La peste

Muchas de las mejores series de los últimos años son producciones de canales de pago. Despojadas de la obligación de llegar al gran público, de atraer a cuanta más gente, mejor, estas plataformas pueden arriesgar más en las historias que cuentan. Y se agradece. Movistar está jugando ese papel de forma cada vez más activa en España, con series distintas, que en algunos casos estuvieron años llamando a las puertas de las televisiones generalistas (como la excelente Vergüenza, de Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero), sin éxito. El último estreno en series de Movistar es La Peste, creada por Alberto Rodríguez (ganador de varios Goya por Grupo 7, La isla mínima o El hombre de las mil caras) y por Rafael Cobos. Es una serie inteligente, con una excepcional ambientación de la Sevilla del Siglo de Oro, puerto de entrada de los bienes que proceden de América, foco pues de corrupción y miseria en esta España nuestra, y centro de acción de la Inquisición. 

Son muchos los alicientes de esta serie, empezando por la recreación de aquella ciudad en aquel tiempo, pero tampoco se presenta de entrada como una serie fácil de ver. Hay muchos silencios, uno tarda en descubrir la trama central de la serie (que consta de seis capítulos), no se rehúye mostrar escenas duras de enfermos de peste o de la pura miseria de los pobres en aquella Sevilla, es una serie oscura, no recargada de iluminación excesiva, como suele ocurrir con demasiada frecuencia en la televisión en España. Y es, sin duda, una serie de cocción lenta, que va creciendo cada episodio un poco más, hasta un desenlace sublime. Trata como adulto al espectador, lo cual no es tan frecuente y es muy de agradecer. 


La historia comienza cuando Mateo (excepcional Pablo Molinero) es llamado a Sevilla para sacar de ahí al hijo bastardo de un amigo suyo que ha muerto. El chaval, Valerio, es interpretado, también con solvencia, por Sergio Castellanos. La relación entre ambos es el hilo conductor de la serie, que pronto da un giro inesperado. Mateo es acogido en Sevilla por un hombre de la alta sociedad, Luis de Zúñiga (Paco León), un arribista que no procede de ninguna familia burguesa y cuyas dos grandes obsesiones son el dinero y la posición ("¿acaso se puede prosperar de otra manera?"). Los protagonistas se ven envueltos en una trama de asesinatos, que la Inquisición quiere resolver, para lo cual encarga a Mateo, condenado por ella, que descubra qué hay detrás de esas muertes. 

Mateo, un hombre leal con sus amigos, inteligente, culto, es un personaje extraordinario, que enseñará a Valerio a leer y a pensar. Él representa el conocimiento, en una sociedad inculta y analfabeta manipulada por el poder y por la Iglesia. La historia transcurre en mitad de un brote de peste, una enfermedad que arrasa la ciudad. Pero la serie acierta al plantear un doble juego, pues, como dice el personaje de Mateo, "la peste es la ignorancia". España, el gran Imperio de entonces, lleno de oro, era un país pobre y embrutecido, en el que los pobres morían en las calles y a muchos niños no les quedaba otra que robar para sobrevivir en la calle. Hay miseria, hay hambre, hay desigualdad. Y hay poderosos que juegan con la vida de los pobres, siempre con la Iglesia jugando un papel clave en la lucha contra la inteligencia y el conocimiento. Por cierto, el papel de Manolo Solo como inquisidor es de lo mejor que se ha visto en televisión en mucho tiempo. Inmenso

La serie no hace concesiones. Si hay una plaga de peste, se ven escenas de enfermos y de muertos, sin anestesia. Si hay que reflejar el sadismo y la violencia de la Inquisición en su persecución contra quienes no comulgan con la religión católica, o no según sus criterios rígidos, se refleja con toda su crudeza, en una secuencia conmovedora y muy impactante en el último capítulo, que muestra la muerte en la hoguera de un grupo de infieles, con el público jaleando esa masacre, lleno de ignorancia y fanatismo, impulsados desde los púlpitos. Mientras, Mateo y Valerio asisten a esa escena en silencio, espantados ante ese horror. Hay conversaciones inteligentes y muy lúcidas, no hay historias simplonas de amoríos. Es una serie compleja, un fiel reflejo de todas las miserias de la España del Imperio, y una maravillosa relación entre los dos protagonistas, Mateo y Valerio, de enseñanza, de relación casi paternofilial. 

También aparece un personaje de mujer valiente que se enfrenta al repugnante machismo de la época, interpretado con maestría por Patricia López Arnaiz. Y muchos supervivientes, que se ganan la vida como pueden, en las calles de Sevilla, esa misma ciudad que acoge a seres poderosos enriquecidos con el oro de América, rodeados de pobres. Una serie, en fin, excepcional, que aborda temas profundos con un inteligente y lúcido, que empieza muy poco a poco, pero recompensa sobradamente a quien acepte el reto de ese progresivo avance de la trama.  

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