Tetsuya Ishido: Autorretrato de otro

Invitar a la reflexión, hacer pensar, incomodar, incluso, son algunas de las misiones del arte. Todo eso consigue la impactante exposición Autorretrato de otro, de Tetsuya Ishido, que se expone estos días en el Palacio de Velázquez, en pleno Retiro de Madrid. Es la primera retrospectiva del artista japonés fuera de su país. Todo en Ishido es inquietante y perturbador, empezando por su propia vida, que terminó a los 32 años en extrañas circunstancias, que no pocos atribuyen a un suicidio. Su muerte nunca se esclarecerá del todo, pero su obra se entiende a la perfección. Es un discurso durísimo contra los males de la sociedad japonesa, en particular, y del mundo actual, en general. 


Cuentan que Ishida vivía por y para el arte. Murió demasiado joven, pero queda su obra, como grito contra los excesos del ritmo de vida actual. Todas sus obras son impactantes. El artista japonés presenta a hombres que son clonados en cadenas de montaje, atrapados en edificios como alegoría de la burbuja inmobiliaria, o alimentados en la barra de un bar como si fueran coches que repostan. Los hombres pierden su identidad y su alma. En una sociedad consumista en la que sólo importa el dinero y la producción, los sentimientos humanos pierden sentido, no tienen espacio. No hay hueco para la independencia individual, ni para los deseos personales. Se trata de producir, de consumir, de seguir moviendo la rueda. 

Aunque la obra de Ishida está estrechamente ligada con Japón, ya que él dedicó esa mirada descarnada y muy crítica a su país, en buena medida ésta trasciende al país nipón. Lo hace por su innegable calidad artística, por supuesto, pero también porque el poderoso mensaje que lanza resuena con idéntico impacto en sociedades europeas como la nuestra. Fue en la Bienal de Venecia de 2005 cuando su obra se dio a conocer en Europa. Ahora, gracias al Reina Sofía, podemos reflexionar y recibir un mazazo, un duro golpe contra nuestro ritmo de vida, en Madrid. 

Ishida murió en 2005 y, desde ahí, nos habla a nosotros. Lo hace, por ejemplo, cuando vemos a personas sin rostro, porque la identidad personal no importa, porque las personas son piezas de una cadena. O cuando muestra a hombres que parecen insectos. O cuando reflexiona sobre la excesiva dependencia de la tecnología, algo que no ha parado de crecer desde su fallecimiento. O cuando critica de forma directa y muy contundente la educación, igual para todos, sin tener en cuenta las necesidades y los talentos específicos de cada alumno, produciendo esas piezas, sin permitirles desarrollarse como deseen. Hay una obra especialmente espeluznante, en la que un hombre se enfrenta a un tren que parece desbocado. Lo pintó poco tiempo antes de morir, precisamente, atropellado por un tren. El arte puede entretener o gustar, resultar bello, sin más, y no es poco, pero también puede, y hasta debe, remover. Las obras de Tetsuya Ishido, en Madrid hasta el 8 de septiembre, lo consigue, perturbando con este autorretrato de otro, un título que tan bien resume su forma de entender el arte, lo que quería denunciar con él, lo que tal vez le costó la vida. 

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