Mujeres y poder

Mary Beard es una de esas personas que consagran su vida a la divulgación histórica, convencida de que el pasado nos aporta claves para nuestro presente. Especializada en la cultura grecorromana, Beard, Premio Princesa de Asturias hace un par de años, es una de las mayores autoridades en aquella época y, sin duda, la más conocida divulgadora, gracias en parte a una serie de documentales de la BBC. Ella lo conoce todo sobre la antigua Roma, pero eso no le ha impedido sufrir el mansplaining, ese fenómeno que consiste en que un hombre explica con paternalismo a una mujer una cuestión que ella domina infinitamente más. A Beard le han dado no pocas lecciones en Twitter sobre la cultura clásica, esa en la que es una autoridad indiscutible y a la que ha dedicado su vida. Lo cuenta la autora en Mujeres y poder, editado por Crítica, que se presenta como Un manifiesto, pero que son dos conferencias de la autora, con un breve prefacio y un epílogo, reunidas ahora en este libro necesario, con el que la autora tercia en la necesaria lucha feminista con rigor, moderación y sensatez. 

Las primeras líneas del prefacio de la obra se dedican a recordar todo lo que las mujeres han avanzado en las sociedades occidentales. Pone el ejemplo de su madre, que no pudo acudir a la universidad, como ella sí pudo hacer. Se ha avanzado mucho, sí, pero aún no se ha llegado al final de la meta. "Aun así, mi madre sabía que no era todo tan sencillo, que la verdadera igualdad entre hombres y mujeres era cosa del futuro, y que había tantos motivos para la indignación como la celebración", escribe Beard. La historiadora reúne en esta obra dos conferencias: La voz pública de las mujeres, pronunciada en 2014, y Mujeres y poder, de 2017. En la primera de ellas se remonta a un pasaje de la Odisea de Homero, en la que el joven Telémaco hace callar a Penélope. "Madre mía, vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca... El relato estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa". En ese pasaje, explica Beard, se encuentra una situación mil veces repetida, la de una mujer a la que se niega el derecho a participar del debate público, cuyas opiniones son despreciadas por el mero hecho de ser una mujer. 


Con un estilo ágil, la autora tan pronto cita leyendas clásicas o fragmentos de obras antiguas como menciona viñetas de prensa, como una especialmente reveladora que comparte en las primeras páginas del libro. Es una viñeta de Riana Duncan publicaba hace casi 30 años en los que vemos a varios personajes sentados en una mesa. Sólo hay una mujer en la reunión, a la que uno de los hombres le dice "es una excelente propuesta, señorita Triggs. Quizá alguno de los hombres aquí presentes quiera hacerla". Imposible reflejar  de forma más directa y clara el ambiente sexista al que se enfrentan millones de mujeres a diario, miradas con condescendencia y paternalismo, cuyas ideas, sólo por provenir de mujeres, son automáticamente minusvaloradas. Es una exageración, claro. Y se ha avanzado en materia de igualdad en muchos campos, por supuesto. Pero esto sigue pasando, entre otras cosas, porque el techo de cristal está lejos de romperse. Cuando más se ascienden en la escala de casi cualquier empresa más infrecuente es encontrarse con mujeres en puestos de poder. 

La autora afirma además que si las mujeres no llegan a puestos de poder, o les cuesta mucho más que los hombres, tal vez el problema esté en las estructuras de poder. No se trata de que las mujeres asciendan en este mundo con reglas patriarcales, sino de cambiar de modelo. "Aquellas mujeres que, como Mesia en el foto o Isabel I en Tilbury, consiguen hacerse oír, a menudo adoptan una versión de la vía 'andrógina', imitando conscientemente aspectos de la retórica masculina. Eso fue precisamente lo que hizo Margaret Thatcher cuando reeducó su voz, demasiado aguda, para dar el tono grave de autoridad que sus consejeros creían que le faltaban", escribe Beard. Y ejemplos así hay miles. Las mujeres adoptan roles o modos de actuar tradicionalmente masculinos, como si la única imagen posible de autoridad fuera la de un hombre, y las mujeres que ascienden a puestos de responsabilidad no tuvieran otra opción que mimetizarse con ella. Es esto lo que se debe cambiar, afirma la historiadora, quien señala también lo frecuente que es que se desprecie a una mujer y se cuestione su capacidad cuando se discrepa de su opinión. "No es que no estemos de acuerdo con ella, es que es tonta", una reacción visceral que rara vez se da con un hombre. 

Beard pone como ejemplo el doble rasero empleado por la opinión pública británica con las nefastas entrevistas de dos responsables políticos, la parlamentaria Diane Abbot y el ministro Boris Johson. Ambos mostraron un claro desconocimiento de cuestiones relevantes de la sociedad británica. A la primera se le llamó "majadera", "gorda idiota" y "pedazo de cretina", entre otras lindezas. A Johson también se le criticó, cuenta la autora, pero de un modo distinto. "Su entrevista fue considerada como un ejemplo de rebeldía de macho: debería esforzarse más, dejarse de bravuconadas, concentrarse y dominar mejor su materia. En otras palabras, la próxima vez, hazlo mejor". Es decir, de ella, mujer (y negra, además), se cuestionó su capacidad. Era directamente una incompetente. Él, mientras, sólo tuvo un mal día, pero nadie puso en duda sus conocimientos. Creo que no resultará difícil encontrar ejemplos similares en España. 

La autora reconoce que, de forma demasiado lenta y progresiva y aún lejos de la proporción que sería lógica dado que las mujeres son la mitad de la población mundial, las mujeres han ido aumentando su presencia en la política. Pero incluso en este campo, afirma, con frecuencia parece reservarse a las políticas discursos sobre cuestiones como la igualdad entre hombres y mujeres, la educación o cuestiones sociales, temas concebidos como "de mujeres". En un imaginario listado de los discursos más recordados de la historia hay pocos de mujeres y los que hay, recuerda Beard, se refieren a las desigualdades entre hombres y mujeres, como si a éstas se les reservara sólo la capacidad de hablar de "sus asuntos". La historiadora indica que "es flagrantemente injusto dejar a las mujeres al margen, sean cuales fueren los medios inconscientes que nos guían; y sencillamente no podemos permitirnos prescindir del conocimiento de las mujeres, ya sea en tecnología, economía o asistencia social". Un mensaje claro en una obra necesaria, una aportación inteligente de una mujer valiente a una cuestión imperiosa, la igualdad real entre hombres y mujeres. 

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