Benditos músicos callejeros

Últimamente el centro de Madrid está especialmente nutrido de músicos callejeros. Y me encanta. Transmiten estos artistas una verdad difícilmente trasladable a un escenario. La ofrecen gratis y sólo para quien la quiera escuchar. Porque son, como muchas de las mejores cosas de la vida, algo de lo que sólo disfruta quien se percata de ellas, quien sabe escucharlos, quien se detiene, aunque sólo sea un rato, para maravillarse con ese violín que parece tocarse solo, o para reconocer un tema en los primeros acordes, o para asombrarse con la voz de esta o aquel cantante callejero. Mucha gente, quizá la mayoría, pasa de largo. Esta vida. Estas prisas. Esta agitación difusa. Pero ellos están ahí, siempre, dispuestos a regalarnos un respiro, a ofrecernos un descanso, a alegrarnos la mañana. 


A veces hay corrillos alrededor de estos artistas, un grupo más o menos amplio de personas que ha detenido su frenético ritmo para pararse a escuchar. Es maravilloso y no del todo infrecuente. Pero es más habitual que el cantante callejero esté solo, o con apenas un par de personas. Esos instantes son fabulosos. Lo desconocemos todo de quien está compartiendo su arte, de quien canta este o aquel tema. No sabemos si sueñan con hacer carrera con su música o si lo que más les llena es precisamente esa verdad de la calle, esa conexión especial, ese regalar sin pedir nada, esa forma de ofrecer su autenticidad a quien la quiera recoger, a quien quiera dejarse envolver por ella

Es especial lo que transmiten los músicos callejeros, sí. No se trata, por supuesto, de esa actitud cínica de recelar de algo por ser comercial, porque su autor, vaya por dios, vive de su música. Esa imagen romántica maldita del artista como alguien que canta por amor al arte, nunca mejor dicho, es bastante injusta con la persona que nos está emocionando. Pero es cierto que hay una verdad distinta en esos artistas que salen a la calle y cantan para quien desee escuchar. Porque no han vendido entradas, porque no esperan nada, tal vez, esperándolo todo. Porque cada día es igual, pero siempre es diferente. Porque nunca sabe cuándo pellizcará el alma de un peatón, porque siempre existe la posibilidad de mejorar un día (o una vida), de alegrar una mañana, de emocionar a alguien

Porque esa persona que saca su guitarra y su voz a la calla, que comienza a cantar sus propias canciones o los temas de autores conocidos (reina Ed Sheeran, últimamente), no sabe del todo qué ocurrirá aquel día. Porque puede despertar de golpe un recuerdo bello en alguien que pase justo en ese instante, ni antes ni después, por aquel rincón. Porque puede estar cantando la canción de un amor que se fue o que acaba de llegar. Porque puede devolver a la memoria un tema que sigue ahí, aunque haya pasado tanto tiempo desde la última vez que se escuchó. O porque puede sorprender y deslumbrar a alguien. Porque puede dejar a una persona prendada de su voz, de su forma de transmitir lo que canta, de su lirismo, de la belleza indescriptible de escuchar una calle y empezar a escuchar una voz hermosa, una canción necesaria, justo a tiempo, para salvar a alguien. 

Sé que somos muchos los que ralentizamos el paso cuando alguien comparte su arte en un pasillo del metro o en cualquier calle. Porque nuestra vida sin músicos callejeros sería una vida un poco menos alegre, un poco menos luminosa. Todo sería un poco peor sin la posibilidad de ser sorprendido, sin la expectativa de encontrar aquí o allá a alguien que nos cautive, que nos obligue a detener el paso. Recuerdo momentos mágicos en Madrid, claro. Esa noche cerca del Teatro Real, a esa hora del todo improbable. O ese encuentro en Preciados. O aquella mañana en Fuencarral. Pero también en otras ciudades. Los músicos y artistas callejeros de Praga, por ejemplo. O los de Lisboa. Tantos viajes mejorados por la música y el arte de la calle, el más auténtico, el más honesto. Hay mucho valor en el acto de salir a cantar a la calle, de desnudarse de esa manera antes tantos desconocidos. Y mucha generosidad, también. Es un salto al vacío, un gesto que embellece todo lo que rodea. Una de esas pequeñas cosas que hacen del mundo un lugar mejor. Benditos músicos callejeros. Benditos siempre. 

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