El Aquarius nos pone ante el espejo

Este domingo llegarán al puerto de Valencia las 629 personas que se negaron a acoger los gobiernos de Italia y Libia, quienes los trataron como una mercancía defectuosa, como un montón de residuos, en un comportamiento racista y repugnante que buscaba apuntarse un tanto ante sus votantes, lo cual habla mal de ellos y peor de sus votantes. La tragedia de los seres humanos que escapan del hambre y la guerra, y la inacción de la Unión Europea ante ella, es la mayor vergüenza de nuestro tiempo. En el futuro, cuando las nuevas generaciones nos pidan explicaciones, cuando se recuerde cómo el Mediterráneo se convirtió en una gigantesca tumba de vidas y sueños rotos, nos costará explicar tanta indignidad, tanta pasividad ante la mayor crisis humanitaria desde la II Guerra Mundial. 


El nuevo gobierno italiano, formado por dos partidos extremistas que fueron votados por millones de italianos, decidió cerrar sus puertos al Aquarius, el barco de la ONG francesa SOS Méditerranée, con más de 600 personas a bordo. Libia acusó a Italia de no respetar las reglas habituales de los rescates. Las nuevas autoridades italianas, insistimos, votadas por millones de italianos que premiaron así su discurso xenófobo, sacaron pecho de su falta de humanidad, de su repugnante racismo, de su indecencia. El racismo está invadiendo Europa. La falta de solidaridad. La impresentable forma de hacia otra parte cuando hay vidas en juego. Y el último bastión del radical odio al diferente es Italia. Por supuesto, no toda Italia está representada por los fanáticos que forman su gobierno. Varias localidades del país transalpino se ofrecieron para acoger a los rescatados por el Aquarius. Pero finalmente fue el ofrecimiento digno y humano del gobierno español el que resolvió este problema. 

Llegarán a Valencia las 629 personas a las que Italia rechazó como escombro, como escoria. La decisión del gobierno de Pedro Sánchez ha sido generalmente elogiada en España y en Europa, no sin cierto cinismo, por cierto, por parte de la UE, que nada hizo para reprender a Italia por su racismo institucional, pero que se apresuró a alabar el gesto solidario y generoso de España. Naturalmente, no faltan los racistas, perfectamente localizados, que han utilizado ya dos de sus argumentos preferidos para exponer a las claras su xenofobia. Primero: "España no se puede convertir en una ONG", que es una forma poco sutil de despreciar la labor excelsa que realizan tantas asociaciones sin ánimo de lucro que, precisamente, hacen el trabajo que deberían hacer los Estados. Es decir, las ONG llegan donde no llegan, pero deberían, los países. Segundo argumento falaz: "Si tan solidario eres, acoge a los inmigrantes en tu casa". Difícil comprimir tanta ignorancia y tanta xenofobia en menos palabras. El Estado, al que pagamos impuestos, es el que debe atender con humanidad dramas como el de los refugiados. Para eso está. Para eso lo queremos. Esta frase sería algo así como decir "si tan poco te gustan los criminales, investiga tú los crímenes". Llámenme loco, pero para eso están las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, para eso las pagamos. Se llama Estado.

El gesto del gobierno español ha despertado críticas de los sospechosos habituales, como Xavier García Albiol, líder del PP catalán, el que prometió que limpiaría de inmigrantes las calles de Badalona, con el asesoramiento, por cierto, de Iván Redondo, ahora asesor del presidente Sánchez. Tampoco han faltado los demagogos que se han apresurado a decir que no es justo que se les dé algo, lo que sea, un vaso de agua, a estos seres humanos que han puesto en riesgo su vida para escapar de la guerra o el hambre, porque ellos no son españoles, que se pongan a la cola, vienen a decir. Actitudes repugnantes e inhumanas que, afortunadamente, no son mayoritarias en España, o que al menos no han dado como resultado una mayoría parlamentaria de partidos que agitan esa xenofobia, como sí ha ocurrido en Italia y en otros países de la UE. 

Cuando alguien se está ahogando en el mar no es momento de preguntarse dónde se llevará a esa persona, o de dónde viene, o cuál es su situación legal. Es una emergencia, se le rescata sin hacer preguntas. Punto. Por eso ha sido tan generosa y admirable la reacción del gobierno español. Cuando hay emergencias, no hay tiempo de parar a debatir cuestión alguna más que cómo se salvan esas vidas. Ahora bien, es imperioso que la UE desarrollo un sistema común de acogida y protección de estas personas. Es urgente que la política migratoria sea una sóla dentro de la UE y no diferente en función de cuál sea el país y cuántos votos de racistas se quiera apuntar cada gobierno. Y, por supuesto, esa política no puede pasar por desentenderse del drama de estos seres humanos, como aquel pacto indecente con Turquía que externalizaba la gestión de los refugiados como si fueran residuos. 

El Aquarius nos ha puesto ante el espejo, como hizo aquella imagen del niño Aylan muerto en la costa. Pero hay muchos Aquarius y muchos Aylan cada día. Por eso hay que actuar, apoyando a las ONG que defienden la dignidad del ser humano y permiten seguir creyendo un poco en el hombre, y exigiendo a nuestros gobiernos que den una respuesta al drama de los refugiados de la que no nos avergoncemos. Y, por supuesto, también hay que actuar individualmente, en la medida de lo posible, porque la parte más incómoda y dolorosa de este rebrote repugnante del racismo en Europa es que muchas personas como nosotros han abrazado con entusiasmo discursos xenófobos que distinguen los derechos de las personas en función de su lugar de origen, como si los Derechos Humanos no se aplicarán a cualquier persona por el mero hecho de serlo, tenga o no papeles

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