Torra y la huida hacia adelante

Cuesta mucho entender que nadie pueda celebrar algo el día 1 de octubre en Cataluña. Desde luego, nada pueden celebrar los líderes independentistas que se saltaron la ley y pisotearon el propio Estatut, siguiendo una estrategia de confrontación entre catalanes. Y, por supuesto, nada pueden celebrar tampoco los no independentistas, como los que parecen querer rendir homenaje a los responsables de las impresentables cargas policiales contra ciudadanos que participaron el referéndum, por muy ilegal que este fuera (que naturalmente lo era). Estos días, los equidistantes, esos que nos sentimos incómodos en los discursos más radicales de allí y de aquí, volvemos a sentir la mezcla de incredulidad y disgusto de aquellos días de hace justo un año. No entendemos nada y cada vez vemos la situación más complicada.

Todo comenzó este fin de semana, cuando una manifestación que pretendía exaltar la labor de la policía el 1-O, como si hubiera algo que celebrar y no que lamentar, fue boicoteada de forma antidemocrática y violenta por algunos CDR, los autodenominados comités de defensa de la república. La oportunidad de la manifestación y el fondo de la misma podían ser cuestionables. Lo eran. Es imposible comprender por qué nadie querría sacar pecho de lo ocurrido el pasado 1 de octubre en Cataluña, pues la brutalidad policial y el uso excesivo e injustificado de la violencia queda bastante acreditado por las imágenes para cualquier observador mínimamente desapasionado. Pero no compartir el fondo de la manifestación no significa que no se deba respetar. Era una manifestación legal, a diferencia de la contramanifestación que organizaron los CRD. 

No es tolerable que unos grupos violentos intenten interrumpir una manifestación perfectamente legal. Es inevitable preguntarse con horror qué sentido de la democracia tiene esta minoría de independentistas. ¿Habría libertad de expresión en su hipotética república catalana? ¿Impedirían a los que no piensan como ellos marchar por las calles? La actitud violenta de los CDR es inaceptable y, desde luego, nada representativa de los dos millones de catalanes que han apoyado las posiciones independentistas perfectamente legítimas defendidas por ERC, la CUP y Junts Per Cat. Por eso inquietan tantos las declaraciones de varios líderes independentistas, empezando por el president Quim Torra, justificando sus excesos, cuando no jaleándolos abiertamente. 

Es un inmenso error saltarse las leyes, como llevan años haciendo los líderes independentistas. Lo es continuar esta alocada huida hacia adelante que eleva la confrontación social en Cataluña y gobernar sólo para la mitad de los ciudadanos. Pero de todos los errores cometidos por las formaciones partidarias de la independencia de Cataluña, quizá el más grave sea alentar la acción de estos grupos violentos minoritarios. Torra pidió a los CDR seguir apretando. Y debemos interpretar que con "apretar" se refería a seguir boicoteando manifestaciones de personas que no piensan como ellos y perpetrando actos de violencia. No son representativos de los independentistas, por más que su actitud radical les venga de perlas a los no independentistas partidarios de caricaturizar a los de enfrente en cada ocasión que se les presenta. Por eso es impresentable que Torra no condene expresamente la violencia de estos grupúsculos. El independentismo catalán se ha defendido siempre diciendo que es un movimiento pacífico. Y lo ha sido sin duda. No sé por qué alguien en las filas independentistas puede pensar que jalear la violencia de unos pocos puede ser una buena idea. 

Torra, además, ha dado esta semana un ultimátum a Pedro Sánchez. Si no convoca un referéndum legal sobre la independencia de Cataluña antes de un mes, dejará caer al gobierno socialista en el Congreso. Sánchez se está arriesgando por el diálogo, aunque sabe que esa postura no le da precisamente votos en el resto de España, aunque es consciente de que PP y Ciudadanos le atacarán por tierra, mar y aire, aunque los barones de su partido detestan la actitud dialogante con los independentistas. No parece razonable esta estrategia de Torra de apretar, por utilizar sus términos, más y más. El independentismo siempre ha dicho que está abierto al diálogo sin líneas rojas, pero por primera vez en muchos años hay un gobierno central dispuesto a negociar y, lejos de ceder, Torra sigue con su huida hacia adelante. Quizá persigue un gobierno de PP y Ciudadanos, que llevan semanas pidiendo un 155 severo. Tal vez su estrategia sea embarrar lo máximo posible el terreno. Puede que piense que cuanto peor vaya todo, mejor le irá a él. Pero desconozco en qué universo ha vivido este señor para pensar que una estrategia de choque frontal con el Estado puede darle algún rédito o puede acercar algo su objetivo político que, insistimos, es totalmente legítimo. 

La actitud de Torra busca contentar a los más radicales de los independentistas, entre los que se encuentra. Cada sucesión al frente del Govern ha dado el puesto de president a alguien un poco más radical y menos dialogante que su antecesor. De Artus Mas a Carles Puigdemont y de éste a Torra. El president animó a los CRD y les pidió seguir apretando porque él piensa como ellos. Pero si enfrente hay un gobierno central que está abierto al diálogo y cambia de tono, desmontando el victimismo clásico de los independentistas, y la reacción de Torra es hacer saltar por los aires los puetes, ¿qué deberíamos pensar? Tal vez Torra crea que contra el PP vivía mejor. Con su actitud alienta a los más radicales y a los menos dialogantes de sus filas, sí, pero también de las de enfrente. Y mientras, los equidistantes, seguimos clamando en el desierto.

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