Chicos y chicas

La pasión en cualquiera de sus formas, sobre todo la que más viene a destiempo y menos atiende a razones, es el hilo conductor de los relatos que componen Chicos y chicas, de Soledad Puértolas. La ligereza que sugiere el título se encuentra también en las páginas de esta obra, editada por Anagraman, en las que hay infidelidades, amores que se agotan, pasiones irrefrenables, relaciones tóxicas, conformismo, anhelos, ilusiones e historias que mantienen viva la llama a lo largo del tiempo.



Comienza el libro con Incendios, la historia de un verano con una oleada de incendios en un pueblecito, en el que se desatan otras pasiones. Le sigue Confesión, en el que un viaje en tren se hace eterno a causa de una confesión de infidelidad que trastoca la vida de los dos protagonistas. Como ocurre siempre en este tipo de libros, hay relatos más redondos que otros. Me resulta especialmente atractivo el último, Arkímedes (sí, con k), construido en torno a un fugaz amor de verano cuyo recuerdo perdura en los dos protagonistas. En muchos de los relatos, el verano, con su suspensión temporal de la realidad, es el escenario de fondo de la historia. El verano, con su ritmo especial, con el parón de las vacaciones, pleno de promesas e ilusiones, de autoengaños y decepciones, también. 

Es igualmente atractivo Barro, que además de hablar de pasiones, cuenta la relación entre dos hermanas. En este relato hay varias frases de esas que retumban en la cabeza del lector. Como esta: "No parecían tristes, pero alguna vez se darían cuenta: si no se tiene un destino, la vida es muy aburrida. Todo sucede sin ton ni son". O esta otra: "A Sonia le incomodaban las generalizaciones. Nunca había un grupo en el que ella pudiera encajar sin renunciar a partes importantes de ella misma". 

De algunos de los relatos se puede hacer una clara lectura feminista. Por ejemplo, encontramos a mujeres que no quieren perpetuar modelos del pasado que las condenan a un segundo plano, que se rebelan contra lo que se espera de ellas. También a mujeres libres, que toman la iniciativa, que deciden cómo, cuándo y con quién compartir su vida. Se narra igualmente una historia de amor entre dos mujeres cuyas protagonistas no quieren poner nombres a lo que viven porque sienten que lo suyo es tan evidente que no necesita ser explicado ni, desde luego, etiquetado por nadie. En Chicos y chicas, el relato que da nombre al conjunto, la protagonista se marcha a una casita en una aldea de Galicia a terminar su tesis sobre escritoras del siglo XVIII. Sigue adelante con su vida, aunque siente que en algún momento sentirá "ese pálpito, la certeza del error, de la pérdida, de un fracaso existencial". 

En las historias de los relatos que componen Chicos y chicas hay pasión, ansias de sentirse vivo, pero también se encuentra cierta melancolía, cierta necesidad de llenar un vacío, de huir hacia adelante, de afrontar con una relación fugaz una insatisfacción permanente. Esa mezcla entre la ilusión y la desesperación, entre la expectativa de un cambio de vida y la certeza de que ningún refugio dura para siempre, transcurren las historias de este libro, cuya mayor virtud es su ligereza, su ausencia de pretensiones. Entre otras cosas, porque es así como a menudo se encuentran chispazos de vida y autenticidad, cuestiones más profundas, aunque aparezcan presentadas como historias sencillas. Y, en mitad de la vida cotidiana, de las pequeñas miserias y alegrías del día a día, pasajes que dan en el clavo, como este que encontramos en Vacaciones: "Buscamos causas porque las causas nos tranquilizan. Creemos que si damos con ellas, controlamos la situación. Pero no es así. Hay miles de detalles que se nos escapan"; o este otro, de Aficiones, tan oportuno en una época de ombliguismo desaforado y selfies a destajo: "a nadie le sorprende demasiado lo que hacen los demás, siempre que no interfiera en lo suyo. Era algo que ya sabía Virginia, aunque lo olvidaba una y otra vez. Hay más margen para la independencia de lo que creemos, no por generosidad, sino por indiferencia, por desinterés". 

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