Sabina en Bilbao

En estos tiempos convulsos de banderas, identidades y patrioterismo, resulta especialmente gratificante disfrutar de un concierto de Joaquín Sabina, madrileño de Úbeda, en el norte, rodeado de su banda, con artistas de todas las procedencias, incluida "Buenos Aires, provincia de Bilbao". Le sienta bien el norte al maestro. Es la primera vez que asistió a un concierto suyo fuera de Madrid. El mismo espectaculo. La misma magia. Sin Pongamos que hablo de Madrid o Yo me bajo en Atocha, pero con otros temas míticos, como Cuando era más joven, con la que empezó el recital, haciendo un guiño al público de Bilbao, por eso de "cuando era más joven viajé en sucios trenes que iban hacia el norte". 



Además de su referencia al norte, este tema, elegido por Sabina para empezar su concierto del sábado en el BEC de Bilbao, tiene el tono de su última gira, Lo niego todo, que tiene una mirada al pasado, sin nostalgia, con lucidez. Es la gira, el disco, de un autor maduro, de un maestro autor de las bandas sonoras de muchas vidas, reconciliado consigo mismo, agradecido a la vida y superviviente, al fin. "Mañana era nunca y nunca llegaba pasado mañana", canta en ese tema. Llegó después el single de su disco, el mejor de Sabina en muchos años, con un aire musical renovado y con letras magníficas. Contó el maestro que iba a interpretar algunos de los temas de su último trabajo, para después dedicarse a las canciones de siempre, a los himnos que le han convertido en una leyenda viva. Los mayores enemigos de los nuevos temas de Sabina son, precisamente, los antiguos. Porque tiene tantas joyas, tantas obras maestras, tantas canciones deslumbrantes, tantos versos apoteósicos, que parece que es francamente difícil crear algo a su altura. Y sin embargo, varios de los temas de Lo niego todo, empezando por la propia canción que le da nombre al disco, están sin duda entre las mejores composiciones del artista del bombín. 

Con su inigualable voz de lija ("somos el único grupo en el que todos los músicos cantan mejor que el cantante"), Sabina mira hacia atrás para negarlo todo, para alejarse de la imagen que de él se tiene, para saldar cuentas, y dice aquello de "ni ángel con alas negras, ni profeta del vicio, ni héroe en las barricadas, ni okupa ni esquirol, ni rey de los suburbios, ni flor del precipicio, ni cantante de orquesta, ni el Dylan español, ni el abajo firmante, ni vendedor de humo, ni juglar del asfalto ni rojo de salón". Después, en Lágrimas de mármol, quizá el tema más redondo de su último disco, vuelve a mirar hacia atrás, con lucidez, consciente de que "el futuro es cada vez más breve y la resaca larga", pero también de que es "superviviente, sí, maldita sea, nunca me cansaré de celebrarlo, antes de que destruya la marea las huellas de mis lágrimas de mármol. Si me tocó bailar con la más fea, viví para cantarlo". 

Pronto se dedicó Sabina a volver a sus viejas canciones, tan en forma como siempre, tan llenas de versos asombrosos y de verdades, de frases inolvidables, de sabiduría popular y de aire canalla como siempre. Recordó a Chavela Vargas, en uno de los momentos más especiales de la noche, con su mítica Por el boulevard de los sueños rotos, ahí donde Sabina desea reír como lloraba Chavela. Una foto del maestro con la dama del poncho rojo ilustra el escenario cuando suenan los acordes del tema dedicado por el maestro a la paloma negra de los excesos, a la artista que vivió y cantó como quiso, libérrima, brava, auténtica. Encienden al público, como siempre, Princesa, 19 días y 500 noches, y tantas otras. Ocurre en los conciertos de Sabina que es tal su producción de canciones portentosas, que cuando empiezan a sonar los acordes de algunos de sus temas, caemos en la cuenta de que nos habíamos olvidado por completo de ellos, aunque están entre nuestros favoritos. Porque hay demasiados. Porque las dos horas de recital se quedan cortas, cortísimas, para abarcar toda la discografía del genio. 

Como decía un miembro de mi familia del norte, la que me hace amar esa tierra, la que me la enseña, la que me hace sentirme tan querido allí, todas las canciones de Sabina dicen algo. Todas tienen una profundidad y unas estrofas considerablemente superiores a las de la media de lo que se escucha hoy en día. Ha recuperado Sabina en esta gira Peces de ciudad, una canción que no interpretó en anteriores conciertos. Y es, como tantas otras, puro Sabina. Firme candidata a ser una de sus mejores composiciones, quizá sólo detrás de 19 días y 500 noches, quizá de La Magdalena (la más señora de todas las putas, la más puta de todas las señoras") y de Princesa. En Peces de ciudad, decía, no hay estribillo, o no llega hasta más allá de dos minutos. Y es tan hermosa, tan bella, tan tierna, tan conmovedora su historia, que cautiva y emociona. "Y desafiando el oleaje sin timón ni timonel, por mis sueños va ligero de equipaje sobre un cascorón de nuez mi corazón de viajhe, luciendo los tatuajes de un pasado bucanero, de un velero al abordaje, de un, de un no te quiero querer. Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar al país donde los sabios se retiran del agravio de buscar labios que sacan de quicio, mentiras que ganan juicio tan sumarios que envilecen el cristal de los acuarios de los peces de ciudad, que mordieron el anzuelo, que bucean a ras de suelo, que no merecen nadar". 

Eso sí, llevaremos la contraria, sin que sirva de precedente, por una vez al maestro, porque cuando canta aquello de "en Comala comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver". Porque no dejaremos de volver a los conciertos de Sabina y tampoco dejaremos de volver al norte, porque uno tiende a regresar siempre a donde ha sido feliz, a donde ha celebrado la vida, convencidos de que más vale "que el fin del mundo te pille bailando". 

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