Sabina y Serrat incendian Madrid

“Siempre hay un fuego que se enciende en Madrid”, canta Sabina en Yo me bajo en Atocha, ese gran himno a la ciudad del cantante jienense. Anoche el autor de ésta y otras memorables canciones incendió Madrid junto a Serrat, subiendo unos cuantos grados la temperatura de la capital en medio de un temporal de viento y frío, con un concierto de cerca de tres horas en el Wizink Center, el Palacio de toda la vida. Creo que el disco de la gira Dos pájaros de un tiro, de Sabina y Serrat, es el único que he rayado en mi vida hasta hacerlo inaudible de tanto escucharlo. Lo escuché tantas veces que llegué a memorizar cada aplauso del público, cada grito de los espectadores, cada nota, cada palabra de ánimo de los artistas al pueblo enardecido y embriagado con su arte. Nunca antes y nunca después he tenido tanto cariño a un disco, nunca he pasado tantas horas con unas mismas canciones, que escuchaba una y otra vez, casi de forma obsesiva. Anoche recordé aquellas horas felices en compañía de los dos maestros y sumé a la lista de todo lo que les debo haber vivido uno de los mejores conciertos de mi vida.



No hay dos sin tres se llama esta nueva gira, la tercera que hacen de forma conjunta Sabina y Serrat. Vuelven y no necesitan justificación alguna para hacerlo. Han llegado a un punto de sus carreras en el que ambos pueden hacer lo que quieran, cuando quieran y como quieran. "Con este señor trabajamos la mitad y cobramos el doble", dijo irónicamente Sabina al comienzo del concierto. Siempre es difícil, casi milagroso, ver a una leyenda en directo, no digamos ya a dos. Lo de anoche es algo que no olvidaremos fácilmente. Empezó algo fría la noche, no sólo por la temperatura gélida en el exterior, sino por los fallos técnico que deslucieron el comienzo del espectáculo. El audiovisual con el que estaba previsto el comienzo del concierto se emitió dos veces, hubo fallos de sonido, Sabina no tenía retorno... Pero dio igual, los dos genios se encargaron de combatir ese frío a golpe de temazos, de canciones que forman parte de la banda sonora de nuestras vidas. "Estas cosas no pueden pasar nunca", dijo Sabina. "Pero están pasando", le replicó Serrat. "Somos hijos del azar". Y a otra cosa. 

La fiesta empezó con Esta noche contigo, cuya letra sabinera era preludio de lo que estaba por venir, tres horas que fueron más que tres horas, en las que todo alrededor se detuvo: "Que no arranquen los coches, que se detengan todas las factorías, que la ciudad se llene de largas noches y calles frías". Así fue. Larga noche que se hizo corta, que desearíamos que no hubiera acabado nunca. Ver a Sabina y Serrat en concierto es siempre una experiencia formidable, más aun si pensamos que quizá estamos ante la última ocasión de disfrutar de ellos juntos. Hay mil razones que hacen de un encuentro así algo único. Una de ellas es que podemos ver juntos a los compositores de las que, sin demasiadas pruebas pero sin ninguna duda, son las dos mejores canciones en español escritas jamás: 19 días y 500 noches, que interpretó Sabina poniendo en pie al Palacio entero, y Mediterráneo, otro de los grandes momentos de la noche, que ilustraron en las pantallas del fondo varias imágenes alusivas al mítico mar al que Serrat canta como nadie, entre ellas, imágenes de los refugiados que buscan una vida mejor camino de Europa, pero que en muchas ocasiones la pierden, muertos de indiferencia y desigualdad. 

Pero de momentos inolvidables estuvo repleta la noche. Cómo no va a estarlo cuando asistimos a un recital de dos de los más prolíficos y geniales contadores de historias. Sabina habló de sí mismo, reafirmándose negándolo todo, con el single de su último disco, Lo niego todo, con el que ha alcanzado cotas de calidad que llevaba años sin transitar. Después le prestó a Serrat Una canción para la magdalena, que el maestro catalán interpretó con delicadeza y brillantez, como si la canción estuviera hecha para él, como si fuera sencillo salir airoso de versionar una canción de Sabina. Estuvieron cómplices entre ellos, con bromas constantes. "Siempre nos han separado dos cosas muy importantes: mi envidia y tu talento", le dijo Sabina a su compañero. Todo fue in crescendo ya, con una sucesión imparable de canciones memorables que nos hicieron vibrar. Especialmente emotiva fue Nanas de la cebolla, con los versos de Miguel Hernández en la voz casi quebrada y sensible de Serrat, que quizá ha conocido mejores tiempos, pero que sigue siendo un torrente de emociones. 

No faltaron, no podían faltar, otros clásicos de la obra de Serrat como Lucía, Tu nombre me sabe a hierba o Señora. Sabina, por su parte, volvió a Peces de ciudad, una de sus preferidas, una canción que, según contó, compuso en Lima y de la que no sabe bien de qué está hablando, pero sí exactamente lo que quería decir. Y Princesa, que volvió a poner en pie al Palacio. Y, juntos, interpretaron Cantares, con los versos de Machado, recordando aquello de "caminante no hay camino, se hace camino al andar, al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino, sino estelas en la mar". 

Antes de llegar al final oficial del concierto, que sucederían los bises por partida doble, hubo tiempo para ver a los dos maestros convertidos en piratas para interpretar La del pirata cojo; cantarle al amor y a sus contradicciones con Y sin embargo; llamar a la esperanza y al optimismo, en medio de este mundo tan gris, con Hoy puede ser un gran día; y compartir buenos deseos y versos exquisitos con Noches de boda, de Sabina, como, por ejemplo, "que cada cena sea tu última cena, que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena". 

Se retiraron los artistas y sus músicos, pero volvieron al escenario reclamados por un público enfervorecido que no quería volver a casa aún, que quería quedarse para siempre en su compañía. Dos canciones más de propina llegaron entonces: Y morirme contigo y Paraules d'amor. "No soy nada partidario de las fronteras y casi nada de las banderas, pero las lenguas son sagradas", dijo Sabina antes de cantar este tema en catalán, una de las más bellas canciones de amor. Madrid se vino abajo celebrando la canción. Una vez más, la cultura y la gente por encima del politiqueo barato de algunos. Volvieron a retirarse del escenario, pero las luces no se encendieron, así que había esperanza de unos nuevos bises. Así fue. No podían marcharse, claro, sin cantar Aquellas pequeñas cosas y Fiesta, cuya letra lo dijo todo y sirvió de despedida perfecta: "Se acabó, el sol nos dice que llegó el final. Por una noche se olvidó que cada uno es cada cual". Un público heterogéneo, de todas las edades, festejó la letra y celebró la vida. Muchos salimos del Palacio pensando que nos sobran los motivos para decir que anoche escuchamos varias veces la canción más hermosa del mundo, que vivimos el concierto más hermoso del mundo, al menos de nuestras vidas. 20 de enero de 2020. No olvidaremos fácilmente este día. 

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