Alivio mundial por los 13 de Tailandia


A veces los finales felices no son exclusivos de las películas y hay historias reales que superan a cualquier ficción. El mundo entero respiró ayer aliviado cuando conocimos el desenlace feliz de la odisea de los 12 jóvenes miembros de un equipo de fútbol tailandés y su entrenador, atrapados en una cueva y rescatados sanos y salvos tras una descomunal operación de salvamento. Todos, desde los que no solemos seguir las noticias de sucesos hasta los más claustrofóbicos que seguían las noticias de los chavales sin mirar las imágenes de los jóvenes atrapados, hemos devorado cada información que llegaba desde Tailandia. Es una historia de película, que afortunadamente ha terminado cómo termina la mayoría de los filmes, con los protagonistas vivos y celebrando una colosal experiencia que cambiará sus vidas para siempre, regalando al mundo un extraordinario ejemplo de lucha por la supervivencia. 

Todo en la historia de estos niños es impactante. Desparecieron el 23 de junio, el día del cumpleaños de uno de ellos. El grupo decidió celebrar ese día haciendo una excursión por una cueva, sin sospechar que esa decisión podría haberles costado la vida. Las lluvias convirtieron la cueva en una trampa y prácticamente se les daba por muertos cuando siete días después se les localizó. Era casi un milagro. Los 13 de Tailandia estaban bien. Todos se encontraban con vida, pero sin luz y totalmente rodeados de agua, en una situación muy compleja. Nadie tenía claro cómo podría rescatarse a los jóvenes. Tanto es así que en un momento se planteó la opción de que se les llevara comida para cuatro meses, hasta que pasara la época de las lluvias torrenciales en la zona. Pero las previsiones de más lluvia, que ponían en riesgo su precaria situación, llevaron a las autoridades a decidir intentar una delicadísima operación de rescate. Después de drenar cuanta agua pudieron de los alrededores, unos buzos emprendieron el rescate. Eran casi cinco kilómetros los que separaban a los jóvenes de su salvación, la mayoría de ellos, cubiertos de agua. 

Los niños no sabían nadar, mucho menos bucear, y tuvieron que recibir rápidas lecciones. Los héroes que les rescataron se jugaron su vida y lamentablemente uno de los buzos la perdió, porque le falló la bombona de oxígeno. El rescate fue agónico, el mundo entero contenía la respiración. Primero dos niños. Luego otros dos. A un ritmo de cuatro cada día, ayer concluyó la odisea, con el rescate de los cuatro últimos chavales y su entrenador, de 25 años, que pidió perdón a los padres de los jóvenes por la imprudencia de entrar en esa cueva, pero que fue vital para la supervivencia de los menores. Todo en esta historia es fascinante, empezando por la extraordinaria capacidad de resistencia de estos niños, que estuvieron una semana sin agua ni alimentos. Y en gran parte aguantaron gracias a su entrenador, que les enseñó a beber agua de las paredes de la cueva, les racionó las chucherías que compraron poco antes de entrar allí y les animó a descansar para guardas fuerzas y a meditar (estudió para ser monje budista) para mantener la calma. 

En la película sobre los 13 de Tailandia que sin duda se rodará en algún momento, el entrenador del equipo será un personaje central. Acusado en un primer momento de la suerte de los jóvenes, por culpa de su imprudencia, hoy es unánimemente admirado por cómo ayudó a los chavales a sobrevivir y cómo esperó a que todos ellos estuvieran a salvo para ser rescatado. De villano a héroe en cuestión de días, tras una historia impactante de supervivencia, superación y trabajo en equipo. El entrenador y los jóvenes enviaron cartas a sus familias cuando fueron localizados en la cueva y aún no se sabía cuándo ni cómo serían rescatados. Los mensajes son conmovedores. Uno de los niños tranquilizaba a sus padres y les decía que estaban todos bien, aunque hacía un poco de frío. Otro, el que cumplía años el día de la desaparición, le pedía a sus padres que le prepararan otra fiesta de cumpleaños, y varios de ellos, alimentados a base de  gominolas durante una semana, mencionaban su plato preferido y lo pedían para cuando salieran. Uno de los chavales pedía perdón a sus padres por no haberles podido ayudar esos días en la uenda familiar y se comprometía a hacerlo en cuanto saliera. 

Ahora todos están bien, recuperándose en el hospital, con gafas de sol porque tras tanto tiempo en la penumbra absoluta necesitarán un tiempo para adaptarse a la luz del día. Han dejado un ejemplo admirable de supervivencia del que todo el mundo ha estado pendiente. Y en tiempos como este, en el que el odio al diferente y la falta de empatía se generalizan, ha sido esperanzador ver a personas de países de todo el mundo siguiendo de cerca el drama de 13 chavales en Tailandia. El mundo entero mirando a esa cueva, rezando unos, los que recen, y deseando todos un final feliz. Todos unidos en los mejores deseos para esos jóvenes, todos sin importar el país de origen o cualquier otra diferencia, angustiados y esperanzados por igual por los 13 de Tailandia. Todos humanos. Las autoridades tailandesas han culminado un rescate excepcional, para muchos, el más difícil de todos los tiempos. Una historia humana tremenda que ha terminado bien para alivio mundial. Una historia de película con final feliz.  

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