de sueños y deseo. El actor que da vida al protagonista actúa aquí por primera vez, lo cual convierten en aún más deslumbrante su interpretación. El magnetismo de Gelbakhiani, bailarín georgiano, es otro de los fuertes de un filme que remueve al espectador, que lo inunda de belleza y sensibilidad. 

Hasta aquí, la crítica estrictamente cinematográfica del filme. Una película magnífica. Pero es que, además, es un filme importante y valiente, ya que se ambienta en un país extraordinariamente conservador, por no decir retrógrado. El director del filme, georgiano pero afincado en Suecia, ha contado que el germen de la película está en los altercados que un grupo de homófobos provocó contra los manifestantes del primer desfile del Orgullo en Georgia en el año 2013. El estreno del filme, de hecho, también ha despertado una gran polémica en ciertos sectores del país, incluidas amenazas contra su director. En los créditos finales de la película se incluye un agradecimiento a los coreógrafos y bailarines georgianos cuyos nombres no pueden aparecer en los créditos, por miedo a represalias. El joven actor protagonista ha contado en las entrevistas promocionales del filme que rechazó hasta cinco veces participar en esta producción, por miedo a la presión social, asfixiante en algunos lugares, como refleja el filme. Es decir, Sólo nos queda bailar es una película maravillosa, pero además es valiente y necesaria. Una joya. 

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