Hacia el 155 y la DUI

Aunque después de lo visto ayer uno ya no se atreve a sacar conclusiones precipitadas, da la sensación de que las vías de diálogo para resolver la crisis catalana y los intentos por evitar el choque de trenes han fracasado. Ayer por la mañana mucha gente, quiero pensar que una mayoría de españoles, respiró aliviada cuando el Govern filtró a los medios que Carles Puigdemont iba a convocar elecciones. Obviamente, sabíamos que los comicios no eran una solución, pero al menos sí permitía ganar tiempo, alejarse algo del abismo, evitar los peores escenarios. Parecía tan claro que el president iba a convocar elecciones, renunciando así a la declaración unilateral de independencia (DUI) a cambio de que el gobierno central no aplicara el artículo 155, que los más fanáticos independentistas llamaron traidor a Puigdemont, mientras que los más adictos al 155, los de la mano dura y al ardor guerrero, tampoco podían disimular su descontento ante la posibilidad de que el gobierno, vaya por dios, no tuviera que intervenir la autonomía catalana. 


Pero algo cambió. No sabemos por qué. Puigdemont aplazó una vez su comparecencia, para suspenderla más tarde. Y finalmente habló, ya por la tarde, antes de que comenzara la sesión del Parlament, para reconocer que se había planteado convocar elecciones, pero que no lo hará finalmente porque el gobierno central no le dio garantías de que la celebración de estos comicios bloquearía automáticamente la intervención del autogobierno catalán. Hay aún poca claridad sobre qué sucedió en realidad. Parece evidente que delegados del gobierno central y del gobierno catalán negociaron y, según distintas informaciones, estuvieron muy cerca del acuerdo. Se habla de la intervención del lehendakari Íñigo Urkullu. También de la participación de Sant Villa, conseller del Govern que ayer por la noche dimitió lamentando que sus últimos intentos por el diálogo han fracasado. 

Al parecer, el Govern pedía no sólo garantías de que la convocatoria electoral detendría el artículo 155, sino que también reclamó, dicen, la puesta en libertad de los responsables de Ómnium y de la ANC o incluso la petición de inmunidad para él mismo, entre otros factores. También hay quien sostiene que el gobierno central no movió un milímetro porque ha llegado a la conclusión de que, en este punto, prefiere aplicar el 155. Y no faltan, claro, quienes apelan a una cuestión más personal: el temblor de piernas de Puigdemont cuando escuchó a los que eran los suyos hasta ayer llamándole traidor, cuando se conoció que tenía pensado convocar elecciones

Es evidente que Puigdemont ha sido muy irresponsable. Él se ha buscado esta encrucijada en la que se encuentra, sin duda. Pero, aun así, a uno le encantaría haber podido asomarse por una rendija estas últimas horas con vistas al despacho del president. La suya es una situación parecida a la de Tsipras en Grecia, cuando se vio obligado a apearse de sus exigencias ante Bruselas, decepcionando así a muchos de sus seguidores. Es, salvando las distancias, una disyuntiva similar a la de Zapatero cuando aplicó recortes severos que le venían impuestos por la crisis económica y que él sabía que le costaban su presidencia, al tiempo que le alejaba de muchos de sus votantes. Son situaciones diferentes, por supuesto. Puigdemont se ha puesto deliberadamente fuera de la ley. Pero es difícil no imaginar las presiones enormes recibidas por él, ese drama casi de Shakespeare, esa tragedia griega, aunque esté insertada en una opereta bufa. Los más fanáticos de los suyos, amenazándole con proclamarle traidor a la patria. La amenaza de una pena severa de prisión si sigue adelante con la DUI. La certeza de que una convocatoria electoral sería bienvenida por quienes tanto le han criticado y criticadas por los que hasta ahora le han apoyado. 

Parece que Puigdemont llegó a proponer ayer a Junqueras dimitir para que fuera él quien proclamara la independencia. Al líder de ERC le dio la risa y el president decidió dejar la pelota en el tejado del Parlament. Nunca se puede afirmar nada con certeza, pero todo el mundo da por hecho que hoy el Parlament proclamará la independencia de Cataluña, probablemente unas horas antes de que el Senado acuerde la aplicación del artículo 155, que supondrá la intervención de la autonomía catalana. Llega ahí un escenario inexplorado y preocupante. Porque no se pueden descartar manifestaciones numerosas en las calles y porque hay riesgo real de que la situación se descontrole. Tan inocente era pensar que unas elecciones resolverían algo per se como creer de verdad que el 155 es una solución a algo, como si de pronto los dos millones de catalanes independentistas se fueran a volatilizar. Hace tiempo nos preguntábamos si no había nadie intentando evitar el desastre. Ayer descubrimos que sí (Urkullu, Vila, Iceta...), pero que su empeño no llegó a buen puerto por la escasa disposición al diálogo de quienes sí tenían opción de detener el choque de trenes que, salvo milagro a última hora, se producirá finalmente hoy. 

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